La obsesión por mirar la ciudad desde el famoso cielo de Madrid no es nueva. En 1966 el diario El Alcázar hizo un llamamiento público a los arquitectos bajo el elocuente título Madrid necesita un mirador, con la idea de que España, que ansiaba ser homologable en Europa, se sumara a la fiebre del rascacielos del momento. El periódico proponía como ubicación los pinares de Rodajos, en la Casa de Campo.
El proyecto más comentado fue la Torre del espectáculo, del reputado arquitecto Casto Fernández Shaw. Se trataba de una torre de 500 metros de altura (170 más que la Torre Eiffel) con exteriores de aluminio y cristal, 330 metros de diámetro en la base y un kilómetro de circunferencia. Si se hubiera hecho unas décadas más tarde, seguramente hubiera albergado un centro comercial, pero en los años sesenta se pensó con un campo de fútbol con las medidas reglamentarias y capacidad para 45.000 espectadores en la planta principal y otras infraestructuras, también sorprendentes, según se ascendía. A saber, un círculo para variedades y circo para 15.000 personas, cine con seis pantallas, sala de conciertos y teatro cuya platea giraba alrededor del escenario anular, piscina, tiendas y miradores con distintas orientaciones.
Al rascacielos se podía acceder con el propio coche e, incluso, hacer compras sin bajarse del vehículo. Aunque vista hoy la idea se antoja megalómana y excéntrica, parece ser que en su momento gustó mucho.
Según recordaba Álex Niño en un artículo de El País de 1993, Joaquín Sánchez Cordobés, ingeniero jefe de los servicios de radiodifusión y televisión del Ministerio de Información y Turismo declaró que su construcción era “muy urgente”, pues veía en la torre una oportunidad de hacer grandes coberturas (y la torre sería también emisora de radio y televisión para ofrecer al mundo lo que sucedía en su interior). Antonio del Rosal, marqués de Sales y presidente de la Asociación Española de Amigos de los Castillos –sociedad impulsada por Fernández Shaw– advertía de la posibilidad de que el arquitecto se llevara su ingenio a otro país si no se levantaba en España e, incluso, cayera en manos de los rusos, que ya lo habían tentado años atrás.
El arquitecto fue invitado a explicar su proyecto en distintos foros. En una conferencia en el Castellana Hilton explicó cómo “la torre simboliza el espíritu de trayectoria vertical, tan dentro del hombre que nos acerca a Dios”, e incluso anticipó la idea de que sirviera de escenario de una exposición universal con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América, en 1992.
Su compañero Miguel Fisac, sin embargo, se mostró contrario al proyecto. “Sinceramente, en vez de construir torres, creo que lo ideal sería que no tapasen, como lo están haciendo, las vistas maravillosas que Madrid”, dijo en una entrevista, según recoge el artículo de Niño.
La estructura de “hiperboloide de repetición” de la Torre mirador es habitual en sus propuestas más radicales en busca de nuevas formas, como escribiera Félix Cabrero Garrido para un monográfico sobre el arquitecto de la revista Arquitectura, donde que llega a comparar la faceta visionaria del arquitecto con “las arquitecturas del cómic”.
“El exterior de los edificios tendrá que obedecer a leyes matemáticas”, había dicho refiriéndose a la representación gráfica de ecuaciones diferenciales. Una estética futurista que se puede apreciar en otros proyectos suyos como en la torre de control en su propuesta para el aeropuerto de Barajas o en la del faro de Colón, de formas muy similares a las de la Torre mirador de la Casa de Campo.
Carlos Fernández Shaw (Madrid, 13 de abril de 1896 – San Lorenzo de El Escorial, 29 de abril de 1978) comenzó su andadura profesional de la mano de Antonio Palacios, pasando luego a colaborar con los hermanos Otamendi en la Compañía Urbanizadora Metropolitana (con Julián Otamendi hace los edificios Titanic en Cuatro Caminos). Durante sus primeros años profesionales, desarrolla su admiración por las vanguardias –particularmente el futurismo– en la construcción de presas. En los años treinta, su arquitectura se tiñe un poco más de funcionalismo y, durante la República, concibe el proyecto nonato de Estación de Enlace en Madrid de la plaza de Colón, que también podría ser objeto de esta sección.
Algunas obras suyas de importancia son el edificio Coliseum en la Gran Vía, la gasolinera de Petróleos Porto Pí (o Gesa), en la calle de Alberto Aguilera, la fachada del Banco Hispano de Edificación en la Gran Vía de Madrid o el Mercado de San Fernando en la calle de Embajadores.
Aunque Fisac dudaba que la propuesta de Fernández Shaw fuera realmente en serio, lo cierto es que, si no era así, el país la acogió momentáneamente con entusiasmo, y seguramente él vio la ocasión de ver convertidas en realidad las ciudades del futuro que acostumbraba a dibujar.