El padre de Pilar nació en el número 1 de la calle Salvia en 1936. El edificio casi, casi surgió también con él, apenas seis años antes. “Mis abuelos tenían un negocio justo enfrente y pasaron de vivir encima del establecimiento a aquí”. Cuando su padre y su madre se casaron, hace 60 años, su casa siguió estando entre las mismas paredes. El día que esta vecina conversa con Somos Tetuán cumple 55 años. “Son los mimos que llevo en este santo bloque, salvo por los tres años que estuve en Toledo”.
Se ha tomado la posible compra del fondo buitre Elix y los desalojos previstos por la inmobiliaria Intedisa (actual dueña) como algo personal. No hay otra forma de hacerlo cuando está en entredicho algo tan íntimo como el hogar. Se muestra dispuesta a pelear hasta el final por su madre y el resto de los vecinos. “No hay suficiente dinero para comprar que mi madre pueda morir en su casa”, sostiene.
A su lado está Habiba, que lleva viviendo en la calle casi 27 años. Allí nació su hijo pequeño, que aparece mientras la entrevista está a punto de concluir. El mayor llegó al barrio con solo un año. Al principio, vivían en una casa que había enfrente y ya son 15 años en este bloque. Su vida transcurre desde Salvia hasta Arturo Soria, donde trabaja en el comedor de una fábrica. “Si salgo de aquí me muero”, afirma.
Los vecinos que resisten en el número 1 de la calle Salvia llevan una media de 20 años en el lugar. Su nexo con el inmueble es grande, pues algunos han pasado por distintos apartamentos: “Muchos llegaban a los pisos interiores, que son muy pequeños, y cuando se quedaba libre otro cambiaban”, apunta Pilar.
Esta misma vecina ha vivido alquilada en el piso de Habiba, donde se produce la conversación. Cuentan que la media de las nóminas de los vecinos es de 800 o 1000 euros y que en las agencias inmobiliarias se ríen de ellos cuando preguntan por algún alquiler alternativo. No podrán permanecer en el barrio donde tienen arraigo y redes de vecindad –que lo son también de supervivencia– y, temen, ni siquiera en la ciudad en la que trabajan.
La situación del edificio ha saltado a la primera línea mediática por el intento de compra de Elix, una de las compañías que integra la sociedad Elix Rental Housing Socimi II, junto a la empresa AltamarCAM Partners. Una entidad esta última presidida por Claudio Aguirre, primo segundo de la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. La sociedad ya posee un bloque en Canillejas y otro en el número 22 de la calle Galileo, en el distrito de Chamberí. Es aquí donde ha empezado a movilizar su maquinaria, aunque se ha topado con una importante resistencia vecinal.
Una situación crítica: “Ya estábamos en manos de un fondo buitre”
Pero su caso tiene algunas particularidades que convierten su situación en mucho más acuciante y delicada que la de Tribulete 7 o Boldano 5, los otros edificios que este fondo trata de conseguir con una ampliación de capital ya aprobada por su junta de accionistas. “Muchas de nosotras ya teníamos una notificación de desalojo antes de que apareciera Elix”, cuenta Pilar.
El bloque ha experimentado un continuo toma y daca en la propiedad estos últimos años. Las vecinas apuntan, antes que a Elix, a otra sociedad inmobiliaria: Intedisa. Esta promotora todavía conserva la titularidad sobre el edificio y es la que inició el proceso de expulsión de residentes hace ya varios meses: “Ya estábamos en manos de un fondo buitre”, denuncia Pilar.
“En Intedisa se tienen por una agencia muy respetable fundada en los sesenta. Pero para mí comprar un edificio antiguo con rentas bajas, tratar de vaciarlo y venderlo a más precio solo tiene un nombre: buitre”, argumenta esta residente. “Su idea era empezar obras este mismo abril y que para entonces todos estuviéramos ya fuera, aunque con el interés de Elix supongo que esta intención habrá cambiado un poco”.
En Intedisa se tienen por una agencia muy respetable fundada en los sesenta. Pero para mí comprar un edificio antiguo con rentas bajas, tratar de vaciarlo y venderlo a un precio mayor solo tiene un nombre: buitre
Intedisa adquirió el inmueble en 2022 a la compañía Apolo Real State S.L., que lo gestionó apenas unos meses, después de comprárselo a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Esta entidad religiosa lo recibió a su vez en herencia en 2020, cuando falleció la última casera de la familia que administró el piso durante décadas.
Con su muerte, durante la pandemia, su relación con los arrendadores pasó de ser la propia de los viejos tiempos en el barrio a la de la inversión inmobiliaria global, que hoy puebla el horizonte de Tetuán de grúas pluma. “La casera de toda la vida cuidaba el edificio en nombre de su padre, el propietario original. Era una mujer ya mayor que si cambiaba la puerta tenía que ser por otra igual que la anterior; una mujer muy humana”, dice Pilar. “No me pidió nunca tener una nómina y ahora me exigen tener una de 1800 euros”, añade Habiba.
“En cuanto Intedisa llegó empezó a comunicarnos que no iba a renovar ningún contrato”, relata Pilar. De poco importó que la media de estancia de los inquilinos en el inmueble sea de 20 años, o que hasta entonces todas las renovaciones se hubieran ejecutado automáticamente. Únicamente dos viviendas se han librado de la notificación. Después de que las primeras comenzaran a llegar al resto de vecinos, lograron una subrogación de seis meses en los arrendamientos. Pero ese tiempo extra comienza a consumirse.
