Las noches de vidrio y fuego en Malasaña: recuerdos de hace 20 años

El otro día, un post en Facebook de Contrahistoria (una revista muy recomendable) nos recordaba los disturbios de Malasaña el 13 de diciembre de 1996, a veinte años vista ya. No fueron los primeros  en Malasaña ni serían los últimos. Desde los primeros años de la Transición se hicieron frecuentes las carreras delante de la policía y los enfrentamientos callejeros. Sucedió en las primeras fiestas del Dos de Mayo y también en 2007, antes de que el Ayuntamiento prohibiera las mismas fiestas.

Durante estos años fue frecuente, también, el enfrentamiento con la extrema derecha, que tomó el barrio de Malasaña como plaza estratégica a conquistar. A finales del 95 una manifestación a favor de la insumisión en el vecino barrio de Chueca había acabado con 20 detenidos, y otros tantos pasaron por el calabozo en mayo del 96, en el transcurso de una movilización en Malasaña contra la entrada en vigor del nuevo Código Penal (que convertía en delito penal la okupación).

La revuelta de la que ahora se cumplen 20 años tenía su origen en la importante presencia policial que había en Malasaña y, a decir de quienes convocaban (que lo hicieron a través de pintadas o pegatinas), por la desproporción con que los agentes solían emplearse con los jóvenes que paraban en el barrio.

En algún momento, el filósofo Lefebvre calificó a la gente de los suburbios como una espuma que golpea los muros de la ciudad, refiriéndose a la ocupación conflictiva del centro urbano. El centro siempre fue, con todas sus consecuencias, escenario privilegiado de las dinámicas sociales que una ciudad puede contener. Espacio de compras y de revueltas. Contenedor de un capital simbólico que se proyecta hacia hoy y cuya memoria alberga lo mismo parlamentos que barricadas.

No es labor de este artículo juzgar nada ni tampoco analizar en profundidad el contexto social, más allá de las notas de contexto que siguen a este párrafo. Lo que pretendemos aquí es recordar lo que mucha gente, vecinos o visitantes, vivieron durante los años noventa con diferentes grados de implicación. Taconeo de botas militares, reflexión política de bordillo, camaradería, un esteticismo algo básico y rabia implosionando de repente–carreras, vidrios rotos, porrazos ejecutados con saña- que quizá sean, algún día, analizados como hoy los historiadores estudian los pequeños motines urbanos de siglos anteriores.

¿Qué fue la Autonomía? ¿Sabíamos entonces que éramos autónomos?

Un poco de contexto. El referéndum sobre la pertenencia a la OTAN, en 1986, supone el desplome de los ánimos y los contornos de la izquierda extraparlamentaria, así como el despegue de formas de política a la izquierda separadas de los partidos tradicionales. Toman cuerpo colectivos juveniles involucrados con el antifascismo, el movimiento antimilitar o el feminismo, formando un magma diverso y poliédrico, cuya politización es inseparable del punk-rock y tenía en los Centros Sociales Okupados el punto de desempeño y confluencia que le daba unidad. La Autonomía. A partir de los 90, algunos de aquellos grupos asamblearios crean la Coordinadora de Colectivos de Lucha Autónoma, como estructura de comunicación y dinamización.

Malasaña, a diferencia de Lavapiés o Tetuán –y salvo experiencias de poco recorrido como la pionera del Informaciones o la de la Casa Popular Maravillas- no fue nunca barrio de okupas, pero sí albergó uno de los ambientes de eso que estamos llamando, en sentido amplio, la Autonomía. Se desarrollaba aquí al mismo tiempo que algunos mitos del indie ponían copas en la Maravillas.

Para conocer un poco más sobre la Autonomía podéis leer Armarse desde las ruinas o Tomar y hacer en vez de pedir y esperar. Sin embargo, leyendo estos libros u otros escritos por las personas más implicadas en el movimiento, es fácil perderse el ambiente cultural más periférico que lo envolvía. Muchos de nosotros -perdonen que hable demasiado en primera persona- éramos autónomos sin saberlo. Estábamos en los lugares (okupas, manifestaciones, la plaza de Tirso de Molina o Malasaña), pero no participábamos de los debates que atravesaban los colectivos más activos. Compartíamos una cultura política, fanzinera y musical; a menudo vivíamos en barrios y peregrinábamos a los centros del rollo. Esos centros podían no estar en el Centro –por ejemplo, las okupas de Estrecho-, o sí estarlo: Malasaña una noche de fiesta o una noche de mani.

Pis-Stop

Había también actores destacados en Malasaña. En la calle de Hortaleza estuvo en los 90 el primer local de la librería Traficantes de Sueños, que compartía espacio con otros colectivos, como UPA-Molotov, agencia de noticias contrainformativas y germen del periódico Diagonal (sin cuyos teletipos no hubiéramos podido escribir este artículo). Nacía internet y la contrainformación en red daba sus primeros pasitos: Nodo50, un proveedor de servicios de internet para movimientos sociales que aún existe, ponía la conexión desde la calle del Pez.

Y hay que hacer referencia, sobre todo, al Kolectivo Malasaña, grupo juvenil autónomo nacido en 1995 con una vocación muy integradora con el barrio. Además de participar en las campañas generales de Lucha Autónoma, se involucraron en asuntos locales de Malasaña, como con la campaña Pis-Stop. El Kolectivo Malasaña sufrió campañas criminalizadoras y fue frecuentemente responsabilizado por la prensa generalista de los disturbios que periódicamente se sucedían en la barriada. No abundaremos en el colectivo hoy: les debemos un artículo en exclusiva.

