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Café con selfie: Madrid se llena de nuevos locales como escenarios para Instagram

Diego Casado

13 de marzo de 2021 21:44 h

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Decenas de personas hacen cola cada tarde frente a una cafetería que hace esquina en el Paseo de las Acacias (Arganzuela). Esperan pacientemente al momento de sentarse en una de sus mesas y, tal vez, pedir una bebida caliente y algún postre. Pero no acuden a este lugar por la calidad de su café -es de cápsulas- ni tampoco por sus llamativos dulces. Han llegado atraídas por la espectacular decoración del local, delante de la que seguro harán varias fotos para compartirlas después con sus allegados o en redes sociales. 

La cafetería en cuestión es el Coco Mocca, uno de los locales que mejor ha entendido una nueva tendencia en la capital que consiste en ofrecer a un decorado perfecto para las instantáneas de los clientes. Todo allí es fotografiable: desde los cafés con nata y siropes hasta las tartas, los platos, las mesas… pero lo que más destaca es el impresionante tapiz floral de una de sus paredes, del árbol que decora una columna y de la cabina de teléfonos importada desde Inglaterra. Intentan transmitir “el amor y la alegría” de un “Madrid feliz” pese a la situación pandémica, explica Pedro, encargado del local. Y que esta alegría se viralice a través de Instagram.

Las colas empiezan sobre las seis de la tarde y son tan habituales que los responsables de la cafetería han marcado con cinta las distancias de seguridad alrededor del local. Fuera, clientes llegados de todas las partes de la región -incluso extranjeros, cuentan- miran a través de las grandes cristaleras de la cafetería mientras se les ponen los dientes largos aguardando la experiencia. “Está dirigido a un público femenino, joven”, detalla el encargado a Somos Madrid. “Desde niñas de 8 años que son fanáticas y vienen cada fin de semana, y mujeres hasta los 80 años. Aunque la clienta más habitual tiene entre 18 y 25 años, pero también vienen mucho de 35 a 40 años”. 

Cada semana venden 5.000 cafés, con precios que van desde el 1,70€ del café con leche pequeño hasta 3,20 el grande. Las tartas, a partir de 4 euros. Hay hasta 20 postres para elegir y 37 recetas de bebidas. Su aspecto es de los que hacen la boca agua: “Aquí hay mucho esfuerzo en la elaboración de la carta y los postres, la mayor parte de cafeterías y pastelerías de Madrid son demasiado parecidas a un bar y no hay tanto donde elegir”.

Amanda acaba de salir del Coco Mocca y su visita explica a la perfección cómo funciona la viralidad de las redes que aumenta la popularidad de estos sitios: “Lo conocí porque me enviaron un enlace, me gustó y ahora que me ha visitado mi hermano le he traído aquí para verlo”, explica en conversación con este medio. “Como tampoco hay muchas alternativas de ocio en Madrid, es un buen sitio para pasar un rato”, añade. Por supuesto, no ha podido evitar hacerse fotos junto al mural de rosas, aunque aún no sabe si las publicará en sus redes sociales, explica.

Nuevos en la ciudad

El Coco Mocca es uno de los más llamativos en una fiebre de cafés y restaurantes en los que la mejor publicidad les llega de todas las fotos y vídeos que cuelgan sus clientes en Instagram o TikTok. Otro de los imprescindibles es el Bel Mondo (C/ Velázquez 39): “Tiene un montón de rincones preciosos, está muy bien pensado”, comenta Karime Farcug, community manager e instagramer mexicana y residente en Madrid. “Todos tienen un enfoque muy positivo y visual, algunos incluso colocan un spot en el suelo para que sepas dónde colocarte para que la foto quede mejor”, explica mientras cita otros lugares imprescindibles de la ciudad para los instagramers como el Ikono Madrid (Sánchez Bustillo, 7) p el Bloom de Salvador Bachiller (C/ Alberto Aguilera 54), uno de los espacios gastronómicos pioneros en abrazar esta tendencia.

