Es poco habitual que celebremos la onomástica de edificios que ya no existen. Sin embargo, el centenario del desaparecido Hotel Florida, que abrió sus puertas el 31 de enero de 1924, llega en un momento de enorme reivindicación cultural. Tanto por su simbolismo durante periodos muy concretos de la historia de Madrid como por haber sido diseñado por Antonio Palacios, el gran arquitecto de la capital, cuyo legado se valora estos días con más fuerza que nunca, ahora que se acaban de cumplir 150 años desde su nacimiento.
Del Florida se conservan pocos recuerdos físicos y muchas historias. Parte de ellas contadas por algunas de las plumas más afiladas de la historia de la literatura universal. En sus camas durmieron Hemingway o Dos Passos, que por el día enviaban sus crónicas de la Guerra Civil Española a Estados Unidos. Descansó Antoine de Saint-Exupéry y cogían fuerzas de sus disparos fotográficos Gerda Taro y Robert Cappa. Unos apellidos que alimentaron la leyenda del edificio, desaparecido del corazón de la capital en 1964, durante una época en la que lo nuevo se superponía sobre lo viejo sin pararse a valorar su valor histórico.
El hotel se construyó en el entorno de Callao, en parte de la calle del Carmen y una de las callecitas desaparecidas con la apertura de la Gran Vía, la de San Jacinto. Se inauguró el 31 de enero, seguramente con prisas, pues no obtuvo licencia de uso hasta unos meses después. Parecía que había pasado un siglo desde que se habían producido los primeros derribos de casas para abrir la Gran Vía, hacia 1910, y Madrid estaba culminando un aparente aterrizaje en la modernidad simbolizado en la calle.
Inseparable del hotel, desde el principio, fue el local comercial de sus bajos. Con el nombre de Granja Florida, era un lugar elegante que aunaba cafetería, mantequería y la confitería. Muy del gusto del momento. Al poco de abrirse, inauguró una cervecería en el sótano conocida popularmente como la cueva. Una reforma inmediatamente anterior a la guerra convirtió el espacio en una sala de fiestas subterránea.
Según las notas de prensa de la época, el hotel contaba con diez plantas y unas doscientas habitaciones, con unos precios un poco más elevados que los establecimientos hoteleros del segundo tramo de la calle (entre 12,50 y 30 pesetas a principios de los treinta, según el historiador Santiago de Miguel).
Joaquín Velasco Martín, un ingeniero vallisoletano (con calle en la ciudad) y empresario que había hecho fortuna en el rural, fue uno de los propietarios del hotel. Sus promotores, el doctor Félix Egaña y sus socios de la constructora Torán y Harguindey, que ya habían trabajado con Antonio Palacios en el Hospital La Fuenfría, impulsado por el conocido médico. Los primeros en explotar el hotel fueron Justo Aedo Alonso y Manuel Morán Pérez, masones –el primero sale en el expediente del general Aranda, represaliado por Franco– y progresistas. Después de la guerra, y represaliados estos primeros gerentes, el negocio fue reclamado por Joaquín Velasco.
En 1945 sufre una reforma que cambia esencialmente los interiores; posteriormente será adquirido por Galerías Preciados, que lo derribará para levantar el edificio que es hoy El Corte Inglés en la plaza de Callao, de cuya pared pende desde 2019 una placa que recuerda el hotel, que contó con el impulso del propio centro comercial y fue colocada por el Ayuntamiento.
El arquitecto Álvaro Bonet, que ha dedicado su tesis doctoral a Antonio Palacios, ha estudiado a fondo el edificio y ha entregado a la sociedad una “reconstrucción forense” que nos acerca un poco más a la imagen de este escenario, cuya historia estaba llena de personajes increíbles en busca de planos. Hasta ahora, la ausencia de un proyecto nos había robado el detalle, pero el hallazgo de un expediente le ha permitido reconstruir los contornos del Florida, en la manzana Ñ de la ordenación de reforma de la Gran Vía. Quedan aún muchas cosas por conocer sobre aquellos muros y lo que sucedió dentro pero la del Florida es una historia viva, como demuestra el reciente hallazgo de las barandillas originales del hotel en un cercano edificio de la calle Pizarro.
