Aunque el lema de Madrid celebra el agua desde el siglo XII –“Fui sobre agua edificado…”– también podría recordar en su segunda parte la legendaria dureza de sus veranos –“…mis muros de fuego son”–. Los rigores mesetarios se aliviaron siempre con baños en el Manzanares y en los numerosos arroyos que, aunque hoy han sido enterrados bajo el asfalto, discurrían por tierras madrileñas.
A partir del siglo XVIII surgen en Madrid distintos baños públicos y privados, cuya moda viene de Europa. Se fundamentan en los valores terapéuticos y venían a dar el relevo a los populares baños que desde hacía siglos los madrileños tomaban en el río.
Estos baños, aprendices de balnearios, son los que evolucionarán en el caso de El Niágara hasta ser considerados como las primeras piscinas públicas (aunque de naturaleza privada) de Madrid. Con los mismos estímulos terapéuticos que el resto de baños, el empresario Vito Montaner estableció El Niágara en el paseo de San Vicente 12 (hoy Cuesta de San Vicente 14) en 1879. Se trataba de un edificio de una planta con jardín, restaurante, una piscina para nadar de cemento de unos 20 por 10 metros para los hombres, y otra más pequeña para las mujeres. Las distintas terapias basadas en el agua incluían, incluso, baños musicales. Alrededor, “había 16 habitaciones más para uso de familias, con piscinas menores de mármol y un antebaño para vestirse y desnudarse con todos los útiles necesarios para el confort del bañista: mesa de noche con servicio, tocador con pomadas, colonia, polvos, cepillos y peines”, explicaba Fernanda Andura Varela en un artículo de 1983.
Los baños se situaron junto a unos lavaderos y se abastecían del agua del antiguo arroyo de Leganitos, como estos. La empresa negoció con la empresa de los Tranvías de Madrid un servicio que acercara a los clientes desde la Puerta del Sol a los baños con descuentos, según leemos en Antiguos cafés de Madrid.
El Niágara se anunciaba así en sus inicios:
¿Quién no desea la salud? [en grandes letras].
Para obtenerla hay que empezar por la higiene del cuerpo. Preguntad a la ciencia si la base principal son los baños de inmersión; no os basta esto, recurrid a la Historia, y encontraréis en ella las termas romanas y su aplicación. Buscad la dominación árabe, y encontrareis la obligación forzosa que se imponía a aquella raza al baño diario para preservarse de las epidemias.
De las razones expuestas se deduce la construcción del establecimiento balneario EL NIAGARA, situado en el paseo de San Vicente, núm. 14, con baños de natación, piscinas o termas, baños de placer, ídem medicinales, hidroterapia y baños de vapor.
En 1913 El Niagara se reforma, completando la metamorfósis definitivamente de baños a piscinas, con dos descubiertas. A partir de 1916 están gestionadas por Tomás Fernández, que dará progresivamente importancia al uso deportivo de las instalaciones. La piscina con la entrada más cara tenía unas medidas de 28 metros de largo por 12 de ancho y una profundidad desde 1,20 metros hasta 1,80. Esta piscina “preferente” obligaba a ducharse antes de entrar en ella y su agua se cambiaba más asiduamente que la de la de carácter “popular”. Esta otra era un poco más grande, de 33 por 14 metros, pero de solo 1,15 metros de profundidad para evitar ahogamientos, ya que era muy habitual en la época que quienes no practicaban natación no supieran nadar.
Desde 1914 El Niagara contaba con cinematógrafo, el Petit-Cine (luego Cine España). La posibilidad de darse un baño y ver una película da idea del advenimiento del ocio de masas en nuestra ciudad, aunque el deporte de la natación aún necesitaría un empujón para conseguir popularizarse.
El primero de estos impulsos provino de dos barceloneses, ciudad que llevaba la delantera en la práctica del deporte acuático a Madrid. En 1921 Ernesto Masses y Alberto Maluquer fundaron el Club Natación Atlético, con sede social en el club de la Cuesta de San Vicente. Se presentaron allí en septiembre de ese año, dando a conocer al público madrileño los saltos de trampolín o el waterpolo, además de las carreras de natación.
La fundación de la sociedad deportiva Canoë Club en 1930 supuso un nuevo salto adelante en el proceso de popularización de la natación, en el que participaron ya activamente mujeres como las pioneras del deporte Margot y Lucinda Moles. La alianza del Club Natación Atlético, el Canoë y el Real Madrid (que había abierto una piscina para sus socios en Chamartín en 1925) supuso la fundación de la Federación Castellana de Natación, que asentó su sede social en El Niágara, como explica explica Ignacio Ramos en su biografía de Margot Moles.
Un año después, habiéndose celebrado ya campeonatos de Castilla en El Niágara, Canoë Club y Club Natación Atlético se fundieron en el Canoë Natación Club. La nueva sociedad alquila el uso preferente de la piscina y acomete obras para convertir una de ellas en la primera piscina cubierta y climatizada de la ciudad digna de tal nombre. Cástor Ulloa Fariña, socio del Canoë y dueño de la tienda Ulloa Óptico en la calle del Carmen fue el máximo inversor de la empresa. También se hace una piscina para mujeres y se dan las medidas reglamentarias (que entonces eran de 25 m.) a la principal.
El Niagara sobrevivió a la guerra y llegó renqueante hasta los años cincuenta, cuando el complejo fue derruido para construir un gran edificio que alberga un hotel, con el cine Príncipe Pío, ya desaparecido, en la parte trasera. Anabel Vázque escribía en su libro Piscinosofía. Tratado acuático y desordenado sobre piscinas reales e imaginadas que “en la puerta aún se puede leer ”Salida de urgencia“ del cine Príncipe Pío. Hoy, en su lugar hay un hotel. Entro y husmeo por si percibo alguna huella del pasado. Nada. No hay nada”. Así fue.