Malasaña años noventa: nuestros recuerdos en río

Malasaña, el barrio de La Movida: un eslogan repetido una y mil veces. Y de ahí a ahora, a la Malasaña hipster y ¿gentrificada? El barrio de moda, lleno de tiendas de ropa y diseño. De galerías y librerías también ¿Y en medio? ¿Qué nos llevó aquí en los noventa? ¿Fue esa una década de transición o una década importante para el barrio?

En Somos Malasaña pensamos que fue mucho más que el indie. Es también la época que -por edad- nos toca más de cerca a los miembros de la redacción, la que vivimos más intensamente y, por ello también, de la que tenemos recuerdos más parciales: menos objetivos. Por eso, precisamente, para este tiempo, hemos pedido prestados los recuerdos de muchos lectores – a los que hemos preguntado a través de Facebook y Twitter – recuerdos en río a los que hoy tratamos de dar forma para conformar una memoria (una, colectiva pero solo una de las posibles) de la Malasaña de los noventa.

Cómo cambiaron las calles

Cómo cambiaron las calles

A raíz de el Plan de Rehabilitación del Centro de Madrid del 87 y los sucesivos esfuerzos municipales por adecentar un centro urbano que se caía a cachos y se despoblaba a ritmo endiablado, Malasaña fue cambiando de fisonomía. Se rebajaron bordillos, se renovaron las aceras, se plantaron algunos árboles y se redujeron las plazas de aparcamiento. La renovación de las fincas se llevó a cabo a través de subvención. Julio nos lo cuenta así:

Las obras...una obra continua durante casi toda la década... el plan de rehabilitación fue en aquellos años, primero hasta San Vicente Ferrer, luego hasta la calle del Pez y finalmente el tramo hasta Gran Vía. Casi todas las comunidades de vecinos se pusieron a arreglar su finca (las ayudas eran muy altas y a la vez el Ayuntamiento arreglaba las calles) Quedó muy mono... desaparecieron las aceras elevadas quedando a ras del suelo y se separaron de la calzada con bolardos... y desaparecieron miles de plazas de aparcamiento, pero los peatones salimos ganando. No recuerdo el día exacto, pero hubo una especie de fiesta cuando terminaron... aquella noche el barrio se transformó, como era habitual, pasaba de ser casi un pueblecito al centro de la movida. A la mañana siguiente todas las calles estaban llenas de pintadas... no dejaron ni un rinconcito sin hacer un graffiti

Una Malasaña más áspera

Una Malasaña más áspera

Un poco más pueblo, un poco más insegura. Seguramente un poco más excitante también. Encontramos retazos de aquel barrio en algunos libros: en Un buen chico, de Javier Gutierrez, en las Historias del Kronen de Mañas, o en Ray Loriga.

Algunos de los lectores a los que hemos preguntado les asaltan estos recuerdos:

Los yonkis; el polen que pasaban los moros del dosde que nos alegraba las pellas; los minis de calimocho del Lozano de los viernes a mediodia; los timbales y las hogueras (en el Dos de de Mayo); garitos, conciertos, cargas policiales, los setos que había en San Ildefonso, chupas de cuero, botellón...Los locales con los oficios de toda la vida: carpinteros o sastres. También los antiguos autobuses rojos alargados de la EMT, el aspecto de “vieja” de la parada de metro de Tribunal, los bares llenos a la hora de la cerveza del mediodia.

El indie y el punk

El indie y el punk

El concierto de Los Planetas en la Sala Maravillas en 1993 podría considerarse el descorche de una botella – el indie- que emborracharía las noches de aquellos años. Y el Siroco, donde se empezó a hablar por aquí del Xixón Sound o del Sonido Donosti. Y Carlos y Gema Subterfuge por todos lados. Y el YaSta, y el Tupperware y... también el punk, por supuesto. Punk más anglo, a lo Nueva Visión, y los punkies en las calles, a lo litro de Mahou.

Hoy en Malasaña la música en directo languidece, con las presiones del ayuntamiento a los locales y el reinado de los Djs.

Algunos lectores recuerdan así aquellos locales y sus noches:

Recuerdo ir al Penta a pillar cacho, porque era donde había que ir si querías pillar cacho. Por supuesto, nunca pillé cacho; Música de Extremoduro y Platero. Ya no quedan garitos heavy. Los indie mataron el punk; El Rey Lagarto que fue el templo del grunge mainstream en la segunda mitad de la década, el American Pie que solo ponían Led Zeppelin IV y el plátano de la Velvet; El Maravillas, sin duda. Y el Garaje Sonico, el Mercurio, el Nueva Visión, la Vaca Austera, Corto Maltés... El Morguen... El Sister Ray...El Grial, que hoy es el Sideral, con el concierto de La Vacazul...; minis y bravas en el bar La Pepita, con sus posters de pelis; el Patiburrillo; la tetería Nanai; San Mateo 6, el garaje y el grunge en pleno apogeo; el Bremen y su gran camareta Eloy, punto de encuentro y cañita. Luego El Maragato, tascorro, luego un vermut de caña con anchoa y sobre las 11 mus en Casa Julio; El Bar Indian en la Calle del Tesoro; la primera siempre en los ginkases, licores con pasteles de colores en el Madroño, La Vía, el Hotel California y mucho Marx Madera; Al gran Tomás en El Fantasía, asturiano, frente a La Vaca Austera. Escanciaba vodka en vasos de chupito; Borroso. Y lo que no está borroso doble. Y lo que ni borroso ni doble...no se puede.Penta Extremoduro PlateroRey Lagarto American PieEl MaravillaGaraje SonicoMercurioNueva Visiónla Vaca Austera, Corto Maltés... El Morguen... El Sister Ray...El GrialSideralLa VacazulLa PepitaPatiburrilloNanai San Mateo 6Bremen El MaragatoCasa JulioBar IndianMadroñoHotel CaliforniaMarx MaderaTomás El Fantasía