Las Kelys de los 30 y una breve historia social del Hotel Florida
Un hotel de las características del Florida hay que entenderlo también como un gran centro de trabajo en una calle que se había convertido en el epicentro de las industrias del espectáculo y el comercio de escaparate en Madrid. La periodista Josefina Carabias escribió en abril de 1934 un magnífico reportaje vivido, publicado en Crónica en cuatro entregas durante abril de 1934, que nos permite esbozar algunos retazos impresionistas sobre la historia social del trabajo en el Hotel Florida: “Ocho días de camarera en un hotel de Madrid. Cómo me hice chica de servir”.
En su peripecia impresa, aquella Carabias, que trataba de disimular sus maneras burguesas con poco éxito, atravesaba la imponente puerta giratoria del hotel para que el conserje la mandara a la puerta de servicio, que se encontraba “al final de la fachada”. Esta, daba paso a una escalera que conducía a un sótano, ambientado por el ruido de las lavadoras. Allí conoció a la gobernanta, pero también al resto de los trabajadores que echaban carbón a las calderas del buque: el encargado de la calefacción, el listero –encargado de que ficharan en un libro las camareras–, mozos de equipajes, camareros…
Aquellas jóvenes ataviadas de cofia y delantal desempeñaban un trabajo duro, que, según se desprende del texto, estaba algo mejor pagado que otros lugares donde se servía, gracias a las propinas. A primera hora, las camareras limpiaban los pasillos y recogían la ropa sucia, haciendo recados para los clientes –aguantando a menudo las insinuaciones de algunos de ellos–, subiendo y bajando siempre por el montacargas. Algunas noches, también tocaba guardia.
En los ratos de poco trabajo el cuarto de la plancha servía de espacio de sororidad y, en los pasillos del lujoso establecimiento, se escenificaba la desigualdad de los contactos interclasistas de la parte más cosmopolita de Madrid. Y, estamos en los años treinta, la lucha de clases. Antonio, el trabajador encargado del montacargas le comenta a la Carabias infiltrada que solo lee El Socialista o el CNT, “nada de prensa burguesa”. Luego, vendrán el ofrecimiento de la sindicación y las colectas para una ex compañera que ha caído en desgracia.
Aunque hay quien dice que el reportaje refleja el Palace, algunas de las fotos, hechas por Cortés, denotan estar hechas en el Hotel Florida, según los expertos. La barandilla que aparece en las imágenes, por ejemplo, es la misma que todavía pervive en el interior de la cercana Casa Matesanz (Gran Vía 27) y era marca indeleble del estilo constructivo de Antonio Palacios, autor de ambos edificios. Los reportajes vividos eran textos narrativos que, acompañados de fantásticas fotografías, acercaban al público burgués apelado por la cuestión social la vida de las clases trabajadoras. Hay que tener en cuenta que parte de las imágenes estaban preparadas a posteriori, por lo que cabría dudar acerca de que estuvieran tomadas en el mismo hotel donde la reportera se infiltró, pero Eduardo Haro Tecglen, gran conocedor del periodismo de la época, también situaba la acción en el Florida.
Isla de letras de leyenda
Pero la leyenda del Hotel Florida, lo que lo convierte en un espacio que celebra su centenario a pesar de su carácter incorpóreo, son los nombres que pasaron por allí durante la guerra. La Oficina de Prensa Extranjera estaba situada en el Edificio de la Telefónica y los corresponsales se alojaron en el Florida, uno de los pocos que permanecieron abiertos durante la contienda militar. Desde sus habitaciones se escribieron crónicas con firmas ilustres y pasaron escritores de talla mundial. En su puerta, protegida por sacos terreros, se hablaba en distintas lenguas y se hacían las crónicas que luego llegaban a todo el planeta.