El día que la policía retrocedió

Tal y como recuerdan en Contrahistoria, el 13 de diciembre de 1996 cerca de un millar de jóvenes acudieron a la llamada contra la represión policial. Tras recorrer distintas calles del barrio, comenzaron a levantarse barricadas, desbordando las expectativas del dispositivo policial. Volaron piedras y botellas; silbaron porras y balas de goma. La policía tuvo que retroceder durante algún tiempo.

Durante los disturbios diversas entidades bancarias fueron vandalizadas, cócteles molotov estallaron a las puertas del Ministerio de Justicia y hasta la comisaría fue apedreada (los agentes tuvieron que disparar al aire para disolver a los jóvenes).

Al día siguiente, la prensa cifraba en 13 los policías heridos y las paredes de Malasaña amanecieron poco después con la pintada Autónomos 13 Policía 0, aunque lo cierto es que la noche se saldó con 16 detenidos.

Apiñados en la comisaría de Luna

El 1 de enero de 1996 se okupó un bloque de viviendas en el número 41 de la calle Valverde, la Casa Popular Maravillas (quienes impulsaron la okupación pertenecían a sectores de la Autonomía que se han venido conociendo como insurreccionalistas, para conocer una revisión en primera persona de su posición es recomendable leer La epidemia de rabia en España (1996-2007)).

En marzo llegó la orden cautelar de desalojo. Aunque la policía se marchó tras el primer intento, con la amenaza de desalojo activa el colectivo de la Casa Popular Maravillas convocó el día 20 de marzo una manifestación de apoyo, a la que acudieron entre 300 y 400 personas. Aquel día el despliegue policial fue impresionante. Antes del comienzo de la manifestación se apostaban ya dos decenas de lecheras en la calle Fuencarral, y las dos chicas que portaban la pancarta fueron detenidas antes de dar comienzo la protesta, en la Plaza del Dos de Mayo. Con todo, la manifestación se puso en marcha, según relataba entonces la agencia UPA:

Tras diferentes episodios por todas las calles del barrio y de la Gran Vía, fueron detenidas 57 personas, que se distribuyeron entre las comisarías de Luna y  Moratalaz. De ellas, tres personas ingresaron en prisión a espera de juicio, acusadas de delitos de atentado, desórdenes públicos y daños.

Los periódicos de la época no dudaron en responsabilizar directamente al Kolectivo Malasaña y a Lucha Autónoma de los altercados, insinuando relaciones de los autónomos con el GRAPO y Jarrai.

Lo cierto es que diferentes asociaciones de hosteleros y vecinos de Malasaña firmaron un comunicado conjunto contra la violencia policial desplegada en el barrio durante la jornada del 20 de marzo. En él se afirmaba que “se alteraba de forma violenta el normal discurrir de su trabajo cuando en algunos establecimientos entró la policía golpeando y desalojando a los clientes que en ese momento se encontraban en el interior del local disfrutando como otro viernes más, de una noche de marcha en Malasaña.”

Entre los locales que firmaron el escrito aparecían Bar 2 DE, Tupper Ware, Triskel, Bar El Pozo, Mesón Galego, El Ultimo Bar, El Maño, La Pulperia, Tetería Leannan, Mastropiero, Arte con té, Pizzería Mastropiero, Ekkaia, Only you, Corto Maltés, Babel, o la Pizzería Maravillas.

El Defensor del Pueblo, Fernando Alvarez de Miranda, formuló una queja por las condiciones irregulares de las detenciones en la comisaría de Luna, que tuvo que dejar de funcionar como centro de detención por no tener las condiciones mínimas para ello.

La tarde del 27 de marzo unas 3000 personas se manifestaron por el centro de Madrid bajo el lema Toma la Calle, okupa el espacio. La manifestación, que transcurrió de la plaza de Jacinto Benavente a la Plaza de la Villa, discurrió sin problemas, aunque un par de jóvenes fueron detenidos por policías de paisano en la plaza de la Luna por llevar pancartas cuando llamaban desde una cabina.

Pasaba por aquí

Lucía -vecina hasta que la subida de precios la expulsó de Malasaña-,  exprimía sus recuerdos juveniles frente al artículo conmemorativo de Contrahistoria:

Uno de los recuerdos más vívidos que posee el que escribe este artículo es un litro de cerveza explotando sobre el casco de un policía antidisturbios, en las inmediaciones de Barceló. En mi cabeza fue -y sigue siendo- a cámara lenta, a pesar de que a mi alrededor todo chocaba entre sí a gran velocidad.

Lo comento con amigos de aquella época que, como yo, eran peregrinos frecuentes en Malasaña. El relato de cómo la noticia de una manifestación llegaba a un parque de barrio y de cómo el relato, ya cargado de tintes míticos, volvía al mismo parque, daría para otro artículo. El centro no puede existir sin su periferia. Aquello que decía Lefebvre sigue siendo, de alguna manera, consustancial al ser centro.

Muchos sólo pasábamos por allí. Bueno, algunas veces no, algo sabíamos o algo imaginábamos, pero da igual. Queda hoy este artículo un tanto atípico, que no pretende juzgar ni analizar –no lo rehuimos, en otro momento tocará-, y que nace de constatar que mucha gente pasaba por allí y tiene recuerdos de fuego y vidrio que también son Malasaña.

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