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El botellón y los ruidos toman Malasaña a la vez que descienden las multas: “Nunca hemos dormido tan mal”

Vigilancia policial en la plaza del Dos de Mayo el pasado fin de semana

Diego Casado

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“Madre mía, esta noche es llamada tras llamada, todas las plazas están llenas de gente bebiendo, deberían sacar al ejército”. La que dice estas palabras es una de las operadoras del 092 de la Policía Municipal de Madrid, durante la madrugada del pasado sábado a domingo. Contesta a las 3.20 horas a una vecina que pide que los agentes disuelvan el botellón de las decenas de personas que se han instalado bajo su ventana a continuar la fiesta, con música por altavoces y un jolgorio tan grande que ha despertado a los que viven alrededor.

La estampa descrita no es una excepción este verano, durante el que se están produciendo numerosos episodios de incidentes relacionados con fiestas en las calles y noches de insomnio vecinal, especialmente en el corazón de la capital. Muchos vecinos consultados por Somos Malasaña califican la situación como “la peor” vivida en este barrio en mucho tiempo y aseguran que el nivel de jaleo ha subido varios puntos respecto a lo que era habitual en una zona con abundante oferta de ocio nocturno. Las llamadas a la Policía por botellones ruidosos empiezan el lunes y se suceden a lo largo de todos los días de la semana, hasta llegar al fin de semana, cuando la centralita de la Municipal colapsa.

Aunque es difícil establecer un único origen para estos problemas, la falta de efectivos suficientes que controlen los desmanes es uno de los más evidentes. Lo confiesan los agentes desplegados en las calles cada noche, cuando hablan con los vecinos, y lo confirman los datos, que muestran un descenso del 21% en el número de multas impuestas este verano en Madrid por consumo de alcohol en la calle con respecto al mismo periodo de 2020.

Durante los meses de junio y julio de este año (aún no se han publicado los datos de agosto), la cantidad de sanciones abiertas por beber alcohol en la calle es de 2.368 en el distrito Centro, frente a las 2.999 registradas por la Policía Local en los mismos meses del año pasado, los primeros después del confinamiento por la pandemia.

Como Centro es la zona que más multas de este tipo concentra en los 21 distritos de Madrid -una de cada cuatro- , la tendencia en el descenso de multas en la capital con respecto al verano de 2020 es la misma, aunque el descenso es menor (14%), ya que en otros lugares las intervenciones policiales no han bajado tanto.

El siguiente gráfico muestra la evolución de las multas por consumo de alcohol en vía pública durante 2021 (línea roja) respecto a las de 2020 (línea de puntos naranja). Las cifras correspondientes a marzo, abril y mayo del año pasado son excepcionalmente bajas debido al confinamiento estricto al que se vieron obligados los madrileños por la incidencia de la COVID-19:

Las cifras demuestran que hay menos multas por hacer botellón, pero para darse cuenta de la falta de efectivos policiales lo mejor es bajar a la calle para comprobar sus efectos y cómo actúan sobre el terreno los que intentan paliar las molestias de los botellones con pocos medios, dentro de un juego de persecuciones en el que casi siempre pierden.

Al ratón y al gato por las calles de Malasaña

Parque de Conde Duque, medianoche del viernes 27 de agosto. Una patrulla de la Policía Municipal se aproxima a esta zona verde, donde un centenar de jóvenes hace botellón en su parte baja, sentados en los bancos junto al campo de fútbol. Dos agentes han encendido antes las luces de emergencia de su coche para alertar de su presencia y se dirigen al punto de reunión.

En ese momento, más de medio centenar de personas -todos muy jóvenes, en torno a los 18 años- se levantan con sus bebidas y salen del parque por el extremo opuesto al de la Policía. Lo hacen con calma, observando los movimientos de los agentes, manteniendo unos 50 metros de distancia con ellos, para echar a correr si hiciera falta. Los policías pasan por en medio de los que se han quedado sentados, que no tienen bebidas alcohólicas a la vista, y dirigen sus pasos hacia los que se han marchado, que ya van camino de Alberto Aguilera para esquivarlos del todo, dar un rodeo por la manzana y volver al parque hasta que pase otra patrulla.

La escena se repite en otros dos lugares donde hay coches de policía esta noche en Malasaña. Los jóvenes no se acercan a los agentes, pero hacen botellón en los alrededores o deambulan de plaza en plaza para encontrar algún lugar libre de las miradas de los agentes: “¿Alguien ha traído altavoces?”, pregunta una chica a su grupo, al paso por la calle Quiñones, camino de Comendadoras. “Poned a La Zowi”, pide otra. Al fondo, ven las luces azules del cuerpo de seguridad municipal y se frenan, pensando en buscar otro destino, pero mientras discuten hacia dónde ir, el coche de Policía sale disparado por algún aviso y les deja vía libre. “Al final solo había que esperar un poco”, dice contento otro joven de la pandilla.

