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Visitando el balcón de las oscuras golondrinas en el 150 aniversario de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer

Antonio Pérez

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A las 10 de la mañana de un 22 de diciembre de 1870 moría en Madrid, a los 34 años, Gustavo Adolfo Bécquer. Hoy, justo un siglo y medio después de aquella fecha, muchos de los versos del poeta siguen vivos en nuestra memoria, con los de la rima LVIII a la cabeza. 

En tan redonda efeméride nos situamos en la madrileña calle de Libreros para mirar hacia el balcón donde volverían las oscuras golondrinas sus nidos a colgar, que existió en realidad y aún hoy sigue en pie en el segundo piso del número 5 de la citada vía, de dar por bueno lo que afirma el crítico literario Juan Carlos de Lara, que llegó a esa conclusión en 2019, tras años de investigaciones.

En ese balcón, un día de otoño de 1858 quiso el azar que Bécquer encontrara asomadas a dos hermanas, Julia y Josefina Espín. Testigo de aquel encuentro, origen de una de las poesías españolas más populares de todos los tiempos, fue su amigo y periodista Julio Nombela, quien años después lo narró con detalle:

 “Proseguimos hacia la calle de la Flor Alta, frente a la cual había una casa de vecindad de muy buen aspecto desde cuyos balcones se veía la calle ancha de San Bernardo.

Cuando pasamos estaban asomadas a uno de los balcones del piso principal dos jóvenes de extraordinaria belleza, diferenciándose únicamente en que la que parecía mayor, escasamente de diecisiete o dieciocho años, tenía en la expresión de sus ojos y en el conjunto de sus facciones algo de celestial.

Gustavo se detuvo admirado al verla, y aunque proseguimos nuestra marcha por la calle de la Flor Alta, no pudo menos de volver varias veces el rostro, extasiándose al contemplarla“.

Lo escribió en el libro Impresiones y Recuerdos (1909-1912) pero la detallada descripción que realiza del momento hace que sea imposible que los balcones a los que se refiere coincidan con los indentificados por De Lara: el testigo ocular de su tiempo difiere del investigador actual y de ser cierto lo que dice Nombela el famoso balcón no seguiría en su sitio.

Por aquel entonces, la actual calle Libreros se llamaba calle de la Justa. Bécquer y Nombela iban a dar un paseo por la montaña del Príncipe Pío cuando de camino se toparon con las hermanas Espín. Después de aquel encuentro, ambos jóvenes, que en aquella época tenían 22 años, repetirían trayecto de forma recurrente con la esperanza de encontrar en el mismo balcón a las mujeres, algo que “sucedía casi siempre”, según el periodista.

Nombela también dejó escrito que el sevillano encontró en Julia Espín “la mujer ideal de las leyendas que bullían en su mente” y que en ella vio “la encarnación de la Ofelia y la Julieta de Shakespeare, la Carlota de Goethe”.

En su reciente investigación, De Lara sigue las pistas que ofrece Nombela para situar claramente el balcón de la rima LIII en la antigua calle de la Justa, pero en los números 21 y 23 -número 5 de la actual Libreros-, donde en el padrón municipal encontró pruebas de que estuvo el hogar de los Espín, célebre lugar donde se organizaban tertulias musicales.

De este modo, cree De Lara que o bien la memoria traicionó a Nombela o bien éste “urdió una falsedad para erigirse como testigo excepcional de la historia de amor más trascendental de la poesía española del siglo XIX”, según afirma en un artículo publicado en la revista La Gatera de la Villa.

Sobre estas suposiciones, el historiador de Carpetania Madrid Juan Carlos González, nombelista confeso, recuerda que Julio Nombela había nacido en la misma calle de la Justa, por lo que la conocería bien y no tendría fallos graves de memoria como los que habría sufrido de ser cierto lo que afirma De Lara. “Sería asumir que el autor incluso habría llegado a confundir la altura donde se encontraba el balcón al que Julia Espín se asomaba, que sitúa en un principal, un primero, mientras que De Lara lo ubica en un segundo”. De idéntico parecer es el investigador y divulgador Eduardo Valero, autor del blog Historia Urbana de Madrid.

González, sin poner en duda la investigación de De Lara, da toda la credibilidad del mundo a Nombela tanto por su cercanía a Bécquer como por la precisión que marcó toda su obra periodística y literaria. “Cierto es que grandes cronistas como Mesonero Romanos se inventaban cosas de vez en cuando y que el mismo Pérez Galdós no hizo siempre crónicas infalibles. Quizá Nombela pudiera mentir, pero no tenía motivos para hacerlo y también hay ocasiones en las que son los padrones municipales los que fallan”, asegura el historiador.

La número LIII, junto al resto de Rimas y a las Leyendas, no fueron publicadas hasta después de la prematura muerte de Bécquer, sucedida oficialmente por tuberculosis, pero que muy probablemente fuera a causa de una enfermedad venérea y que su amigo Nombela achacó, discreto, a una “fiebre infecciosa”. El libro póstumo lo situaría en el Olimpo de la poesía patria, convertido en el bardo por antonomasia del romanticismo tardío español.

150 años después de su adiós terrenal, algo de Bécquer queda pululando por Libreros.

Los Bécquer, en el Museo Nacional del Romanticismo

Tres meses antes de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, falleció su hermano Valeriano, pintor cuya fama ha quedado a la sombra de la del poeta. Como este 2020 se cumplen los 150 años de la desaparición de ambos, el Museo Nacional del Romanticismo ha programado una serie de actividades para ponerlos a ambos en valor.

Además, desde esta institución, situada en la calle San Mateo de Madrid, aseguran que ambos estuvieron muy unidos, tanto personal como profesionalmente, estableciendo una relación literatura-dibujo que frecuentemente se plasmó en la prensa de la época, con colaboraciones en las que Gustavo ponía texto a los grabados de Valeriano.

A esa perfecta unión fraternal debemos también que la imagen más icónica que de Gustavo ha llegado hasta nuestros días sea el retrato del poeta que pintó Valeriano, que con el paso del tiempo acabó ilustrando el billete de 100 pesetas de 1965. Y hablando de retratos, la colección permanente del Museo posee el que hizo Palmalori de un Bécquer en su lecho de muerte.