Los cafés literarios, o cafés tertulia están de capa caída en Malasaña. Tras el reciente cierre del emblemático Café de Ruiz (calle Ruiz 12) podemos constatar que son una especie en peligro de extinción, al menos tal y como los conocimos. Salvo honrosas excepciones, como el Manuela (calle San Vicente Ferrer) y el Ajenjo (Galería de Robles), el resto de cafés de estilo vienés que proliferaban en el barrio no hace tantos años, y que surgieron después de la dictadura imitando a los que se podían encontrar en Madrid a principios del siglo XX, han ido cerrando o, en el mejor de los casos, con nuevas direcciones, han sido sometidos a procesos de chapa y pintura que, respetando más o menos su estética, los han actualizado tanto visual como conceptualmente: El Parnasillo (actual Varsovia Bar, calle San Andrés) podría ser ejemplo de esto último de lo que hablamos.
Con el Café de Ruiz aún no se sabe realmente lo que pasará, más allá de tener asegurado que seguirá como café y que conservará el nombre. El establecimiento ha sido adquirido por un grupo de socios entre los que se encuentran quienes no hace mucho se hicieron cargo de un establecimiento con tanta tradición como O Compañeiro (Calle San Vicente Ferrer) y cuyo aspecto general respetaron bastante al convertirlo en Casa Macareno. Llevan un par de meses de obras en el local y la expectación crece: ¿qué será de las maderas nobles del local, el terciopelo de sus sillones, sus mesas con tablero de mármol y pie de hierro, las lámparas estilo 1900 y de sus tulipas? En cualquier caso, quizá lo que más peligro corra sea el carácter de refugio de tertulias de todo tipo y de talleres y encuentros de literatura que tenía el lugar. Si bien, por el momento, esto no son más que suposiciones, el modelo parece agotado en un contexto en el que no renta que un cliente permanezca demasiado tiempo en un mismo lugar.
¿Modelo de negocio agotado?
¿Modelo de negocio agotado?
El dueño del cercano Café Ajenjo, Helios Mata, uno de los supervivientes de estos cafés surgidos durante la Transició,n tiene claro que su formato de negocio funciona pero que de no ser porque él es a la vez el dueño del local no podría mantenerlo. “Con los alquileres que se piden por ahí no hay manera de salir adelante”, indica. Curiosamente, Jesús Guerrero, dueño del otro café resistente al que nos hemos referido con anterioridad, el Café Manuela, es también propietario del local en el que se ubica. Roberto Rayo, quien gestionaba el Ruiz hasta hace nada, no tenía tanta suerte y reconoce que el negocio funcionaba, pero que el alto precio de la renta mensual que tenía que pagar por el local le exigía tener que echar más horas de las deseables para cuadrar cuentas.
Un hecho destacable que, finalmente no ha quedado más que en anécdota es que también este verano, justo cuando cerró el Café de Ruiz, el Café Manuela también permaneció cerrado algo más de 15 días haciendo saltar todas las alarmas. Sin embargo, su dueño aclaró enseguida a Somos Malasaña que el negocio va viento en popa y que habrá Manuela para rato, ya que el cierre sólo fue para acometer una puesta apunto general del local que ha incluido, incluso, retapizado de sillones, limpieza de bronces y pulido de los mármoles de todas y cada una de sus mesas.
Haciendo memoria, en la más reciente lista de bajas que ha habido en Malasaña de este tipo de cafés surgidos en los años 70 del pasado siglo encontramos al Café Isadora (calle Divino Pastor), que cambió de manos hace un año, aproximadamente, tras la jubilación de su dueño y que hoy es una cervecería. También se podría incluir en esta lista a la histórica Tetería de La Abuela (calle Espíritu Santo), de la que hoy, transformada en un colmado-taberna de un hiriente color azul, apenas quedan más que las baldosas hidráulicas de su suelo.
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