Según los nuevos avisos que la mayoría de inquilinos han recibido paulatinamente, el primer desalojo “improrrogable” debería tener lugar esta misma semana. La próxima sería el turno de la propia Pilar. “No pensamos irnos”, avanza ya. Ella lleva sin pagar el alquiler desde junio, después de que los vaivenes en la propiedad resultaran en dos meses sin cobros, situación a la que se unió la amenaza de expulsión y su situación de desempleo. “Pero solo somos dos vecinos los que no pagamos, el resto se encuentran en la misma situación aunque estén al corriente”, matiza.
Maniobras de presión y dejación de funciones
Su madre, que reside en otra vivienda del edificio, tiene contrato de renta antigua vigente hasta 2027. “Me dicen que van a darle un tratamiento adecuado y que el suyo es un tema aparte. Pero también que con las obras van a tirar la escalera y ahí no se puede quedar”, expone visiblemente indignada. Afirma que Intedisa le trasladó al otro propietario que cuenta con un contrato de más larga duración sus “disculpas” por la afectación a su situación y la de la madre de Pilar, porque son quienes van a “sufrir” los trabajos.
La “agresividad” de la propiedad coincide con una progresiva dejación de funciones en su responsabilidad sobre el mantenimiento del bloque: “La casera y la orden religiosa sí se preocupaban por ello y arreglaban goteras o desperfectos en el techo, aunque a la Orden ya había que insistirle un poquito más. Pero quien ha venido detrás no nos ha atendido en nada”.
Una de las vecinas lleva un bar en la vecina calle de las Azucenas, que ha servido de sede para discutir y hacer las pancartas que cuelgan ahora del edificio. Hasta ahora se han reunido en el propio edificio, pero, por primera vez desde que accedieron a la propiedad, Intedisa está haciendo una reparación pintando la escalera. Los vecinos sienten que los operarios son los oídos y los ojos de la inmobiliaria. “Tenemos que hablar más a través del móvil en vez de a través de la escalera”, dice Habiba.
“Ahora vamos todos para adelante juntos, los quince inquilinos que quedamos, a una”, explican Pilar y Habiba, en cuyo salón charlan como Somos Tetuán sobre el caso. En una ocasión anterior, ya lo habían intentado con un grupo de WhatsApp, pero hubo titubeos y hasta “un infiltrado que informaba a la propiedad”, cuentan las vecinas.
Eso quedó atrás, y actualmente son una piña. En cuanto acabe la entrevista, se volverán a reunir entre ellas para planificar la resistencia. Se han unido además a los afectados de otros inmuebles en las calles Tribulete y Boldano a través del Sindicato de Inquilinas. “Tenemos pensado hacer un acto público con una paella en la Huerta de Tetuán este fin de semana”, avanzan.
De la cooperativa al Sindicato
En la calle de Salvia 1 hay un local comercial bastante especial. Se trata de Ecosol, una cooperativa de consumo agroecológico que ya ha cumplido 25 años en el barrio. Cuando una docena de personas se juntaron con ánimo militante en 1999, las cooperativas de consumo eran una realidad mucho menos conocida. Hoy, en sus ventanas lucen posters contra la compra del edificio y a través de ellas se pueden ver vecinos entre cajas de frutas y hortalizas.
Los cooperativistas de Ecosol siguen pagando religiosamente su alquiler a través del banco, tal y como les ha aconsejado el Sindicato de Inquilinas de Madrid. Algunos de los miembros pertenecen a esta organización y fueron los primeros en introducirlo en escena. “Con el Sindicato sientes por lo menos que alguien te respalda, tienes un teléfono que descolgar”, subraya Pilar.
A la par, los residentes del inmueble se organizaron también para luchar por sus casas: “Cuando apareció Elix y creció el interés mediático hablé con los vecinos. Estuvimos de acuerdo en ir a la lucha. A mí no me importaba tirar del carro siempre y cuando estemos apoyándonos al 100%”. Y añade: “Los que quedamos vamos a una”. Se han retirado de la pelea cinco de las 20 familias abandonaron, que esperarán al fin de los contratos con Intedisa para abandonar sus viviendas.
Las 15 familias de Salvia (una de ellas la familia de la cooperativa) están inmersas en un terremoto vital importante. El reloj corre en su contra y, aunque se encuentran decididos a resistir temen que el perfil de los vecinos de Salvia y el del propio barrio consiga reunir menos atención que la obtenida por sus compañeros de Lavapiés. “En una reunión me decía una compañera de Tribulete: vosotros también podéis, yo salí a la callé, me encontré a un actor y le pedí que se uniera a nuestra lucha. Pero, ¿qué actor me voy a encontrar yo aquí?”, se pregunta Pilar.
Sin embargo, pasan las horas que no están trabajando reuniéndose con los colectivos de Tetuán, pidiendo que se unan a la lucha en la que se han embarcado con la ayuda del Sindicato de Inquilinas. “El movimiento crece, pero la espera es dura”, dice Pilar sin que se aprecie, sin embargo, el desánimo en sus ojos. “¡Vamos a luchar hasta la muerte!”, exclama Habiba por si quedaba alguna duda de que van a dar la batalla unidas.