“Aunque a estos lugares la gente puede ir solo sea para la foto, hay que desarrollar antes una buena estrategia de márketing y un concepto detrás para que funcione, montar algo porque sí no tiene sentido, ha de tener algún tipo de discurso coherente acompañándolo”, añade Karime. “Si yo tuviera un restaurante, montaría tres corners bonitos, para Instagram, dos de ellos los cambiaría constantemente para que la gente encontrara algo nuevo y otro lo dejaría fijo, como emblema del local”, sugiere Karime como consejo.

Colocar alas en la pared fue el primer paso, pero como tendencia esta instagramer cree que queda algo anticuado. Todavía hay muchos pequeños locales que apuestan por ellas, como el Aloha Poké de la Corredera de San Pablo, en Malasaña. Al lado, la franquicia Zakka mantiene en su minúscula tienda un banco rodeado de plumas rosas para que sus clientes se saquen fotos: no les importa dedicar una parte importante del local a los posados de sus visitantes. Lo mismo sucede en el iSweet de la calle Leganitos, donde la mitad de la tienda la ocupa el escenario de un columpio con un fondo floral para que los que vayan allí a beber Bubble Tea se saquen selfies.

“Los espacios que ofrecen settings para ser fotografiados son ahora mismo tendencia en todo el mundo”, explica Santiago Santamaría, responsable de comunicación de Fever. Su empresa es una tecnológica que aplica en el mercado del entretenimiento su conocimiento de datos en el sector del ocio. Acaba de abrir el último espacio instagrameable en llegar a Madrid, que va un paso más allá: se trata de La Fábrica de Chocolate (centro comercial Moda Shopping, AZCA). “Con los datos de otras experiencias que tenemos en otros países vimos que esta tendencia estaba creciendo, que la acogida que podría tener en Madrid era alta y montamos este lugar”, explica en conversación con Somos Madrid.

El espacio está ideado como un museo, gira en torno a lo dulce y propone un recorrido de unos 45 minutos por ocho salas exclusivamente pensadas para que el visitante se haga foto: una cascada de nubes, camas elásticas convertidas en cupcakes, un choco de tronos, alas de caramelo y, por supuesto, la piscina de bolas multicolor que nunca falta en este tipo de propuestas. “Te puedes sacar veinticinco fotos buenas y distintas para postear”, cuenta Jordi Serra, director artístico de la experiencia. “Pensamos en espacios fotografiables y dulces, pero también que pudieran formar parte de una historia”. Un grupo de actores que interpretan a cocineros acompañan a los visitantes y les animan a convertirse en un bombón, hacer la nata montada saltando sobre colchonetas o a quedarse atrapado en unos grilletes de chicle.

Por este espacio, que de momento solo abre de viernes a domingo, pueden pasar unas 1.600 personas cada fin de semana, a razón de 18€ la entrada para adultos y 13,50€ la de niños. La experiencia está pensada para todos los públicos, pero resulta especialmente atractiva para dos grupos: familias con niños que buscan entretenimiento en un Madrid pandémico, con pocas alternativas; y jóvenes a partir de 17 años, que buscan sitios diferentes, originales y del que pueden salir “con fotos para publicar en Instagram de sobra durante los próximos dos meses, ahora que no pueden viajar para llenarlo con imágenes de otros lugares”.

Espacios como este o el también reciente Museum of Illusions (C/ Doctor Cortezo 8) encajan como anillo al dedo durante la pandemia, por permitir una alternativa de ocio con distancias de seguridad y sin aglomeraciones. Volviendo a la Fábrica de Chocolate, Fever cree que este tipo de propuestas van a encajar bien durante los próximos meses, después de haber explotado las experiencias online durante el pasado año, detalla Alejandro. También está convencido de que los negocios que van a tener más fácil sobrevivir son los que ofrezcan un valor añadido: “En Fever tenemos todo tipo de entretenimiento, pero los que funcionan mejor son los que cuentan con una buena calidad en los decorados” -si no estás contento con la foto que has sacado no la vas a compartir por redes- “y que envuelven el producto en una experiencia”. De momento, están estudiando cada detalle de su evento para mejorar el producto: “Iremos viendo los sitios donde la gente interactúa más, donde menos y a partir de ahí nos iremos planteando nuevas versiones”.