Rodrigo Muñoz Ballester, o solo Rodrigo, nació en Tánger en 1950, “una ciudad internacional, quizá por eso me siento del mundo”. Se trata de un artista de largo recorrido, pero, seguramente, para una parte del público siempre será el autor de Manuel, una serie de historietas que retratan un amor imposible (el suyo con el propio Manuel), que supuso un gran éxito para el autor y se considera una cima de la narración dibujada, donde el trazo realista y el estudio psicológico de los personajes se pusieron al servicio de una de las historias más recordadas por la comunidad gay en los años de la llamada Movida. El álbum fue reeditado en 2005 por la editorial Sin sentido en Manuel no está solo, que incluía más trabajos de Rodrigo.
El autor vive desde hace años en Cervera de Buitrago y nos ha atendido por teléfono, hablando frente a un dibujo que está haciendo sobre la Plaza de Carlos Cambronero y su entorno. “Tengo un recuerdo extraordinario de Malasaña, entonces Maravillas. El barrio era un incendio”
Recuerda cómo “bajaba a Malasaña” al principio, donde sucedían las cosas, desde la zona de Plaza de Castilla. Allí vivía con su familia. “¿Sabes la famosa foto de dos jóvenes desnudos en la estatua de Daoiz y Velarde unas fiestas del Dos de Mayo? Yo estaba ahí, no salgo porque estaba más abajo”. Luego se fue a vivir a la calle de la Madera (al número 17, una antigua portería donde bajaban los vecinos cuando los bombardeos en la guerra y vivió Fernando Arrabal)
. El piso sale en Manuel.
Entre sus recuerdos primeros de aquella Malasaña efervescente está el ver “una libélula maravillosa” pasar por la calle, Fabio McNamara, y seguirle, o encontrarse en la cola de la pescadería a Alaska. “Yo era un poco más mayor y muy formalito (siempre lo he sido) pero cuando empecé a colaborar en La Luna de Madrid los conocí a todos”. A Rodrigo se le amontonan los recuerdos en la garganta y va adelante y atrás durante la entrevista. De repente, por ejemplo, le vienen a la cabeza viejos negocios del barrio, cerrados ya como La Favorita, o en activo como el Penta. “Conocí a Antonio Vega, era amigo de Teresa, su novia de entonces, que era diseñadora, yo le decía que era la chica de ayer y ella decía, vete a saber, lo mismo es otra”.
Pasaba el tiempo en El Palentino, desde donde llamaba cada día a su madre y lo recuerda con mucha intensidad, “a Casto, a su mujer Raquel, a Juanito, al que aún visito en el bar de al lado donde está ahora cuando bajo a Madrid”. Le dedicaron un programa en La 2 grabado allí, en el que se deslizan personajes habituales del local de Casto, “una pilingui mayor del barrio quiso salir y allí se la puede ver”. El Palentino sale en su Manuel también, aunque el letrero se ve de lejos.
Manuel
*Rodrigo nos facilita los primero bocetos que acaban en una famosa viñeta de Manuel
“La historia de Manuel es autobiográfica durante las primeras 25 páginas, las siguientes 25 ya no tanto, en estas ya eché a volar un poco la imaginación y aproveché para dar un paseo por el ambiente gay de la época”.
Rodrigo cuenta con increíble detalle y emoción aún los hechos que están en la génesis de su conocido cómic: su encuentro en la piscina de la Complutense, con 19 y 24 años, un 18 de agosto de 1977; que se sentó con él en el autoservicio, cuando fueron a bailar a la discoteca Consulado, donde Manuel no consiguió sacar a ninguna chica a bailar y se marcaron una rumba…. Todo lo que hizo con él es darle un beso en la frente y, eso es verdad, le desnudó en una ocasión en el proceso de una escultura que le iba a hacer. “La segunda parte ya fantaseé y se presenta como un sueño confuso”.
El Manuel de la historia desapareció un buen día de Madrid, se fue a trabajar fuera y en 1978 Rodrigo se fue a buscarle, encontrándole en Sevilla. Al año, le mandó unos dibujos que serían más tarde el germen de Manuel y ya no supo nada de él hasta muchos años después, cuando se reencontraron en la acampada de los trabajadores de Sintel en la Castellana, donde de nuevo fue a buscarle tras reconocer su voz en una entrevista de la radio. Manuel no leyó la historia que escribió y dibujó Rodrigo hasta 30 años después pero hoy en día siguen hablando por teléfono de vez en cuando.
Tiempo después, Rodrigo volvió a abrir sus diarios de aquellos años, lo que le hizo rememorar con ternura sus encuentros con Manuel: cuando le hacía magdalenas, le sacaba por Santa Brígida o iban a ver Muerte en Venecia al cine (Manuel se durmió). Surgió el plan de sacar una edición del Manuel con los diarios en facsímil y aquellos primeros bocetosManuel que le mandó antes de que existiera el cómic. “Ahora el proyecto ha quedado parado con lo del Covid, es una pena, la maqueta es preciosa”. Ojalá encuentre la manera de llevarlo a término.
Rodrigo después de Manuel
En realidad, después de Manuel vino Manuel, ya que trabajó muchos años en la galería Moriarti, donde se gestó La Luna de Madrid, que fue donde convino con Borja Casani publicar la historia en sus páginas (entre 1983 y 1985). Por entonces vendió en ARCO una reconocida escultura de Manuel también, para la que posó otro chico de la piscina de la Complu.
Rodrigo que, asegura, “nunca he llevado una carrera en la ortodoxia”, expuso en diversas ocasiones piezas en resinas y “estuve en ARCO desde el 83 hasta el 2000”. El Reina Sofía cuenta en su haber con un par de obras suyas. Un punto importante en su carrera fue la realización de murales en distintas estaciones de metro (Nuevos Ministerios o Aeropuerto), tras lo que salió de la ciudad. Actualmente, se siente en plena forma artística y tiene en mente reunir sus últimas obras y presentarlas en su querida Malasaña, fuera del circuito de galerías, “quizá alquilar un local un par de meses o tres”.
El Rodrigo artista de hoy nada tiene que ver con el que creó Manuel, aunque sigue siendo un gran amante de la vida y de los animales, “con el pato que sale en el cómic viví ocho años”. La muerte de su última perrita hace dos años, que también ha sido su modelo, le ha hecho cambiar su visión del mundo y pensar en la muerte. Su última obra estará, dice, dedicada a su hija, la persona más importante de su vida y está “dibujando con muy mala leche porque socialmente hay cosas que no me gustan”.