“No sé si te habrás dado cuenta de que estoy un poco quemado”, confiesa Manuel Alonso Pérez, Manolo, cuando su conversación con este medio ya lleva varios minutos. La respuesta es claramente afirmativa, no solo por la claridad con la que se expresa, sino por su tono apesadumbrado. Porque este hombre que lleva 35 años ligado al mundo de la orquesta, que ha recorrido Madrid, España y buena parte del mundo, parece harto de escuchar siempre la misma canción. Mirar al pasado del sector le entristece, el presente le agota y el futuro le inquieta.
“La orquesta Yakarta no existe desde 2010”, dice Manolo, quien tantas veces fue su voz (y su director). Con este nombre, tomado de una cadena madrileña de marisquerías que les patrocinaba, se convirtieron en una referencia de las verbenas y todo tipo de eventos festivos desde su creación en 1988 y hasta su desaparición 22 años después. De sus cenizas emergió la orquesta Plenitud, que durante un tiempo compartió algún miembro de la última formación yakartiana y a la que Manolo sigue ligado. Echa una mano en lo que puede, sobre todo con su importante agenda de contactos.
Pero el prestigio es tal que en la mayoría de eventos siguen figurando con su antigua nomenclatura. Sin ir más lejos, así aparecen en el programa de las Fiestas de San Antonio de la Florida, donde actúan este domingo. Manolo, retirado de los escenarios desde 2018, no asistirá: “Solo voy a algunas galas, cuando me apetece y altruistamente”. Aunque lo achaca a la mella del tiempo y el cansancio, lo cierto es que por su tono parecen influir también las transformaciones en el panorama musical.
“Esto va a morir”, sentencia compungido. “Los representantes me llaman y me dicen que ya no quedan orquestas. Yo les respondo que ya lo sé. Los mayores son los que más disfrutan con lo que hacemos, con el tango, el pasodoble o la canción del verano, y están desapareciendo. Como también está dejando de existir esa música”. Manolo asegura no estar en contra de ningún estilo musical, pero lamenta que en la mayoría de temas actuales “no hay composición, es una misma base, un pum pum constante”. Echa en falta “los arreglos musicales que encontrabas antes en cualquier orquesta, esos sonidos, esas cuerdas, esos metales”. Ante esta “degradación”, no le extraña que por contraposición referentes anteriores como Tom Jones sigan llenando conciertos con 83 años, pero matiza que para ello hay que tener un enorme músculo financiero y comercial detrás.
Manolo recuerda el caso del compositor y productor Juan Carlos Calderón, que trabajó con artistas de la talla de Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat o Luis Miguel. Después del segundo puesto del Eres tú de Mocedades en Eurovisión 1973 y otras celebradas participaciones, se despidió del certamen europeo con un auténtico temazo: La fiesta terminó, interpretado por Paloma San Basilio. España cosechó un decepcionante 14º puesto y Calderón acabó profundamente desencantado. “Dijo que no iba a hacer más el tonto, que esto acabaría con todos los artistas llevando coros pregrabados”, cuenta Manolo, ya con más resignación que desencanto.
Habla asimismo del retroceso de ciertas formas musicales en discotecas o salas de baile, donde las listas de reproducción han supuesto una pesada losa para su gremio, reducido a algunas verbenas y fiestas populares o eventos mucho más puntuales: “A mí en cambio me gusta que en los espectáculos, también en salas de fiesta, haya alguien que cante. Y que se le entienda lo que dice”. Menciona con orgullo que su hijo, además de pertenecer a la Orquesta Metropolitana de Madrid, es batería en un grupo. “Lo tienen para echar el rato, pero me sorprende que siendo chavales de 40 años sigan tocando música de los ochenta y los noventa, canciones de los Módulos”.
Para este experimentado cantante “la música murió en la década de los 2000, porque cuando sale una canción de ahí en adelante en Pasapalabra nunca la conozco”. Manolo cree que si las orquestas aún no se han extinguido, aunque sí menguado, es “por el tipo de montaje que llevan: las luces, las coreografías...”. Defiende que si estas agrupaciones tocasen solo temas actuales “las plazas se quedarían vacías” porque “no les interesan a su público, la gente que escucha música de ahora no va a ver a las orquestas, cuyo público es generalmente de cuarenta y tantos para arriba o como mucho algún niño”.
Kenia, capital Yakarta
Quizá, solo quizá, en esta percepción tan derrotista del panorama musical por parte de Manolo influye el peso de la nostalgia. El intérprete recuerda los años de esplendor de este tipo de orquestas, con miles de kilómetros a cuestas: “Yo conozco España gracias a la música”. Pero la gran diferencia es que hace no tanto tiempo para muchas de estas agrupaciones el límite estaba en otras latitudes: “Estuvimos en Portugal, Francia, Suiza, Alemania, Marruecos... Cuando era jovencito llegamos a visitar Nairobi”. Guarda como oro empaño su experiencia en la capital de Kenia: “A los españoles nos veían muy bien allí donde íbamos”.
Ahora el contexto es otro, y según Manolo el número de actuaciones anuales ha retrocedido sustancialmente, “sobre todo en una orquesta como Yakarta / Plenitud, que tampoco es de las más potentes por tamaño”. Los grandes transatlánticos del sector (“que no son muchos”) pueden alcanzar los 150 bolos entre mayo y octubre, temporada alta de verbenas y ferias, pero en agrupaciones más modestas “esta cantidad es mucho más baja”.
También ha descendido el número de personas que conforman las actuaciones de la propia orquesta: “Como se lleva mucho pregrabado, con tres o cuatro músicos te apañas. Lo mismo pasa en otras agrupaciones más grandes, aunque en el escenario sean diez o doce. Ya nadie hace música al 100% como pasaba antes, como mucho el 90% es en directo. Entre otras cosas porque se hace espectáculo y bailando de la forma en la que se mueven no se puede cantar sin desafinar”.
Este lúgubre paradigma no es ajeno, por supuesto, a la cuestión económica: “Los representantes te mueven para aquí y para allá por tres pesetas, ahora hasta en las orquestas gallegas, que siempre han sido las más potentes”. Manolo sitúa “entre 150 y 200 euros” lo que cada miembro de la orquesta gana en una jornada de trabajo una vez deducidos gastos y cotizaciones, mientras los promotores “se embolsan 15.000, 25.000 o 30.000 por gala”.
Ya nadie hace música al 100% como pasaba antes, como mucho el 90% es en directo. Entre otras cosas porque se hace espectáculo y bailando de la forma en la que se mueven no se puede cantar sin desafinar
Durante la entrevista, con intención de evitar que todo tenga un poso amargo, surge el tema de la herencia popular en artistas que sí gozan de gran aceptación entre la juventud. C. Tangana o Rosalía, pero también otros de trayectoria más longeva, con una sensibilidad de andar por casa, como Estopa o Camela. Manolo no lo tiene claro. Respeta todos los gustos y reivindica la diversidad, pero en esa variedad echa en falta justamente ese estilo que convirtió a orquestas como Yakarta en capital de Kenia por un día: “Lo que levantaba a la gente era Camilo Sesto, Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos, José Luis Perales...”.
A Manolo no le duele en prendas reconocer que en Yakarta, y en el espíritu que queda de ella en Plenitud, trataban de “imitar” a esos referentes. De entre todos ellos, siempre tuvo especial predilección por uno: “Yo cantaba con una tesitura parecida a Nino Bravo. También porque me lo curraba y ensayaba mucho, que sé que estoy diciendo palabras mayores. Pero de eso hace ya muchos años. Eran otros tiempos”.