Los vecinos del entorno de Conde Duque llevan mucho tiempo hartos de los ruidos que se montan debajo de su casa, fruto de los botellones. Cada noche, especialmente durante los fines de semanas, se concentran en el parque del mismo nombre situado al norte del centro cultural, aunque también alcanzan otras calles como Quiñones o la plaza Guardia de Corps, como ha venido publicando el periódico Somos Malasaña en varios reportajes a lo largo del verano.
El pasado domingo, hartos de esperar una solución, decenas de habitantes de la zona se concentraron en el parque Conde Duque para visibilizar su enfado. El objetivo era completar un vallado humano alrededor del parque, pero el encuentro derivó en una asamblea improvisada entre vecinos. Algunos se conocían y otros se ponían cara por primera vez, mientras comentaban el jaleo de la noche anterior, que había sido “tranquila” para el Ayuntamiento en el resto de la ciudad pero que allí había sido un pequeño infierno de ruidos y vandalismo, como desde hace tiempo sucede en esta zona de Madrid.
Lo de hacer un vallado humano era por la verja con la que está previsto rodear el parque, la solución que ha pensado la Junta de Centro para intentar frenar las molestias. Costará 105.934,28 € y se empezó a instalar este miércoles, después de que el Ayuntamiento adjudicara a la empresa Cyopsa el contrato para su colocación, el pasado 4 de octubre.
“Queremos que nos vallen el parque, pero no trasladar los botellones a otros sitios del barrio”, explicaban los vecinos en sus turnos de palabra. Entre los participantes había familias, vecinos mayores, otros más jóvenes... la mayoría cree que mover a los que montan jaleo por la noche no va a resolver un problema muy enquistado en el barrio, “porque luego se atrincheran en otras calles, no queremos que los vecinos de Amaniel, o de Quiñones se coman el marrón” y reclaman una actuación global que vaya desde su parque hasta el Dos de Mayo. “A quién hay que tirar de las orejas es a los políticos. Hay una presidenta que está alentando a los botellones”, lamenta otro. “Solo les importa la imagen. No pierden el sueño por nuestra falta de sueño”, añade un tercer. Aunque el tono general es el de intentar que la política no se mezcle en sus reivindicaciones, por lo que muchos piden dejar fuera la ideología de su causa.
Fuera de la asamblea, una charla con varias vecinas participantes sirve para palpar la desesperación ante las noches sin dormir, llenas de sobresaltos por el ruido y los golpes. El panorama que describen primero y muestran con fotos y vídeos después es desolador: gente metiéndose rayas en los capós de los coches, jugando a subirse a los balcones hasta tocar los cristales de los pisos, altavoces con ruedas que pasean por delante de la policía... “ocurre a las tres, las cuatro, las cinco de la mañana”, relatan con hastío. “Dicen que hacen botellón porque no tienen dinero, pero a las cinco de la mañana llegan los Uber a recoger a las niñas, que van monísimas y con una tajada impresionante”, relata una vecina.
Los botellones derivan muchas veces en violencia contra el mobiliario urbano o lo que conviertan en objeto de sus iras. Ha habido incluso agresiones homófobas. Hace unos días, un grupo de gente que participaba en ellos contestó a las quejas de los vecinos que los increpaban saltando sobre un coche y abollándolo en la calle Baltasar Gracián. “Yo no me enfrento a ellos porque son muy agresivos”, explica a Somos Malasaña una habitante de la zona.
“Todo el mundo ha hecho botellón, pero cuando molestábamos nos íbamos. No nos tenía que echar la policía”, se queja otra que narra cómo los que allí se juntan “vacilan” a los agentes. “Se les escucha decir ¡ya viene el del papel, firmamos que luego no llega a casa!”, denuncian. Pese a que la mayoría de participantes no pasan de los veintipocos (dicen que acuden muchos adolescentes también), el vecindario no quieren echar la culpa de lo que pasa a todo el colectivo. “Nada de los jóvenes, no son todos. Mi hija tiene 18 años y anoche estuvo estudiando para los exámenes. No hay que criminalizar a todos”, añade otra persona.
El parque es desde hace mucho lugar de encuentro de los jóvenes madrileños. Conocido por algunos como el Trinchi, su campo de fútbol -que fue ampliado para hacerlo reglamentario durante la última reforma- lleva décadas acogiendo partidos informales, mientras que sus bancos han servido para pasar muchas tardes y también algunas noches. Los botellones siempre existieron, pero nunca fueron tan masivos como en los últimos tiempos: “Los problemas se ha acrecentado muchísimo desde mayo, a partir de que decayera el estado de alarma”, confirman los vecinos, que ahora quieren “un un parque de familias, de vecinos, para perros, no de botellones”.
Para conseguirlo, van a seguir llamando a la centralita de la Policía para frenar las concentraciones alcohólicas, están planeando enviar una carta conjunta a Almeida para que les escuche, y se muestran dispuestos a protagonizar más movilizaciones: “Si tenemos que venir aquí todos los domingos, venimos”, proponía uno de ellos durante la asamblea.