En mi niñez me acostumbré a ver todos los grandes eventos que ocurrían en el mundo a través del televisor. Vivir en una ciudad de 35.000 habitantes influía mucho. El “yo estuve ahí” no empezó a formar parte de mi vocabulario hasta que me mudé a Madrid. Por supuesto que pasan cosas en las ciudades pequeñas, pero no con la misma frecuencia que en las grandes capitales.
La distancia con la capital también me alejaba de algunas de las cosas que más me gustaban como la música. Aquellas veces (pocas) en las que mis artistas internacionales favoritos pisaban territorio español, nunca podía asistir a uno de sus conciertos. En esas ocasiones, citando a mi querido compañero Guillermo Hormigo, “esa distancia entre la proximidad y la pantalla se ensanchaba todavía más”. Cosas de provincianos, supongo.
Nunca llegaba el momento de disfrutar uno de esos macroeventos en vivo y en directo, así que me conformaba con los que podía ver a través de una pantalla. De lo que no tenía ni idea, es que uno de esos conciertos televisados podía suponer un antes y un después en mi vida. Suena demasiado trascendental, lo sé, pero así lo sentí.
Era junio de 2010. Todavía no estaba de vacaciones en el colegio, pero ya olía a verano. Miley Cyrus actuaba en la Ciudad del Rock de Arganda como cabeza de cartel del festival Rock in Rio. Era su primera vez dando un concierto en España, y yo, una niña de 11 años por aquel entonces, esperaba pegada al televisor que empezase a cantar.
Enfundada en un body negro y con tacones de vértigo salíó al escenario y comenzó el espectáculo. Muchas chicas de mi edad recordarán ese momento como un golpe de realidad. Fuimos conscientes de que el personaje de Hannah Montana había desaparecido para siempre y ahora solo quedaba Miley.
El momento en el que cantó I can't be tamed Madrid tembló. Yo también, desde mi casa. Sin olvidar cuando David Bisbal subió al escenario para interpretar su tema Te miro a ti (When i look at you) juntos, un dúo que queda para la historia. Una puesta en escena arriesgada que ocupó al día siguiente portadas de todo el mundo. Los comentarios que acompañaban las fotos eran, cuanto menos, repugnantes. “Movimientos sensuales. Piernas interminables. Bailes tórridos. ¿Qué es esto?”, rezaban algunas crónicas. No era consciente, pero aquella actuación me enseñó mucho sobre el mundo que me rodeaba (y me rodea).
Las críticas que tuvo que soportar Miley por el simple hecho de crecer consiguieron que durante mucho tiempo renegase de aquella chica Disney que fue. Desde aquel momento, todas las noticias que se publicaban sobre ella tenían que ver con sus novios, su vida personal o la ropa que vestía. Vivía en un juicio continuo en el que todo el mundo se creía con el derecho de opinar sobre sus decisiones. Vamos, lo que a la mayoría de mujeres nos ha tocado vivir alguna que otra vez. Esa es, precisamente la razón por la que aquel concierto al que no asistí me cambió. Pasé de ser su fan a una chica que, como ella, sufría el señalamiento de la sociedad por el simple hecho de existir y a la que se le cuestionaba desde la ropa que llevaba hasta sus compañías. Ella ya no era un personaje ficticio, era una mujer real, y todo lo que pasaba a su alrededor terminaba derivando en comentarios cargados de machismo que daban cuenta del mundo en el que vivíamos (y vivimos). Pero qué iba a saber yo de todo eso.
Durante mucho tiempo me obsesioné con sus canciones, con sus películas, con su forma de vestir, seguía cada paso que daba. En parte, porque la admiraba (y la admiro) como artista, pero sobre todo porque anhelaba tener la libertad de mostrarme como era sin pensar en lo que dirían, tal y como parecía que ella hacía.
Ahora, 14 años después, muchas cosas han cambiado. La Ciudad del Rock de Arganda ha empezado a transformarse en un polígono industrial, yo cumplí mi deseo de vivir en Madrid y Miley ha vuelto a abrazar a Hannah Montana, aquel personaje que mató en Rock in Rio. Hace tan solo unas semanas fue nombrada Leyenda Disney y con su discurso todas curamos un poco a nuestras niñas interiores: “Estoy aquí todavía orgullosa de haber sido Hannah Montana, porque ella hizo a Miley de muchas maneras”. Y a mí. Y a muchas.