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El cierre de Ferpal y la desaparición de los súper de barrio en el corazón de Madrid

Antonio Pérez

19 de febrero de 2021 22:47 h

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“Aquí ya sólo se pueden comprar alimentos en el supermercado de El Corte Inglés”, comenta Víctor Rey, miembro de la asociación de vecinos de Sol-Letras, mientras hace de cicerone en un paseo por las calles más céntricas de la ciudad, en el que va indicando dónde estaban y cuáles eran algunos comercios de cercanía de alimentación, que poco a poco han ido desapareciendo. 

Partimos de Ferpal, en el número 7 de la calle Arenal, que pronto será uno de esos súpers desaparecidos. Celebraba este año su medio siglo de existencia, pero ya no cumplirá más. Está de liquidación y esta semana echa el cierre.

Avanzando por Arenal llegamos al número 18. “Aquí estuvo hasta hace dos años La Madrileña, tienda centenaria de fiambres conocida especialmente por sus salchichas tipo frankfurt y que había sido fundada en 1909”, indica Rey frente a lo que hoy es una cafetería.

Entre informaciones sobre otro tipo de pequeños comercios también desaparecidos, Rey nos conduce ante el número 51 de la calle Mayor, un espacio ocupado ahora por una tienda de bolsos y donde hasta no hace mucho estuvo el despacho de carne Hijos de Lechuga, fundado en la primera mitad del siglo XIX. 

Javier Martín, vecino de Ópera y estudioso de los cambios que se han producido en el tejido comercial de la zona en los últimos 60 años, también se presta a hacer de guía. En el local de al lado, en el 53 de Mayor, sitúa la Quesería Burgos donde ahora hay un letrero de una heladería, si bien hace ya varias décadas. Martín observa que ambos negocios antiguos, Lechuga y Burgos, estaban enfocados a un público local, mientras que sus sustitutos están pensados para gente de paso y turistas.

Y es así, caminando entre fantasmas, que llegamos a la calle Bordadores, donde encontramos la excepción que confirma la regla. “En la zona ya sólo se puede comprar carne y fiambre a pie de calle aquí, en Los Andes”, explica Víctor Rey. 

Abierto en 1931 este establecimiento es una rara avis rodeada de una amplia oferta de restauración y de establecimientos pensados para no residentes. En Los Andes encontramos clientes que sí son vecinos del área y que confirman lo excepcional de este comercio.

Haciendo memoria, Javier Martín sitúa una carnicería, El Arca de Noé, en la Plaza del Comandante Las Morenas a principios de los años 90, donde ahora hay una tienda de fieltros y banderas, y en el número 12 de la calle La Bola, esquina con Santo Domingo, una pescadería hace 30 años, convertida en restaurante coreano. Eso sí, se felicita de que en el número 9 de la Plaza de Herradores continúe El Museo del Pan Gallego, horno abierto en 1986.

Estamos en las cercanías del Mercado de San Miguel, la plaza de abastos de titularidad privada que era el lugar natural de hacer las compras de productos frescos en la zona, pero que fue convertido en un lugar gourmet para turistas, de precios carísimos, en el 2009, dando la espalda a los vecinos.

Muy cerca de este no-mercado se encuentra la calle de Santiago, una de las vías que nos señalan fue principal en cuanto a comercio de proximidad en el entorno y que hoy en día está llena de establecimientos de hostelería.

Allí, Juan, propietario del bar Refra, sitúa una carnicería, una mantequería, una frutería y una tahona hasta hace pocos años, al tiempo que da fe de un puñado de edificios de viviendas que han perdido su carácter residencial y que están dedicados por entero al alquiler vacacional.

En este recorrido con Víctor Rey y con Javier Martín hemos estado cambiando continuamente de barrios, de Sol a Palacio y viceversa. La división administrativa jamás ha contado para los residentes de la zona, para quienes todo lo que queda a 15 minutos andando forma parte del ecosistema en el que se mueven y que consideran vecindario.

“Podemos hablar de toda una franja imaginaria, con forma de rectángulo, que trazaríamos de oeste a este, desde el Palacio Real hasta los grandes museos, en Letras, en la cual todos los vecinos nos encontramos con el mismo problema: la falta de tiendas de alimentación de barrio”.

“Por ejemplo, para comprar pescado fresco debemos ir ahora a la pescadería Alofer, en la calle Esgrima, ya en el barrio de Embajadores”, dice Víctor, mientras que Javier también apunta hacia esa zona y hacia La Latina como lo más próximo donde aún se pueden encontrar pequeños comercios de comida.