El escritor Jesús Felipe Zúñiga nos dejó un retazo de la vida del Florida en guerra en su cuento Hotel Florida. Plaza de Callao:
“…en el hall donde nos habíamos sentado la tarde de la llegada y habíamos contemplado a los que entraban y salían, periodistas extranjeros, anticuarios, traficantes de armas, reporteros traidores, espías disfrazados de demócratas, falsos amigos a la caza de cuadros valiosos, aves de mal agüero unidas al engaño que es negociar las mil mercancías que son precisas en las guerras”.
Entre quienes escribieron páginas inmortales contaban los Ernest Hemingway –nuestra guerra replica en su Por quién doblan las campanas–, John Dos Passos, Antoine Saint-Exúpery, Ilya Ehrenburg, André Malraux o Lilian Hellman. No menos interesantes son para la historia las cuartillas escritas por los periodistas Mijail Kolstov –corresponsal de Pravda y comisario político–, Martha Gellhorn –enviada por Colliers, Hemingway y ella comenzaron allí una relación–, o Herbert Matthews, entre muchos otros.
La guerra de España tuvo un halo mítico en el siglo XX. Despojada de todo lo miserable e inhumano que tienen las guerras, y como herencia de la solidaridad internacional que despertó en el mundo, en el horizonte mental de la izquierda cultural quedó también como escenario donde los aventureros habían forjado su carácter. El Rick Blaine de Casablanca o el Corto Maltés de Pratt que, cómo no, estuvo en el Hotel Florida en una de sus aventuras.
La mayoría de grandes escritores llegaron al Florida a partir del año 1937, cuando el conflicto armado tenía algo épico que contar: el fascismo se había levantado en armas y por vez primera la capital de un país europeo estaba resistiendo con tenacidad, pese a las malas perspectivas iniciales que incluso hicieron huir al Gobierno de la República hacia Valencia. Los primeros envites de guerra en 1936 habían sido mucho más duros. En aquella época las habitaciones del Florida que daban a la plaza de Callao eran más baratas que las interiores, por tener más posibilidades de que cayera sobre ellas la artillería del bando sublevado, que disparaba desde la Casa de Campo.
Fueron los tiempos en los que se forjó la leyenda del Hotel Florida, muchos de cuyos episodios reaparecen cada año desde hace seis como si de un espectro se tratase, en el mismo lugar que ocupaba entonces. Lo hace con las historias que cuentan algunos de los que lo conocían bien, que se mezclan con las de otros que no lo vieron en pie pero que lo han estudiado a conciencia. Este momento místico tiene lugar durante las jornadas de literatura y periodismo llamadas con el nombre del edificio, que acoge cada año el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, organizadas junto a Frontera D. En la de este año hubo una charla dedicada al propio hotel, en la que el citado Bonet y el investigador Juan Andrés Milleiro contaron algunos de los hechos narrados en este reportaje. Su charla, que tuvo lugar el pasado viernes, quedó recogida en el siguiente vídeo:
El colofón a esta conversación, en la que también intervino la delegada Marta Rivera de la Cruz, lo puso Tomás Moreno, uno de los últimos trabajadores del Florida cuando la familia Velasco, entonces propietaria del negocio, vendió en 1962 el edificio a Galerías Preciados. Explicaba Tomás que la cadena de grandes almacenes puso en saldo todos los enseres del hotel y aprovechó algunos de sus materiales para el centro que estaba a punto de inaugurar en Arapiles.
La demolición acabó con el edificio, pero no con las historias que todavía perviven. Como también le ha sobrevivido su nombre, escondido en el parque más famoso de Madrid. Allí había antes de la guerra un salón de ocio llamado el Viena Park, situado en la antigua Casa del Contrabandista, que fue reconstruido por el Ayuntamiento en los años cuarenta y fue cedido a la misma familia Velasco dueña del hotel de Callao, para que organizara allí eventos. Abrió en 1942 y lo llamó el Florida Parque...y luego Florida Park.