Madrid busca solar céntrico para noria coqueta afectada de gigantismo. Lo ha anunciado con verso emocionado en twitter la vicealcaldesa Begoña Villacís después de que el proyecto haya sido rechazado en Valencia. Harán falta 8.000 metros cuadrados en una zona fuera del centro de la ciudad, probablemente en Madrid Río. Una noria para darle capones con la barbilla a nuestro teleférico. Una noria para marearnos a todos.
La noria ejemplifica bien los procesos de homogenización de las ciudades contemporáneas. Después de que en 2000 llegara London Eye, la gran noria de 135 metros que domina el entorno del Tamasis, fueron apareciendo numerosas norias en distintas ciudades del mundo. París llegó casi a la vez, aunque La Grande Roue se desmonta y viene y va, de la capital francesa a otras ciudades; luego llegaron Singapur (2005), Sharjah (Emiratos Árabes Unido, 2006), Tokio (2006), Las Vegas (2014), Helsinki (2014), Chicago (2016), Moscú (2017) …y muchas más.
La noria supone un elemento constante en los skyline contemporáneos y estos, a su vez, el silueteado perfecto para imprimir en cualquier camiseta de tienda de souvenir. Estas tiendas, por cierto, son la antítesis del mercado de abastos. Mientras que este, cuando es de verdad, contiene los aromas y sabores de un lugar, dispuestos en estantes aparentemente similares a los de otros mercados, la tienda para guiris consigue reducir los edificios, monumentos y comidas singulares de una ciudad a objetos perfectamente intercambiables entre sí.
La noria es, por si no lo recordábamos, una atracción de feria, una sencilla y de aroma antiguo. La primera fue construida por el ingeniero George Washington Ferris para la Exposición Mundial Colombina de Chicago en 1893. Es su peculiar fisonomía romanticona la que permite venderla como un potencial elemento permanente en la ciudad, fuera de su hábitat natural en ferias y parques de atracciones. Existen algunas que llevan la tira y que, antes de la locura de los dosmil, ya iban ligadas inexorablemente a su localización, aunque solían estar en parques de atracciones históricos, como la de Coney Island (desde 1920), o la del Parque de Atracciones del Prater (Viena), que es la de El tercer hombre.
Pero para norias simbólicas, tenemos la vieja noria de cabinas amarillas del parque de atracciones de Prípiat, ciudad fantasma junto a la central nuclear de Chernobyl, cuya inauguración estaba prevista unos días después de la fatídica explosión del reactor 4. Como si de una vulgar serie distópica se tratara, la noria ha sido en alguna ocasión activada mecánicamente por frikis de las zonas de exclusión.
Recordaba el aura vetusta de las norias porque, de alguna manera, son como las copas vintage del Zara Home: pretenden parecer que llevaran ahí toda la vida. Recuerdan a los carruseles de caballitos de aspecto decimonónico que también han aparecido de repente en plazas de todas las ciudades del mundo. Entroncan, en este sentido, con una terna de agudas acabadas en n: homogeinización-museificación-turistificación. O, lo que es lo mismo, son agentes de la mercantilización del espacio público a toda costa.
En fin, lo de la noria ha sido calificado por mucha gente hoy como una ocurrencia y un proyecto fuera de cualquier escala de prioridades, pero, por hortera que nos parezca, entra dentro de la lógica de la ciudad como ruta de spots para fotografiarse; de la loca carrera por conseguir que Madrid deje de ser una ciudad sin logotipo para los souvenirs, también. La idea después de las meninas de colores y antes de vete tú a saber qué. La paradoja es que esta lógica de ciudades en competencia consigue que, en vez de intentar diferenciarse entre sí, las capitales se imiten las unas a las otras hasta el escenario único final.