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¿Qué fue de nuestras corralas?

“Hallábase el patio siempre sucio; en su ángulo se levantaba un montón de trastos inservibles, cubiertos de chapas de cinc; se veían telas puercas y tablas carcomidas, escombros, ladrillos tejas y cestos; un revoltijo de mil diablos…Cada trozo de galería era manifestación de una vida distinta dentro del comunismo del hambre; había en aquella casa todos los grados y matices de la miseria”

Esta nada amable descripción es la que Baroja hiciera de la corrala o casa de corredor en La Busca, la casa típica madrileña, hoy a menudo mimada de más por la literatura y la memoria del tipismo madrileño.

De las casas unifamiliares a los edificios compartidos

De las casas unifamiliares a los edificios compartidos

Ejemplos de arquitecturas directamente emparentadas con las corralas podemos encontrarlos desde el siglo XVII, cuando empezaron a aparecer por primera vez en Madrid edificios donde vivían varias familias. Hasta entonces, la vivienda unifamiliar era la predominante en el caserío madrileño. Aún antes, familias de artistas, gitanos y otros nómadas de los caminos habrían ocupado corrales y caballerizas de palacios o caserones nobles abandonados.

A medida que la población de la ciudad crecía, la idea de los edificios compartidos se le hacía más apetitosa a los constructores de la época. Las primeras versiones de casas de corredor, anteriores a las más típicas del siglo XIX, se inspiran claramente en la casa hidalga castellana que todos hemos visto, y que proviene en primera instancia de limpiar de ornamento la casa nazarí del último reino de Granada. Una casa de varios pisos articulada en torno a un patio interior con las habitaciones abiertas a corredores sostenidos por columnas y zapatas. Si nos fijamos bien, no es tampoco otro que el esquema de las plazas de los pueblos castellanos.

Aparecen ya en estos primeros momentos también los retretes comunes y las fuentes de agua en el patio para toda la vecindad (cuando la había), un patio que se va alejando del de las casas nobles castellanas para asemejarse más a un corral en su versión madrileña.

Es en el siglo XIX cuando las casas de corredor o de vecindad (las corralas) adquieren su personalidad verdaderamente diferenciada, predominando sobre todo en el distrito de la Inclusa (entre la Ronda de Toledo y Lavapiés). Universidad fue, después de Inclusa y Latina, el distrito donde mayor número de estas casas se podía encontrar.

La nueva de la casa de corredor no es otra cosa que la anterior casa en la que ha de caber más gente, ha de hacinarse el aluvión de personas que va haciendo crecer Madrid. Suben en altura (las hay que llegan a los nueve pisos), decrece el patio y la madera de la estructura cambia por el hierro. Por lo demás, continúan el esquema de corredores adintelados, el retrete único y la fuente del patio, que perviven para ser compartidos por un inquilinato formado sobre todo por jornaleros, cesantes o vendedores ambulantes.

Las nuevas vidas de las corralas madrileñas

En los años setenta y ochenta aún quedaban muchas de estas corralas, casi siempre en una situación de conservación deplorable. Hubo años en los que los caseros de Madrid dejaron caer por abandono medio centro para, en connivencia con la piqueta municipal, sacar mayor rédito al suelo.

Quedan unas cuantas de estas casas de corredor, en algunas no reparamos porque su exterior es 'convencional' (muy coherentemente con la moral del XIX, la algarabía se vivía hacia dentro y la normalidad se mostraba hacia fuera).

Algunas han sido objeto de reformas que han transformado su uso, frecuentemente para convertirlas en lugar de hospedaje. Así ha sucedido con algunos inmuebles en Lavapiés, y también recientemente en la costanilla de San Vicente, donde una corrala del año 1900 se ha convertido en un coqueto hotelito que ha mantenido la característica estuctura.

Ejemplos notables de revivir de corralas son la famosa de las calles Tribulete y Sombrerete en Lavapiés, declarada monumento nacional en 1977, o la de la calle de Carlos Arniches, en mitad de El Rastro, que alberga hoy el Centro Cultural La Corrala, donde se puede disfrutar del Museo de Artes y Tradiciones Populares.

En Universidad, existe un ejemplo curioso de casa de corredor emparedado entre el cuartel del Conde Duque y el Palacio de Liria. Fue construida por el duque de Alba hacia 1900 y además de servir, como otras casas de la zona de las que la duquesa aún es casera, para el personal de palacio, su patio fue concebido para albergar maquinaria, por lo que se presenta con un original aspecto industrial que la hace digna de visita.

Aquí mismo hemos hablado de otras corralas en el barrio con anterioridad (muchas nos las descubrió nuestro vecino Carlos Osorio), como la del número 16 de Divino Pastor, o la del número 20 de la calle de Velarde, que conserva la fuente y unas antiguas ruedas de molino en el patio. Hay más corralas en Corredera Alta de San Pablo, Espíritu Santo, junto a las Comendadoras... Lo que de verdad no hay –o no hemos encontrado- es un buen censo actualizado de ellas.

Las corralas representan la aportación más original de Madrid a la arquitectura civil contemporánea, fruto de las apreturas de una ciudad desordenada y escenario del Madrid más popular, combinan el buen recuerdo de una vecindad más afectiva y el gris de la ciudad mísera.