La falta de tiendas de alimentación en las calles más céntricas de Madrid viene a empeorar las condiciones de vida de los menguantes habitantes de la zona, según estos vecinos. “Si a eso le sumas la falta de todo tipo de dotaciones -centros de salud, colegios, guarderías-, ciertas peatonalizaciones y cambios urbanísticos que se hacen pensando en los de fuera y la permisividad con los apartamentos turísticos -entre Sol, Palacio y Letras calculamos desde la asociación Sol-Letras que habrá alrededor de 16.000-, es normal que se despueble la zona, que tiene muchos menos habitantes reales de lo que indica el padrón municipal”, afirma Rey.

“Queso, carne, verduras, antes todo estaba a mano. La aparición de Corte Inglés de Sol, con su supermercado, se comió todo el comercio de proximidad que había en la zona, ayudado por los cambios en el estilo de vida, la evolución de los alquileres, las políticas que han permitido -cuando no fomentado- que el barrio se vacíe de vecinos, la irrupción del fenómeno de los pisos turísticos. Todo es resultado de un proceso, no es una cosa que surge de un día para el otro y es un cambio por voluntad política; desde la política se puede dirigir y facilitar o castigar determinada orientación”, apunta Javier.

“¿Por qué no hay más pescaderías y pequeñas tiendas de alimentación en el barrio? Pues porque no hacen negocio, porque cada vez vive menos gente en la zona y hay más alquiler vacacional. No podemos pedir a los comerciantes que sean héroes y que mantengan abiertos sus establecimientos en plan museo. La gente no pone un negocio por amor al arte sino porque hay una necesidad y se quiere sacar un beneficio. ¿Quiénes son hoy en día la mayoría de los clientes de esta franja que va desde el Palacio Real a los museos del Paseso del Prado? Cada vez más gente que viene de turismo o de paso a Madrid. El centro de la ciudad actualmente no está hecho para vivirlo, sino para pasar y negociar. Quienes residimos en él somos más hostigados cada día”.

La extinción del comercio de proximidad en torno al kilómetro 0

Ramón Palacios, uno de los dueños de Ferpal, no quiere hablar sobre su negocio, afectado como está por el trance que supone tener que cerrarlo esta semana. Aun así, concede que a su tienda no se la lleva por delante la crisis de la Covid, como pudiéramos pensar, sino otras crisis que vienen de mucho más atrás y que tienen que ver, principalmente, “con el cambio de los tiempos, de los gustos y de la ciudad, y con la necesaria adaptación que exigen a establecimientos como éste”.

Según nuestro interlocutor, el fin de Ferpal también está relacionado con otras cosas que se calla, que masculla entre dientes o que cuenta en un off the record de obligado cumplimiento. Quizá si algún día se le deshace el comprensible nudo en la garganta que le anuda la lengua quiera dedicarnos unos minutos para siquiera dejar constancia de la historia de un sitio que es patrimonio inmaterial de Madrid, para que la liquidación que anuncia en su escaparate sea al menos sólo de jamones y de quesos y no también de su memoria, que es a su vez la de todos.

Cuando informamos del cierre de este tipo de establecimientos clásicos nos gusta creer que no estamos escribiendo necrológicas comerciales sino que acudimos prestos a aprehender in extremis pedacitos de historia que nos pueden contar de primera mano quienes están a punto de finalizar etapas y de diluirse en un Madrid poco dado al recuerdo que no queda escrito.

También queremos pensar que escribir esas historias nos purga, de alguna manera, del pecado de no haber comprado más o consumido más en el negocio moribundo de turno. Así, antes de que el libro se cierre para siempre pretendemos que nos dejen hojearlo, leyendo en diagonal algo de lo mucho que hay escrito en él.

Ferpal es una charcutería clásica y cafetería que se despide el mismo año en el que cumple medio siglo. La noticia de su adiós ha levantado al unísono el vuelo de una bandada de loas a sus sándwiches baratos y ricos –cuyo relleno también vendían aparte al peso y para llevar´– y a esos empleados tan clásicos como el local, que últimamente ya no estaban en plantilla y que sabían lo que se les iba a pedir antes de que nadie abriera la boca y que detectaban siempre si el cliente tenía a gente en casa de visita –“¡Hoy merienda, eh!”–. Ferpal también ha sido la tienda de las delicatessen antes de que hubiera delicatessen en otros mil sitios y el lugar de los gourmets que aún no sabían que eran gourmets.

El adiós de este establecimiento no hace más que confirmar que los negocios de proximidad del centro muy centro de Madrid, tal y como siempre los entendimos, se tienen que dar por extinguidos, salvo muy honrosas excepciones. Por eso cuando representantes del gobierno local visitan los alrededores de Sol para mostrar su apoyo al pequeño comercio acaban haciéndose fotos en lugares de hostelería o en tiendas de souvenirs.