Pioneras y rojas: las jugadoras de hockey del Athletic Club de Madrid que enarbolaron la bandera del feminismo
Cuando pensamos en una pionera del deporte español lo hacemos en Lilí Álvarez, primera participante española en unos juegos olímpicos. El deporte que practicaba –tenis– fue también uno de los que más tempranamente fueron considerados adecuados para la mujer, junto con la gimnasia, el excursionismo o el ciclismo. Sin embargo, el acceso a los deportes de equipo fue mucho más arduo para las mujeres, cuya naturaleza se consideraba ajena a los ejercicios de cooperación y competitividad.
Algo cambió con el hockey hierba, el primero de aquellos sports de equipo importados que fue practicado por muchachas de clase media dispuestas a desafiar los usos sociales a través del ejercicio. Y las primeras de todas se agruparon al socaire del Athletic Club de Madrid (actual Atlético de Madrid) que ya tenía una importante sección masculina. Así, hacia 1918 un grupo de mujeres de la alta sociedad madrileña crearon la sección femenina del club. En aquellos años era aún frecuente que las pioneras del deporte practicaran varias disciplinas, por lo que varias tenistas de la época, como Inés Gomar, participaron del juego del stick; y como no existían otros equipos, se organizaban para jugar entre ellas.
En 1923 la revista Gran Vida publicaba un artículo titulado El hockey y el feminismo. En la fotografía que ilustra el texto se aprecia a las jugadoras vestidas con faldas largas, camisas, chaquetas y zapatos. “Decididamente, el deporte en cuestión ha tomado ya carta de naturaleza entre el bello sexo”, comenzaba el artículo. Mencionaba las prácticas de las mujeres del Athletic Club de Madrid, pero ya hacía referencia a la existencia de otros equipos “en Barcelona, Bilbao o San Sebastián”. Pedía que se organizara una competición para las practicantes “del bello sexo” a las que, efectivamente, adjetivaba desde la mirada masculina como jóvenes y bellas.
En los años treinta se formarían nuevos equipos. Como el del Club de Campo de Madrid, con la participación de algunas veteranas del equipo athlético, o la Agrupación Deportiva Tranviaria, que significa un paso adelante en la evolución del deporte femenino hacia capas más amplias de las clases medias. Entre ellas, encontramos a una generación burguesa ilustrada y progresista, educada en centros como el Instituto-Escuela, ligado a la Institución Libre de Enseñanza.
La Agrupación Deportiva Tranviaria sería la semilla de la nueva sección de hockey femenino del Athletic Club de Madrid en 1932, que jugaría en el llamado Campo de los Alemanes de La Guindalera. Pese a los buenos resultados deportivos, la crisis económica del club puso en aprietos la existencia de la sección. Pero las jugadoras dieron un paso al frente y propusieron seguir adelante por su cuenta con los colores del club, a lo que el equipo matriz accedió. A partir de este momento eran la voz del equipo –ellas mismas lo comunicaron a la prensa– y las administradoras de la entidad.
Margot Moles asumió la capitanía y la dirección de los entrenamientos. Será la primera figura cuya impresionante biografía reseñaremos con ayuda de la magnífica biografía escrita por Ignacio Ramos Altamira, donde se aporta mucha información sobre la que fue una de las mejores atletas españolas de la república y, también, sobre otras compañeras suyas.
Originaria de Cataluña, Moles y su familia se instalaron en Madrid cuando contaba dieciséis años. Su padre, Pedro Moles Ormella, trabajó en el Instituto-Escuela, donde también estudiaron (e incluso dieron clases en las colonias de verano) sus hijas. Aquí hablamos de ella a propósito del hockey, pero también fue pionera en las prácticas del atletismo femenino, el excursionismo o el esquí. Fundó, junto con otros jóvenes, el Club Natación Canoe, ganó el primer Campeonato de España de esquí femenino y hasta se calzó los esquíes en unos juegos olímpicos de invierno.
Margot se casó con el esquiador Manuel Pina Picazo, al que conoció en el Club Peñalara, del que ambos formaban parte. Moles no escondió sus querencias republicanas y durante la guerra no dudó en cuidar hijos de combatientes o poner su conocimiento del deporte al servicio del gobierno. Pina se alistó en el Batallón Alpino, donde alcanzó el grado de teniente de Infantería del Ejército de Tierra. Fue fusilado por el Régimen franquista en 1942 y Moles, a quien le quedaban años de carrera deportiva y muchas horas de docencia, tuvo que recluirse en su casa mientras su memoria pública se desvanecía.
En 1934 el equipo de hockey hierba del Athletic, con Moles como estrella defensiva, se llevó su primer Campeonato Regional de Centro para, a continuación, convertirse en las primeras campeonas de España (lo serían en tres ocasiones antes de la guerra). En 1935el equipo se convirtió, además, en la base de la primera selección española.
Entre las jugadoras destacadas del equipo contaba también Lucinda Moles, primera capitana del equipo antes de viajar a Estados Unidos para estudiar becada. Pionera, con su hermana, en la fundación del Canoe y en las disciplinas de montaña madrileñas. Y, de nuevo junto con Margot, la primera practicante profesional de atletismo.