Los grupos de decenas de jóvenes con litronas y cartones de vino en mano pasan junto a las abundantes mesas de terraza todavía abiertas -cerrarán a la una- donde también se consume el mismo alcohol, pero con bulo legal y a un precio mayor que el que han pagado ellos. El juego nocturno del gato y el ratón entre policía y la gente que quiere seguir la fiesta solo acaba de empezar e irá a más a partir de las 3.00 de la madrugada, cuando todo el ocio nocturno cierra debido a las medidas anticoronarivus decretadas por la Comunidad de Madrid. Es entonces cuando se produjo la llamada reseñada al principio de este artículo y centrada en la Plaza del Rastrillo, uno de los puntos por donde la policía se pasa poco y acuden parte de los que intentan hacer botellón en el Dos de Mayo, con mayor vigilancia.

“Antes era los fines de semana, ahora es permanente”

Pese a la casi continua presencia de un coche de la Policía Municipal junto a ellos, esta noche el monumento a Daoíz y Velarde luce una litrona en el lugar de sus espadas y una bolsa en su cabeza, como muestra del descontrol general que se sucede durante las madrugadas. Allí vive Irene, que cuenta la “tortura” que sufre desde que se va el sol: “No me canso de llamar a la policía noche tras noche, entre las 3.00 y las 6.00 de la madrugada, de lunes a lunes desde que quitaron el toque de queda, da igual el día. Antes era los fines de semana, ahora es algo permanente”.

La situación, con altos y bajos, se viene repitiendo todas las semanas desde la noche del 8 al 9 de mayo. Ese sábado, a las doce, acabó el toque de queda y miles de personas salieron a celebrarlo con un botellón masivo en las plazas de la capital. En Malasaña el gentío era tan abundante que, al principio, la Policía Nacional intentó disolver las concentraciones con cargas y persecuciones en sus furgones. Después, los escasos agentes desplegados soportaron pitos e insultos cada vez que pasaban por algunas plazas del barrio como la del Rastrillo. Incluso les llovían vasos y botellas sobre sus vehículos cuando las cruzaban.

La situación se ha mantenido durante todos los fines de semana en diversas zonas de Madrid, mientras los vecinos saturan las líneas telefónicas de la Policía Municipal, encargada de controlar el ruido y el botellón, y la fiesta toma las calles al cierre de los locales de ocio. Primero a la una, luego a las tres. “Lo sentimos, en Centro y Chamberí no damos abasto”, dicen los operadores al otro lado de la línea. “Nunca hemos dormido tan mal”, cuentan los ciudadanos contactados por Somos Malasaña.

Irene, la vecina del Dos de Mayo que hablaba antes, cree que desde el Ayuntamiento no se está haciendo todo lo posible para frenar estas algaradas nocturnas: “¿En que mundo vivimos en el que le piden los papeles en plena luz del día al maestro Antonio López por hacer arte y no le piden un papel a quien rompe un contenedor o vende alcohol de forma ilegal? De quien dependa todo esto está dando manga ancha y esto cada vez se parece más a Mad Max”, se queja.

Otros vecinos relatan situaciones similares, que incluyen gritos a deshoras, desperfectos en mobiliario urbano y en coches, e incluso gente que esconde sus bebidas alcohólicas en sus contenedores para -suponen- ponerlas a salvo de un posible control policial. O las abandonan porque después, cuando pasan los controles, pueden comprarlas fácilmente a los lateros que pasean por la calle o en las muchas tiendas de alimentación que dispensan alcohol durante toda la noche, pese a que tienen prohibido hacerlo desde las 22.00 horas.

“Por aquí pasan dos o tres veces cada noche”, cuenta Víctor, vecino de la calle Quiñones y que grabó el vídeo insertado un poco más arriba. Las imágenes son de la madrugada del domingo a este mismo lunes, pasadas las tres de la madrugada. Era la primera vez que grababa algo así después de meses de padecerlo. “Estos eran bastantes tranquilos, porque otras veces tiran contenedores, golpean cosas... la música con los altavoces la llevan siempre, eso sí”.

Víctor relata que también insultan a los vecinos que salen a las ventanas para pedir silencio. Él prefiere no hacerlo ni ha llamado nunca al 092 para denunciar. Como muchos otros del barrio, suspira, cierra la ventana y se pone tapones en los oídos para intentar volver a conciliar el sueño.

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