Ahora que a todo el mundo le ha dado por hacer fotografías de lo que come o de lo que guisa y de compartirlas seguidamente, a través de redes sociales, con el resto de la humanidad, es tiempo de decir alto y claro a nuestros conocidos y familiares e, incluso, a nosotros mismos, que no todo vale. Que es posible que lo que estemos a punto de degustar huela o sepa de maravilla pero que la imagen que le hemos sacado es una birria con la que no daremos envidia alguna.
Sobre lo que hablamos sabe más que nadie Miguel Saavedra, 30 años de experiencia como fotógrafo profesional de objetos y, en especial, de alimentos. Desde su estudio de la calle San Vicente ha trabajado -y lo sigue haciendo- para grandes cadenas de alimentación, reputadas agencias de publicidad y clientes directos de alto copete. Con él hemos querido hablar de la época de vacas gordas de la fotografía culinariafotografía culinaria y de un proyecto de lo más interesante que se trae entre manos: dar cursos de orientación fotográfica, de “fotografía de andar por tu cocina”, para cualquiera que desee aprender a tomar buenas imágenes de comida.
Vacas gordas
Vacas gordas
El estudio de Miguel Saavedra se encuentra tras la puerta de un garaje de la calle San Vicente, en el extremo de esta vía que da a Conde Duque. Ningún indicativo exterior hace pensar que en esa ubicación se halla un espacio amplio que, especialmente entre los años 1995 y 2009 funcionó a pleno rendimiento, con un equipo mínimo de cuatro personas -fotógrafo, estilista y ayudantes- y un ocasional equipo de producción que construía decorados. “Aquí desarrollábamos una actividad industrial importante y, en ocasiones, se trabajaba con dos sets de decorados a la vez”, cuenta Saavedra. Eran años en los que tenía a El Corte Inglés como principal cliente, cuando la práctica totalidad de las fotografías de los envases y envoltorios de los productos alimenticios de la mencionada firma salían de su estudio. Lo mismo sucedía con las imágenes que lucían en los lineales y pasillos de sus supermercados y en sus catálogos y teletienda. Paralelamente, y entre otros, también trabajaba para cadenas como Ahorra Más o Supermercados El Árbol, firmas que aún continúa manteniendo como clientes. “La misión de un fotógrafo de alimentos es lograr que resulte apetitosa la comida a través de la luz, hacer que uno quiera comerse lo que ve”.
Muchos de los alimentos-modelos que Saavedra ha utilizado para sus trabajos provenían del cercano Mercado de los Mostenses, cuya variedad de productos ha sido una veta impagable para él y para la estilista de alimentación con la que siempre ha trabajado, Marián Láinez. Otros, sin embargo, le eran servidos por los clientes quienes, por ejemplo, para un trabajo que consistía en fotografiar tres tomates llegaban a enviarle 20 kilos de producto, para que procediera a la realización de un 'casting'. “En una ocasión -recuerda- me llegaron a enviar por avión pescados y marisco vivo desde Galicia, que posteriormente personal de la agencia de publicidad con la que trabajaba transportó en taxi desde Barajas”.
Saavedra guarda múltiples anécdotas de sus años de trabajo a destajo: una gallina y una langosta habitan en su memoria como los peores modelos que haya tenido jamás; captar el punto de los asados es lo que más 'maquillaje' requiere (teñido y barnizado) y hacer apetitoso el contenido enlatado de ciertos alimentos , un dolor de cabeza que inevitablemente exigía tener que descifrar su contenido, comprar los ingredientes, cocinarlos de nuevo -labor que recaía en su estilista- y que moverse en los límites de la legalidad: “Por ley no puedes mentir, has de ceñirte a las proporciones que pone en el envase, pero debes optimizar la imagen del producto y, por último, cubrirte las espaldas añadiendo en la etiqueta, junto a la presentación final, la frase 'sugerencia de presentación'”.
Y llegó la crisis: pequeñas producciones y divulgación
Y llegó la crisis: pequeñas producciones y divulgación
En 2009, con la llegada de la crisis, todo cambió
: finalizaron las grandes producciones que, según Saavedra, en ocasiones llegaban a ser parecidas a las de una película de cine; los grandes clientes se ajustaron el cinturón, las agencias adelgazaron o desaparecieron como agentes mediadores y los nuevos dispositivos electrónicos y la popularización de los programas de edición de imágenes levantaron el bulo de que cualquiera podía hacer buenas fotografías.
Para Saavedra fue el momento de reciclarse. Desaparecidos los intermediarios, conservó sus clientes directos, unas cuantas cuentas importantes y se abrió al barrio como fotógrafo de proximidad, predicando entre comercios cercanos su verdad: entre la sobreabundancia de información sobre lo que cada cual ofrece -bien sea vía catálogos, octavillas y, sobre todo, redes sociales y páginas web- unas buenas fotografías pueden ser las que logren captar la atención de los futuros clientes. “Un fotógrafo de objetos debe manejar tres claves: ángulo, composición y luz. Hoy en día ya no es determinante el dispositivo con el que realices la fotografía, basta con la cámara de un teléfono móvil, pero la intención y la visión no te lo da la máquina. Es increíble lo que ganan las fotos de unos pinchos de un bar cuando es un profesional quien las toma”, advierte, al tiempo que comenta que ese tipo de trabajos fotográficos están al alcance de cualquier bolsillo, que la fotografía publicitaria hace años que dejó de ser algo exclusivo.
Inquieto y curioso por naturaleza, Saavedra se ha enganchado a las nuevas tecnologías y a los nuevos medios de comercialización y distribución de imágenes. Coquetea con los filtros, esos que hacen que una perfecta iluminación no sea tan necesaria, retoca colores por ordenador en fotografías de textil, para las que antes se exigía un perfecto calibrado cromático, y sube series de objetos a gigantescos bancos de imágenes en Internet, por los que cobra según descargas. Cuando un día, en unos cursos de cocina escuchó a alguien decir “¿Por qué a mí no me quedan tan chulas las fotografías de los platos que preparo?” le surgió la idea de dar cursos populares y prácticos con los que “cualquiera dejará de hacer fotografías malas o muy malas para pasar a hacer otras correctas o, incluso, buenas”.
“Se trata de un curso sencillo de orientación fotográfica y eminentemente práctico. Se puede acudir a él con la cámara que cada cual tenga a mano, también con un simple móvil. Lo imparto en una cocina real, aprovechando la luz directa del día y, si bien, lo recomendaría especialmente a todos esos blogueros gastronómicos que pululan por la Red, lo veo muy útil para quienes gustan de mostrar en redes como instagram sus avances como cocineros, o para aquellos propietarios de negocios que desean presentar de forma más atractiva sus productos”. Saavedra dará el próximo curso (30€) en la asociación cultural gastronómica Pequeña Cocinera. La cita, el martes 8 de julio, entre las 18 y las 20 horas (reservas: saavedra@saavedraestudio.com)
Puede que la factoría de imágenes Saavedra de la calle San Vicente -que ahora también se alquila para sesiones privadas de fotos- no registre ya la actividad febril de antaño pero en ella se siguen produciendo imágenes sin solución de continuidad. Con muchas de ellas nos daremos de bruces sin sospechar su origen malasañero.