La Dehesa de la Villa será declarada BIC (Bien de Interés Cultural) en la categoría de Paisaje Cultural, reconocimiento y protección que celebran los muchos dehesistas que defienden el gran parque forestal del noroeste de Madrid. El pasado 18 de octubre se publicó en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid la incoación del expediente para su declaración y, si todo transcurre con normalidad, será un hecho en los próximos meses.
La Dirección General de Patrimonio Cultural, dependiente de la Consejería, Cultura y Deporte, ha enviado ya el informe preceptivo al Área de Catalogación de Bienes Culturales de la Subdirección General de Patrimonio Histórico. Quedan por delante periodo de información pública (un mes), la audiencia al Consejo Regional de Patrimonio Cultural (dos meses) y, por fin, la entrada del parque y de sus 8.516 árboles en el Catálogo de Patrimonio Cultural y el Registro de Bienes de Interés Cultural de la Comunidad.
La resolución recalca que “es el único espacio forestal dentro de la almendra central de Madrid, que ofrece un relato de la génesis de la ciudad a través de su paisaje y de los bienes culturales que posee, siendo uno de los espacios verdes más populares de Madrid para el recreo y la celebración”. El carácter de lugar de celebración es indisoluble de la historia de la Dehesa de la Villa como espacio periurbano. Desde el siglo XIX fue espacio de esparcimiento de las clases populares, escenario de las celebraciones del Primero de Mayos o de la Fiesta del Árbol, entre otras.
La protección viene a unirse a otras anteriores, pues ya estaba incluida en el BIC denominado Terrazas del Manzanares, en la categoría de Zona Arqueológica, y afectado por el BIC que ostenta la Ciudad Universitaria en la categoría de Conjunto Histórico. En cuanto a su calificación urbana, está catalogada en el Plan General como Verde Singular con nivel 1 de protección (salvo la parcela denominada Santo Ángel) y Jardín de Interés.
Y, en los años noventa, la lucha vecinal de la Coordinadora Salvemos la Dehesa de la Villa consiguió, no solo que se abortara el proyecto de carretera a través del parque previsto, sino la declaración de Espacio Singular de Especial Protección.
La declaración abarca las diez parcelas catastrales en que están divididas las 65 hectáreas de la Dehesa de la Villa. El perímetro que delimita el área afectada por la declaración es el envuelto por las siguientes calles: las calles de Sinesio Delgado, Mártires Maristas y Alcalde Martín Alzaga por el norte; la Avenida Santo Ángel de la Guarda, las calles de Francos Rodríguez, Pirineos y el espacio ocupado por el Instituto Virgen de la Paloma, al este; la Avenida de Miraflores y la parcela del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT) al este, así como El Paseo del Canalillo y la orografía de este borde en el sur del parque forestal. Quedan incluidas parcialmente las calles de Antonio Machado y del General Cadenas Campos, además de la vieja carretera de la Dehesa de la Villa.
El expediente hace hincapié en la relación del espacio natural con la acción humana. En la Dehesa de la Villa se ha localizado un yacimiento achelense, en el que se hallaron herramientas líticas. De ahí, hacia adelante.
La Dehesa, antes monte o dehesa de Amaniel, es superviviente de los terrenos donados a Madrid por Alfonso VIII a la Villa en 1152. Durante siglos, sirvió de comunal dedicado, entre otros menesteres, al pasto de las reses que abastecían de carne Madrid.
Por sus terrenos surcan los viejos viajes del agua, cuyos capirotes aún se pueden ver en el parque y son bien conocidos por todos los que lo frecuentan. El agua es primordial en la historia de la Dehesa de la Villa (uno de sus lugares más populares es la Fuente de la Tomasa). En el siglo XIX se creo el Canalillo, cuyo recuerdo conserva el paseo principal del parque, una acequia que servía para trasladar agua del Canal de Isabel II a las huertas del noroeste de la ciudad. La recuperación de la memoria y el itinerario completo del Canalillo –por dentro y fuera de los contornos del parque– es un asunto por el que en la actualidad los vecinos de la zona están trabajando, de hecho.
Los característicos pino piñonero y carrasco datan de las repoblaciones que se produjeron desde finales del siglo XIX. Es entonces también cuando aparecen una serie de instituciones asistenciales muy presentes en el carácter cultural del área: el Asilo de la Paloma, la vaquería de La Gota de Leche, las Escuelas Bosque, el Colegio de Huérfanos Ferroviarios y, posteriormente, el Instituto Giner de los Ríos.
El expediente menciona, incluso, la historia del Cerro de los Locos, cuya tradición como espacio de reunión social – que aún persiste entre los locos de 2023– remarca: “lugar de encuentro de ciudadanos dedicados al culturismo, al naturismo, al circo o al deporte para la práctica de actividades autogestionadas al aire libre”.
La Dehesa de la Villa alberga 102 especies de aves diferentes y numerosos árboles centenarios, pero el valor cultural de su paisaje también se refleja, por ejemplo, por la integración en el sistema de los montes históricos que circundan Madrid en el arco noroeste (Monte de Viñuelas, Área Forestal de Tres Cantos, Monte de El Pardo, Monte de la Zarzuela, Dehesa de la Villa y Casa de Campo), según explica el expediente.
También remarca sus elementos patrimoniales: la Senda Real, los 14 metros supervivientes de la tapia de El Pardo, mojones históricos, el mencionado recorrido del Canalillo, los resto del Viaje del agua de Amaniel, las conocidas fortificaciones de la guerra del 36, la Casa del Escudo –antiguo fielato–, la Fuente de la Tomasa (uno de los pocos monumentos nombrados por una famosa prostituta) o la estatua del humanista venezolano Andrés Bello.
La declaración BIC de la Dehesa de la Villa llega tras el gran incendio que en 2021 asoló su parte sur y los estragos de la borrasca Filomena, que se cebaron especialmente con sus pinos. Durante sus nueve siglos de historia, y especialmente en los últimos, la Dehesa de la Villa ha sido un espacio social importante además de un pulmón para Madrid. La declaración vendrá a subrayar, sin duda, que su característica viveza cultural es indisociable de su contrastado valor ecológico.