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Reabre Riesgo, la droguería más antigua de Madrid, gracias a un pacto familiar y a la aclamación popular

Ramón y Hugo Riesgo, dos de los primos que han retomado el negocio familiar de la droguería

Diego Casado

Madrid —
27 de septiembre de 2024 22:30 h

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“¿Cuándo abrís?” es la frase más repetida en el número 22 de la calle Desengaño, una pequeña calle paralela a la Gran Vía donde aún sobreviven varios comercios de toda la vida. La cuestión la formulan muchos viandantes que pasan frente a Riesgo, el negocio más antiguo de todos ellos, abierto en el año 1866 y que cerró de forma inesperada durante el verano, en medio de muchos interrogantes.

Pero esta semana hay luz en su interior, así que muchos curiosos llaman a la puerta, aún cerrada, para hablar con los que están dentro. “¿Tendréis producto para acabar con las termitas?”, pregunta un hombre, “¿un aceite de parafina?”, dice luego una cosmetista.

“Andamos así todo el día, está siendo algo increíble”, explica Hugo Riesgo desde dentro, mientras trabaja limpiando, ordenando, arreglando cosas... para poder reabrir cuanto antes el negocio que montó su bisabuelo hace casi un siglo. A su lado también se encuentra su primo Ramón, que se ha liado la manta a la cabeza para reflotar el negocio junto a un tercer primo (Álvaro), un tío (Santiago) y un abogado cercano a la familia, Carlos.

Riesgo cerró el pasado mes de julio sin dar explicaciones y con un cartel que aseguraba que se había clausurado “por inventario” y después que todas sus actividades se trasladaban al negocio online. En realidad la empresa que gestionaba el negocio desde hacía seis años -Southcore Chemicals & Raw Materials- no pagaba el alquiler del local y había dejado enormes deudas a proveedores y a sus propios trabajadores. Luego se supo que los gestores eran David Domenech y Alexandra Camacho, que actualmente dirimen en los tribunales sus responsabilidades penales por un caso en Asturias ligado a este pero con muchos más empleados afectados, el del Alu Ibérica, antigua Alcoa.

En el año 2018, una parte de la extensa familia Riesgo (con 57 propietarios) decidió vender a este grupo empresarial la mayor parte de la compañía. “No les interesaba la tienda, les interesaban otras cosas...” cuenta Ramón, que llevaba trabajando en el negocio de su familia durante dos décadas cuando llegaron los nuevos inversores. “El barrio notó que esto no era lo mismo”, recuerda sobre la degradación de su comercio y del prestigio que siempre había tenido en la ciudad el apellido Riesgo.

Por fortuna, un movimiento audaz de parte de los descendientes salvó el local histórico de la calle Desengaño: poco antes de la venta de la empresa el local fue adquirido por una antigua clienta de la droguería, a la que acudía habitualmente desde niña. Ella es la casera que ha echado a los anteriores gestores y que ha puesto la histórica tienda a disposición de los primos que quieren reabrir ahora el negocio.

“Ha sido un palo muy grande para la familia”, cuentan ahora Hugo y Ramón sobre la utilización de su apellido por parte de Southcore, que llegó a montar un conglomerado empresarial llamado Grupo Industrial Riesgo. A preguntas de este periódico, los responsables de esta compañía declinaron en julio hacer ningún comentario sobre el cierre.

Un negocio montado con las acciones de Alsa

Tanto Hugo como Ramón pertenecen a la cuarta generación de la familia. Quieren solventar los errores del pasado y reflotar un negocio que convirtió en algo muy próspero su bisabuelo fundador, Manuel Riesgo, un asturiano que llegó a Madrid para curarse de una tuberculosis que no podía combatir en el húmedo clima del norte peninsular.

Una vez en la capital, Manuel vendió las acciones de una empresa de autobuses que había fundado junto a otros socios, llamada Automóviles Luarca SA (la actual Alsa) y cogió el traspaso de un herbolario que llevaba abierto desde el año 1866 en la calle Desengaño. En 1926 puso el comercio a su nombre y, aunque siguió despachando botánica, comenzó a introducir productos químicos, que empezaban a tener bastante demanda. Fue el comienzo de un pequeño imperio que incluyó una perfumería en la calle Gran Vía, almacenes en Legazpi y Villaverde, entre otras propiedades. Y con más de cien empleados.

Manuel Riesgo fue quien remodeló todo el local y encargó sus características cajoneras, casi 500, que fueron elaboradas una a una, con placas de cerámica de productos de todo tipo (el que más suele llamar la atención es el de esperma de ballena) y unos frontales pintados por un artista que empleó una fórmula secreta para simular vetas de madera. También colocó encima de una puerta un cuadro de su pueblo, Luarca. Años después, en 1955, situó justo enfrente un diploma que certificaba a su tienda como la mejor droguería de Madrid y que seguirá allí con la reapertura.

Los cinco socios están trabajando duro para poner todo en marcha. “El arranque está siendo difícil”, reconoce Hugo, porque el local había quedado arrasado por los anteriores inquilinos. Estos días se esfuerzan en recuperar la gloria de sus almacenes subterráneos, que se extienden por debajo de la propia calle Desengaño y llegaron a albergar hasta 13.000 referencias de productos químicos. “Por un lado ves todo lo que hay que hacer pero luego sales y hablas con la gente que estás deseando que vuelvas... es lo bonito y lo que te ilusiona”, añade el empresario.

“Empezamos de cero, pero vamos a intentar recuperar toda la esencia, poco a poco”, siguen contando, para recuperar una clientela fiel y, en algunos casos, muy famosa: el pintor Antonio López se llevaba pigmentos para sus cuadros, así como especialistas de departamentos de arte y actores aficionados al dibujo: “José Luis López Vázquez era cliente fijo”, recuerdan. Alaska -vecina de la zona- también compraba aquí, como el equipo de producción del Hormiguero, que adquiría los componentes químicos para sus famosos experimentos.

Los nuevos socios también piensan añadir cosas nuevas a su actividad habitual, como organizar talleres para hacer jabones caseros, cosméticos... y ofrecer todo lo que buscan sus clientes. De momento han colocado una libreta en la puerta para que la gente apunte lo que necesita. En ella, entre las peticiones de insecticidas para chinches y aceites esenciales se mezclan los agradecimientos por su vuelta y las palabras de ánimo.

La idea es tener todo listo para finales de octubre, montar una pequeña fiesta de apertura y funcionar como siempre a partir de noviembre. Mientras lo cuentan, otra futura clienta se asoma por la puerta, pidiendo un aceite de menta para aromatizar los suelos. Ellos toman nota y prometen intentar tenerlo para el regreso. “Abrid pronto, que bastante se ha desvirtuado el barrio”, les desea al despedirse.

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