Existe en la esquina de las calles Bravo Murillo y Lope de Haro un curioso elemento arquitectónico que pareciera estirarse para llamar la atención del viandante por encima de la estructura de la gasolinera que hay en el lugar. Una cubierta de pizarra con pináculo de estilo neoherreriano que corona una torre que es, en realidad, el elemento superviviente de la gasolinera original, que data de 1949. Otro cuerpo, con unos interesantes vanos historicistas, fue derribado en la reforma que la estación de servicio sufrió hace dos años, pues el edificio no cuenta con protección urbanística alguna.
Gracias al historiador del barrio Antonio Ortiz Mateos, que recuperó el expediente urbanístico en el Archivo de Villa, hemos accedido al proyecto original que nos permite estirar el cuello –así sea metafóricamente– para conocer un poco más este elemento de nuestro patrimonio semiescondido en plana calle de Bravo Murillo.
Fue en 1947 cuando el dueño del solar (Miguel de la Peña, vecino del barrio) solicita construir una estación de servicio con surtidores de gasolina, súper, venta a granel de carburantes, postes de aire y agua. El proyecto se justificaba por su situación, entre las calles Bravo Murillo y el camino hacia la Dehesa de la Villa, susceptible de atraer mucho tráfico. La gasolinera sería alquilada para su explotación a la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos SA (CAMPSA, la compañía estatal creada en 1927).
El proyecto se encontró con algunas trabas administrativas debido a su situación, adosada a viviendas. Se pidió al arquitecto que incluyera en el proyecto la decoración de la parte de la medianería que quedaba al descubierto, que no sabemos si se llevó a cabo; también recibió calabazas iniciales del Servicio contra incendios, que consideraba que la capacidad de los surtidores era mayor que la indicada para una estación de servicio pegada a las casas. El edificio se terminó en junio de 1949.
La gasolinera es obra de un arquitecto estimable, Antonio Teresa Martín (1907-2004). Graduado en 1935, trabajó después de la guerra en la Dirección General de Regiones Devastadas, donde ingresó por oposición. En Madrid, trabajó intensamente en la reconstrucción de la localidad de Fuenlabrada y en la del Palacio del Consejo de Estado, entre otros edificios. A partir de 1957 trabajó para el Ministerio de Vivienda, desde donde participó en la edificación de numerosas iglesias y edificios públicos a lo largo del país. También ejerció la docencia y tuvo su propio estudio.
Aunque las comparaciones sean odiosas, se puede pensar en la arquitectura de las gasolineras como ejemplo de la evolución arquitectónica de la posguerra. Si la de GESA, que Casto Fernández-Shaw diseñara en la calle de Alberto Aguilera, es uno de los ejemplos de la arquitectura racionalista madrileña, la torre de Bravo Murillo se puede pensar como el del neoherrerianismo franquista.
La arquitectura de la autarquía rechazó al Movimiento Moderno y el racionalismo, identificados con la decadencia de la modernidad y la Segunda República. El pensamiento nacionalsindicalista mira hacia el pasado español en busca de la esencia de lo patrio y cree encontrarlo en El Escorial (reflejo de la grandeza de los Austrias Mayores) y el neoclasicismo, en menor medida. Este pastiche historicista se conoció como Estilo Imperial.
El uso de la pizarra se extendió mucho, recuperando el aire norteuropeo, apreciado por el régimen antes de renunciar al fascismo europeo al final de la Segunda Guerra Mundial. El chapitel madrileño, que remite a la Casa de la Villa o a la de la Pandería, encontrará mucho eco en grandes obras, como el Cuartel General del Ejército del Aire en Argüelles, y también en elementos modestos como es el caso de nuestra gasolinera.
Si pasas por la calle de Bravo Murillo, a la altura de Estrecho, haz el esfuerzo de saltar con la vista el gran porche metálico de la moderna gasolinera –en la calle Lope de Haro se aprecia algo mejor– y para a mirar un ejemplo escondido de arquitectura franquista de posguerra. De paso, fíjate en la veleta que corona el chapitel y que pasa inadvertida hasta para los vecinos: ¡la auténtica veleta cochista!