Gentes de Malasaña

Gentes de Malasaña

Antes de los bigotitos y las bicis fixie, en Malasaña lo que se llevaba era el cuero. Eso y diferenciarse. Porque el punki vestía de punki, el sharpero de sharpero, el rocker llevaba tupé y a todos te los podías encontrar juntos en La Pepita, mítica taberna de la Corredera de San Pablo. Luego estaban los vecinos de toda la vida, claro, gente de un barrio céntrico, de comercio tradicional. Muchos siguen por aquí, otros no reconocerían hoy sus viejos pisos sin tabiques. Lofts. Había también – Madrid era un sitio más gris y acaso de verdad – fauna solitaria de pensión y de barucho, ajena a todo tipo de escena. Y yonkis que vivían el bajón después de los ochenta.

Había también grupetes de amigos hoy muy reconocibles. Gentes del mundo de fanzine hoy a nómina de suplemento cultural, con gusto musical entre el garage y el tonti pop (hacia el final de la década). El contrato discográfico de los Meteosat de Borja y Diana (y Nacho Escolar) dio para muchas horas de conversación. Por aquellos noventa llegó también al barrio el templo: Madrid Cómics.

Por La Vaca Austera – que regentaban los de Def Con Dos – paraban Lucía Etxeberría, Julián de los Siniestro o Alex de la Iglesia, que acabó por encargar a los de César Strawberry la banda sonora de su ópera prima, Acción Mutante, cuando el grupo casi ni existía. Y otra pandilla, en la segunda mitad de los noventa, la de los Amenábar y Mateo Gil, que celebraran sus Goyas en su cuartel del Pepe Botella.

Mi Malasaña de los noventa es también un no-lugar borroso, una colección de estampas parciales y difuminadas. La memoria de un turista: un viejo vecino de Conde Duque emigrado al Barrio del Pilar que redescubría un barrio fascinante en los años de descubrirse uno mismo.

Una riada de estampas. Recuerdo barricadas los días de mani antifascista (los cierres a medio subir, y la policía entrando a los bares a sacar a jóvenzuelos uniformados ). Gente con cresta avisando de que había cerdos (neonazis) de caza. Ynestrillas en un coche en una ocasión. Yo vivía esas calles de forma muy politizada. Y no era raro. Olor a pis, mucho olor a pis y vómito. Recuerdo que los bares de viejo no eran una extravagancia molona, sino el paso previo natural antes de los rock bars. Recuerdo también noches enteras sin entrar a ningún bar. Y de principio a fin – siempre -La Vía o el Nueva, más o menos igual que ahora pero con menos guiris. ¡Ah! y futbolines en El Laberinto. Recuerdo que existían los minis, que la gente ya era demasiado moderna para mí de todas formas. Recuerdo una rudimentaria máquina para jugar a darse calambres eléctricos en el Sister Ray, que la plaza de San Ildefonso se llamaba del Grial (y a fe que era otra bien distinta). Recuerdo que las hamburguesas del Lozano eran nuestras porciones de pizza al corte y los primeros kebap que yo vi en esta ciudad. Recuerdo botellones bien macro en Barceló, donde la gente era un poco más como de Alonso Martínez. Recuerdo vendiendo pañuelos allí al mismo señor que los vendía también en los botellones del Dos de Mayo. Recuerdo algunas calles más solitarias que hoy en las que nunca pasé miedo, gente sentada en los portales de Velarde. La sensación de poder descubrir siempre un nuevo bar que llevara ahí un lustro. Recuerdo llamar a algún garito para poder entrar. Recuerdo unos rastas que parecían de Kingston con un cuentagotas y trocitos de cartón en un cuartito de La Pepita.mani cerdos rock barsdel Grialmacro como de Alonso Martínezrastas

Recuerdo cosas tan concretas (tantas) que hoy, me salto a la torera las líneas de la sección Con Historia, para ofrecer una letanía de imágenes mezcladas que nuestros lectores han querido compartir con nosotros. Una de tantas.

P.S: ausentes imperdonables que nos han recriminado (algunos estaban en nuestra cabeza pero no encontraron acomodo, otros estaban pero no lo recordábamos, otros no los conocíamos o, simplemente, no fueron citados por nuestros lectores.

El Jazz Madrid, Joaquín, a quien “si no dimos alguna vez unos centimillos es que no tenemos corazón”, el Más Allá, Casa Camacho, el Flamingo, Kike Turmix, el Pele (búsquenlos en el periódico:aparecen), La Mina, ¡el Ágapo!, El Puerto, el Malandro, el No Fun, el Supergen en Ruiz, al Sportivo, el Doble Cero, el Norton, el Ali Fanfarón (San Ildefonso, en la esquina donde ahora está el sitio de pizzas para llevar), El Gran Vuelo, el Down, el Maragato (en el que ya tomaba bocatas de anchoas mi padre de niño), Isabel con sus vestidos negros ultra ajustados y su pelo cardado joder, bailando en los garitos de garage, el Feito, la okupa de Valverde, el Louie Louie…