Cuando en 1930, tras la dimisión de Miguel Primo de Ribera, se amnistió al líder estudiantil de la Federación Universitaria Escolar Antoni María Sbert (que había sido desterrado a Baleares por la huelga estudiantil del año anterior), Lucinda lo escoltó en su entrada a Madrid –donde tuvo un recibimiento multitudinario– en su motocicleta. La acompañaba de paquete la también jugadora de hockey del equipo Mary Bartolazzi.
Durante la guerra, Lucinda trabajó para el Ministerio de Instrucción Pública, como enfermera y participó junto con su hermana en la puesta en marcha de ¡Alerta!, un programa de formación premilitar física y cultural de las Juventudes Socialistas Unificadas. Durante el franquismo se exilió a Estados Unidos y continuó su carrera académica.
Bartolazzi, que acompañara a Lucinda en aquella recepción a Sbert, era la presidenta de la sección femenina de la FUE pero rehízo su vida durante el franquismo y, de hecho, fue la encargada de reconstruir el equipo rojiblanco de hockey. Su padre, el escritor e ilustrador Salvador Bartolozzi, tuvo que marchar al exilio junto con su pareja de entonces, la periodista Magda Donato (hermana de Margarita Nelken).
Otra de las mejores jugadoras de aquel equipo campeón fue Clara Sancha Padrós, que además del hockey practicó el atletismo. Era hija de Matilde Padrós, doctora en Filosofía y Letras, y el pintor Francisco Sancha. Clara vivió con su familia en Londres cuando era una niña y luego volvió para, claro está, pasar por las aulas del Instituto-Escuela. Se casó con Alberto Sánchez Pérez, un brillante escultor de origen humilde con el que se exilió en la Unión Soviética al final de la guerra. A Moscú los acompañaron su hermana Soledad Sancha, que también era deportista, y su marido, el arquitecto Luis Lacasa.
Cuando estalló la guerra, Clara y Alberto acababan de casarse y vivían en un piso de la calle Joaquín María López, que fue destruido por la artillería franquista, perdiéndose el grueso de la obra del escultor. En 1937 el Gobierno de la República le envió a París para realizar una escultura en el pabellón español de la Exposición Internacional. Se trata de El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, cuya reproducción podemos ver hoy en día a las puertas del Museo Reina Sofía.
Todas estas jugadoras fueron, además, fundadoras del Club Deportivo Femenino junto con otras deportistas, como Aurora Villa, que también procedía del Instituto-Escuela. Villa no practicó el hockey pero obtuvo grandes marcas en atletismo y natación, entre otros deportes. Fue republicana, aunque tuvo que pasar el mal momento de la detención al principio de la guerra de su padre, Luis Villa, a quien se acusaba de monárquico. Aurora consiguió su liberación y, tras la contienda, retomó sus estudios de medicina, llegando a ser la primera oftalmóloga de España.
La prensa republicana dio mucha cobertura al club en 1935, aunque era incapaz de desprenderse de la habitual mirada cosificadora. “Un grupo de muchachas—delicioso ”bouquet“ de gracias y de sonrisas — ha decidido formar en Madrid un club femenino de deportes”, decía La Voz. Daría cabida al hockey (el de más aceptación), balonmano, baloncesto, tenis, gimnasia, atletismo, excursionismo… “Y siempre, siempre, como artículo de primera necesidad para su belleza, la barrita de rojo, el ”rimmel“ y el sombreado de ojos...”, añadía. El campo de deportes estaba situado en Fernández de la Hoz esquina con Ríos Rosas (antiguo de la Tranviaria), la cuota mensual era de cinco pesetas (tres para las menores) y estaba presidido por Clara Sancha.
Por supuesto, no todas las pioneras del deporte fueron progresistas. Aunque nada tiene que ver con el hockey, cabe recordar que la escritora Almudena Grandes solía repetir cuánto le impresionaba que una mujer tan moderna durante los años de la República como Clara Stauffer, nadadora y esquiadora, acabara creando una red de evasión nazi. Por eso hizo de ella un personaje de novela en Los pacientes del doctor García. La otra gran estrella del hockey durante la Segunda República, Pepa Chávarri, era una mujer de derechas y fue detenida durante la guerra. Liberada, pasó al campo nacional y visitó la Alemania nazi, para capitanear el equipo de la Sección Femenina de hockey durante la posguerra. Chávarri, que acabó su carrera en el Atlético de Madrid, declaró que en la selección femenina de hockey se había infiltrado la propaganda del Frente Popular, según recoge Ramos Altamira en Margot Moles, la gran atleta republicana.
El deporte femenino de posguerra, guiado por la Sección Femenina, sufrió un retroceso brutal paralelo al de la situación de la mujer española. En 1932 Margot Moles se había mostrado frente a un periodista partidaria de la República y del divorcio. Entonces, decía públicamente “nosotras no creemos en la superioridad del sexo masculino”. Pasaron muchos años hasta que una deportista española pudiera volver a enarbolar públicamente la bandera de los derechos de la mujer en España.
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