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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Olga Ramos y el Madrid del cuplé

Cuando Maravillas iba dejando paso a Malasaña, con el nacimiento de los movimientos vecinales, las fiestas populares rockeras, y los jóvenes de La Movida, Las noches del cuplé, casa de Olga Ramos en el 51 de la calle de la Palma, ya estaba allí, en otra dimensión del continuo estético cultural, como una cuña en la Malasaña nuevaolera.

Por aquel templo del género ínfimo pasaría el viejo Haro Tecglen –Eduardo– mientras su hijo Haro Ibars –otro Eduardo- transitaría el Madrid más contracultural. En el acto de homenaje en el que se colgó una placa en 1993 estaban Manzano y Esperanza Aguirre, lo mismo que antes Tierno se la había llevado al balcón de la Plaza Mayor para el pregón de las fiestas. Era una forma de cantar mimosa y picarona que no entendía de colores.

Trinidad Olga Ramos (1918 - 2005) nació en Badajoz y desde muy pequeña quiso dedicarse a la música. Su familia le brindó una formación musical académica, primero en Extremadura y luego en Madrid, viviendo ya en el vecino barrio de Chamberí.

* Escenas pertenecientes a la pelicula La última estación de Antonio Mercero que fueron grabadas en el local Las noches del cuplé

Su primer trabajo, con los hombres de la familia en el frente, fue poner música con su violín a películas mudas en el cine Bilbao. A partir de ese momento empezó una carrera itinerante con su violín y su garganta por salas de fiesta y cafés de toda España y Marruecos, donde enfermó tras beber agua de un aljibe. Luego volvió al café Universal de la Puerta del Sol, donde conoció a su marido, el director de orquesta Enríque Ramírez de Gamboa “Cipri”. En aquel escenario se quedaron veinte años.

Tras diversos avatares artísticos Olga Ramos fue contratada en 1968 como violinista en un restaurante romántico recién abierto en la calle de la Palma llamado El último cuplé. Un día un cliente la reconoció y le pidió que cantara un cuplé, el éxito fue a más y le permitió en 1978 comprar el local, que pasó a llamarse ya Las noches del cuplé. Allí recibió a personalidades a golpe de tonadilla picarona: desde la familia real a Gorbachov, pasando por Severo Ochoa o Gregorio Peces Barba.

En 1999, con la excusa de unas obras en la finca, cerró el local después de 31 años. Ni siquiera se respetó la placa de la fachada que unos años antes había colocado el ayuntamiento donde ponía “en la finca de este viejo rincón de Madrid, la vionista y cantante Olga Ramos con su arte mantiene vivo el cuplé”.

El Madrid del cuplé

Los mejores tiempos del cuplé habían pasado ya, de hecho varios autores han denominado las primeras décadas del siglo XX en la ciudad como el Madrid del cuplé. El género había sido prohibido por el franquismo aunque sobreviviera mestizado con la revista y otros espectáculos de variedades.

Ya desde el siglo XVIII habían sido muy populares los monólogos cantados por mujeres, como la jácara o la tonadilla, pero es a finales del XIX, cuando las formas cosmopolitas de couplet francés se mezclarían con los típicos dejes de desplante madrileños para moldear las formas hispanas del género.

Cuando hablamos de el Madrid del cuplé describimos una ciudad de tertulias y cafés, con sus cuitas entre liberales y conservadores o joselitistas y belmontistas. Un Madrid que, justamente, pretendía parecerse a París sin poder disimular los modales provincianos. Era una sociedad que vivía de cara a la noche pero impostaba escandalizarse con “lo inmoral”, y es en ese Madrid donde llegan esas “gordas”, esas “bellas señoritas” -dice un cuplé- con ropajes de París.

Estas mujeres fueron auténticas estrellas de sociedad y el género ínfimo se convirtió en acontecimiento anunciado en letrero luminoso. Una representación con sus letras picantes (algunas directamente pornográficas, o como se decía entonces sicalípticas), sus estrellonas del brazo de un torero, y también con sus coristas o artistas de segunda, protagonistas de un Madrid más sórdido.

Se podría considerar 1911 como el año de descorche de la moda, con la exitosa interpretación de Aurora Jaufret – La GoyaLa Goya – en el Trianón Palace, de havaneras tonadillas... y couplets del que sería luego uno de los compositores importantes del género, Álvaro Retana.

Luego llegaron La Fornarina, hija de guardia civil y lavandera, y gran estrella del género ; La Chelito, cubana de origen, que introdujo las rumbas en los espectáculos de variedades; Raquel Meller, la estrella española más importante de su tiempo, que tuvo grandes éxitos en Londres o Nueva York; la bonaerense La Argentinita, que fue prometida de Joselito y, cuando este murió en la plaza, pareja de Sánchez Mejías...

La mayoría de los teatros estaban en una zona delimitada por la Plaza de la Cebada, la del Carmen y los primeros números de Alcalá, para que la gente fuera de unos a otros. Era frecuente que, como quien hoy se encuentra en el metro con quienes vuelven de fiesta, se mezclaran la apertura de los mercados de San Miguel o de la Cebada con quienes salían de las últimas representaciones. Aquí cerca estuvieron el Madrid Cinema en Manuela Malasaña o el Fuencarral.

Eran lugares con mesas de mármol (algunas recicladas de lápidas de cementerio), ventiladores en el techo, humo de tabaco y penumbras. Unos eran de mejor nota, otros no tanto y algunos las dos cosas (como La Parisina, salón de té y sitio de citas de políticos y amantes).

Hoy el cuplé ha quedado reducido a anécdota de café cantante y tardes en la Pradera por San Isidro, pero hubo un tiempo en el que el Madrid nocturno jugaba a escandalizarse con los contoneos verderones de aquellas mujeres, auténticas reinas de el Madrid del cuplé.