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Cómo se mudó el Real Madrid al estadio de la Castellana: 75 años del Santiago Bernabéu

Luis de la Cruz

14 de diciembre de 2022 01:00 h

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Aunque el parón liguero por el mundial de Qatar ha servido para darle un buen empujón a las obras de remodelación del estadio Santiago Bernabéu, la inauguración integral del campo no llegará a tiempo para el 75 aniversario del estadio, este miércoles 14 de diciembre, como se había previsto inicialmente. Mientras esperamos la llegada del momento – el nuevo objetivo es septiembre de 2023– proponemos un viaje a 1947 para tratar de entender lo que supuso en aquella ciudad en carestía y bajo la dictadura la construcción del coso, de dimensiones inusitadas hasta la fecha.

Del campo al estadio y del extrarradio a la ciudad

Los primeros campos de fútbol eran rudimentarios descampados, a menudo en las afuera de la ciudad, que fueron dando paso a la primera generación de estadios dignos de tal nombre, como el Stadium Metropolitano, construido por la Compañía Metropolitana de Urbanización –el Athletic de Madrid jugaba allí pero no era propietario– y el Estadio de Chamartín, levantado en 1924. Ambos rubrican el paso del fútbol de entretenimiento de las clases medias y universitarias al deporte de masas y popular; y el del fútbol amateur al profesional.

 Curiosamente, ambas obras fueron dirigidas por el mismo arquitecto, José María Castell, que trae a nuestra ciudad la evolución del campo al estadio, que se había iniciado en Inglaterra con la construcción del Deedpale en Preston (1875) o del Goodison Park (1892), donde jugaba el Everton en la ciudad de Liverpool.

Entre 1913 y 1923 el Madrid había jugado en el campo de O´Donell, pero el crecimiento del Barrio de Salamanca animó al propietario de los terrenos a edificar en el recinto, cuyas 7000 localidades, de todas formas, empezaban a quedarse pequeñas. El Real Madrid –el apelativo coronado llegó en 1920– se trasladó durante un año a un campo en el velódromo de la Ciudad Lineal, para luego mudarse a la carretera de Chamartín definitivamente.

El Estadio de Chamartín original tenía un aforo de 15000 espectadores y la ventaja de ser ya un campo en propiedad. La ubicación, al norte de la ciudad y a orillas de la futura Castellana, seguía la lógica de situar los estadios a las afueras pero también el rastro del fútbol en Madrid. Estaba no muy lejos del Hipódromo de Nuevos Ministerios, donde se había jugado en 1902 la primera competición futbolística, patrocinada por Alfonso XIII, en la que había participado un seminal Madrid CF junto con otros equipos del país.

La guerra fue una apisonadora para el estadio y la entidad, como lo fue para toda la sociedad. Utilizado en labores de acuartelamiento durante la contienda y como campo de prisioneros al término de esta por el franquismo, Chamartín estaba sumamente deteriorado, a la espera de curar sus heridas de la mano del Servicio Nacional de Regiones Devastadas.

Con este escenario, Santiago Bernabéu tenía entre ceja y ceja que el Real Madrid necesitaba un nuevo estadio–el más grande de Europa–, una idea que en la época se pensó megalómana, ¿semejante obra de ingeniería civil en Chamartín de la Rosa? Lo cierto es que la apuesta por quedarse en Chamartín no parece tan descabellada mirándola con perspectiva. El Régimen había retomado ya la vieja idea de prolongar la Castellana para hacer de ella punta de lanza de su nuevo Madrid, capital imperial. Además, ¿no había sido ya un éxito crear allí mismo el viejo Chamartín? ¿No estaba también el Metropolitano en el extrarradio, al otro lado de los Cuatro Caminos? Los terrenos donde se debía proyectar el Nuevo Estadio de Chamartín, anejos a los que ocupaba el viejo campo, estaban en principio en suelo rústico afectado por el proyecto de prolongación de la Castellana.

 El proyecto elegido para el nuevo hogar del madridismo fue el de los arquitectos Manuel Muñoz Monasterio y Luis Alemany, el tiempo de construcción treinta meses, el presupuesto 68 millones de pesetas y la inauguración se produjo el 14 de diciembre de 1947. Su flamante aforo era de 75.145 espectadores, de los cuales 27.645 eran sentados y 47.500 de pie, más 197 localidades de palco de honor. Todo había comenzado tres años antes, con la bendición de los terrenos y el primer golpe simbólico de pico de Santiago Bernabéu. El partido inaugural enfrentó al club blanco con el Os Belenenses portugués y el primer gol en el estadio lo marcó Sabino Barinaga. El marcador, al final del partido, reflejó una victoria local por tres goles a uno.

 El dinero para la obra salió de las obligaciones emitidas por el club con el apoyo del Bando Mercantil e Industrial, la empresa encargada de poner en pie el estadio será la constructora Huarte y la obra contará con las bendiciones –hay quien dice que también colaboración– de Pedro Muguruza, autor de Cuelgamuros (con Huarte) y Director General de Arquitectura.

Los avatares de la construcción del estadio pueden escucharse en el capítulo Doble asesinato en Chamartín, del recomendable podcast Brazalete negro. Aparecen enmarcando la acción frustrada del maquis comunista en la posguerra, con un intento de atraco en las obras del estadio que acabará muy mal.

Si la asociación del club blanco con la dictadura es un terreno resbaladizo y que alberga muchos matices, la inserción del Bernabéu en la lógica reconstructiva del nuevo Madrid franquista no ofrece demasiadas dudas. Así sea por mero parasitismo del Régimen, el nuevo proyecto encontró la oportunidad de crecer en la Avenida del Generalísimo, concebida como entrada imperial a la ciudad. En el estadio se llevarán a cabo, de hecho, numerosas demostraciones del Régimen, como las copas del Generalísimo, citas sindicales y otros espectáculos de masas.

Pero los estadios de fútbol, como las catedrales de antaño, son siempre edificios inacabados. Cuando se termina una reforma se empieza a pensar en la siguiente. En los años cincuenta se inauguró la primera de las grandes remodelaciones con un partido contra el Athletic de Bilbao. Chamartín, que ya llevaba por entonces el nombre de su presidente, se amplió hasta las 125.000 localidades. Lo mismo sucedería con motivo del mundial de España a principios de los ochenta y en los noventa para compensar la pérdida de aforo ocasionada por la desaparición obligatoria de las localidades de pie.

Por el camino, han quedado diversas remodelaciones nonatas. De entre ellas, quizá una de las más polémicas –aunque hoy no se recuerde mucho– fue la de la Torre Blanca, en 1973. A principios de los setenta, el club blanco no pasaba su mejor momento financiero. Fue entonces cuando un inversor ofreció 4.000 millones de pesetas por los terrenos del estadio para construir un rascacielos de 70 pisos y otras edificaciones. La Torre Blanca. El plan era llenar las arcas y mudarse a un nuevo estadio en la finca Las Jarillas, entre las carreteras de Burgos y Colmenar (el mismo lugar donde se había improvisado un colegio con otros jóvenes aristócratas para educar a Juan Carlos de Borbón bajo la influencia franquista en 1948).

 Aunque parece que en un principio a Franco no le pareció mal la idea, el plan, firmado por el arquitecto Félix Candela, se encontró con la oposición del Ayuntamiento de Carlos Arias Navarro y otras autoridades del Régimen. Su aquiescencia era necesaria, puesto que era preceptivo recalificar ambos terrenos, que eran zona deportiva y verde respectivamente. A pesar de todo, un Santiago Bernabéu de 78 años siguió adelante con el proyecto pensando que al final llegaría el sí y hasta se presentó con las maquetas en El Pardo para conseguirlo. Pero el sí no llegó nunca.

Santiago Bernabéu: los inicios del mito que puso nombre al estadio

Santiago Bernabeu, oriundo de Almansa, llegó con su familia a Madrid en 1910, donde estudió en los agustinos de El Escorial, primero, y en el Instituto Cardenal Cisneros, luego. De la importancia de este instituto del centro de Madrid para el fútbol de la capital hablamos en este artículo, por cierto.

Cursó Derecho y se hizo representante de una fábrica de plata. Siendo un buen exponente de la clase media universitaria que practicaba el fútbol a principios de siglo, ingresó en el club, en cuyo primer equipo jugó hasta 1928. Sin llegar a salir de la casa blanca, fue directivo, entrenador, segundo entrenador y delegado. Durante la guerra, mientras que el club sufría una especie de autoincautación por parte de socios republicanos –de ese momento son las famosas fotos del equipo con el puño en alto– Santiago Bernabéu se refugió en la embajada de Francia en Madrid, desde donde escapó a San Sebastián para enrolarse en el bando franquista.

Bernabéu volverá al Real Madrid en 1943, después de que un accidentado partido en las semifinales de la Copa del Generalísimo de ese año contra el F.C Barcelona acabara con la invitación del Régimen a dimitir para ambas directivas. Viejo conocedor de la casa, se hace con el timón con el visto bueno del general Moscardó (delegado nacional de deportes) y, según el historiador Eduardo González Calleja, como solución de compromiso ante Falange, obsesionada por controlar el deporte. El teniente general Eduardo Sáenz de Buruaga, gobernador militar de Madrid y amigo personal de Franco, fue nombrado presidente honorario del club en una directiva donde no faltaban otros militares.

A partir de ese momento, empezará a crecer la leyenda de este franquista monárquico, odiado por unos y santificado por otros, punta de lanza de la imagen internacional del Régimen a partir de los años cincuenta; cuyo nombre aparece indeleble en la historia y en el frontispicio de la cancha del Real Madrid.

PARA SABER MÁS:

González Calleja, E. (2014). El Real Madrid,¿“ equipo de España”?. Fútbol e identidades durante el franquismo.

 Paramio, J. L. (2009). ¡ Ha llegado el football¡ Campos y estadios de fútbol en Madrid (1885-1966). Ilustración de Madrid, 13, 11-18.

 Viuda-Serrano, A. (2013). Santiago Bernabéu y el Real Madrid: Un análisis histórico del mito del fútbol. Política y deporte en la España franquista. AGON: International Journal of Sport Sciences, 3(1), 33-47.