Trinidad Arche: la maestra de la República que fue pionera también durante la guerra y el Franquismo
No somos conscientes de la cantidad de gente con historias importantes que nos quedan por conocer. Algo así pensé cuando, repasando algunas páginas sobre el colegio Cervantes, di con la peripecia de la maestra Trinidad Arche. Conocíamos –no desde hace demasiado tiempo– las de los sus compañeros Ángel Llorca o Justa Freire, pero hubo otras figuras importantes que les acompañaron en las distintas experiencias pedagógicas pioneras que hubo antes de la guerra. Su hijo, Manuel Rincón Arche, está tratando de rescatar su memoria.
Si tuviéramos que ponerle un titular a su empresa vital, podríamos optar por “la maestra que cuidó del pionero colegio Cervantes durante la guerra”; pero, igualmente, podríamos caracterizarla como la maestra de párvulos de una hoy olvidada escuela para obreros a las afueras de Madrid que maravilló al mundo, o destacar cómo pudo colar la tradición pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza en el yermo panorama educativo de la posguerra.
Quedamos con su hijo Manuel en Bravo Murillo, cerca de donde vivió muchos años con su familia. Va señalándome lugares del barrio que han cambiado y otros que permanecen igual, “donde está ese supermercado estaba el cine Montija-Condado”, comenta. Mantenemos una charla en el tranquilo saloncito de un establecimiento próximo al colegio Cervantes, donde él y su hermano estudiaron sus primeros años. “Luego fuimos al Ramiro de Maeztu –da fe un pin de la casa en la solapa de la chaqueta–, mis padres pensaban que era un buen sitio por quedar algo de la Institución Libre de Enseñanza allí”. Con los años, y una vez retirado de su trabajo como ingeniero de telecomunicaciones e investigador del CSIC, Manuel escribiría la historia del Cervantes, del Ramiro de Maeztu y, por su puesto, de sus padres. Esta última aparece reflejada en un libro titulado Trinidad. Maestra en la República, el Franquismo y la Democracia.
Además de escribir el libro, Manuel mantiene una página web sobre la figura de su madre, costeó una placa en su memoria en el colegio Cervantes y un premio anual para alumnos de sexto de primaria en el mismo centro, que fue uno de los ejes de su vida. “La recuerdo dedicada al colegio constantemente, no tenía hora para volver a casa”, cuenta.
Trinidad Arche nació en Madrid en 1912 en el seno de una familia de clase media y comenzó sus estudios para maestra en la Escuela Normal con catorce años, donde cursó una carrera brillante que le llevó a incorporarse en 1930 a su primera experiencia pedagógica innovadora: la Fundación del Cerro.
Era este un colegio muy avanzado en su época del que, sin embargo, poco se recuerda hoy y en el que Trinidad Arche participó desde la primera fila. Su nombre proviene del apellido de su financiador, Cesáreo del Cerro, empresario de la industria del curtido que dejó a su fallecimiento (en 1915) un legado a las Sociedades de la Casa del Pueblo de Madrid con objeto de crear una escuela gratuita para hijos de obreros. Una donación curiosa porque del Cerro no había tenido antes contacto con la UGT ni el PSOE.
Con la herencia del empresario se crea un Patronato en el que figuran Julián Besteiro y Pablo Iglesias, entre otros. Se adquiere una finca en las inmediaciones de la calle Orense, a las afueras de la ciudad, se emprenden las obras necesarias para su puesta en funcionamiento y en 1928 queda terminado el colegio. El personal debía ser simpatizante del Partido Socialista y compartir el ideario educativo de la Institución Libre de Enseñanza; formaban cada curso entre diez y veinte niños (y otras tantas niñas), hijos de los obreros afiliados a las sociedades de la Casa del Pueblo.
Trinidad aprenderá, en sus cuatro años de estancia allí, las virtudes educativas de esta escuela de entorno campestre –que incluso tenía huerta y animales de granja– y pedagogías avanzadas.
En 1933 se convocaron oposiciones al Magisterio Nacional y Trinidad las sacó, obteniendo el número 2 de la provincia de Madrid. En octubre de 1934 dejará la Fundación del Cerro para incorporarse a su plaza en el cercano Colegio Cervantes de Cuatro Caminos. Este era un centro público pionero en la enseñanza para las clases trabajadoras que, capitaneado por Ángel Llorca y con otras figuras señeras del magisterio como Justa Freire, seguía también la estela pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza.
Trinidad comenzó en el Cervantes ocupándose de los párvulos, alumnos con los que ya había atesorado gran experiencia en la Fundación del Cerro. Aún hoy, Manuel conserva las fichas detalladas de las clases, que la maestra aprendió a utilizar de Ángel Llorca y que ya nunca le abandonarían en su larga carrera profesional, así como el diario personal en el que narra sus experiencias en el Cervantes.
Poco a poco, Arche fue adquiriendo más responsabilidades académicas en el colegio de Cuatro Caminos, participando de los talleres de repujado, imprenta, dibujo, labores y música. Este tipo de disciplinas artísticas, tan valoradas en su contexto educativo, serían ya para siempre parte de sus competencias.
Con el comienzo de la guerra, llega el final de la experiencia educativa del Cervantes tal y como se había desarrollado en los últimos años, pero las aulas del colegio no se quedan vacías ni Trinidad permanece ajena a ellas. Hasta noviembre del 36, el colegio siguió funcionando pero posteriormente el edificio sirvió como cuartel y en él se instauró una escuela para niños mayores y adultos.
En estas, el valioso material del Cervantes se trasladó a la primera planta del centro y Trinidad Arche, que permaneció allí durante casi toda la guerra, lo inventarió y se aseguró de que permaneciera a salvo.
Una vez terminada la guerra y ocupado la dictadura franquista la dirección del país, Trinidad, cuyos padres habían muerto ya y perdió a su primer novio en la batalla del Ebro, se enfrenta a un expediente de depuración. En su caso, el castigo se limitó a quedar inhabilitada para opositar a los cuerpos de Dirección e Inspección, algo que estaba entre sus planes, por cierto. Peor suerte corrieron otros compañeros, como Justa Freire, que fue a la cárcel y quedó inhabilitada como maestra.
La maestra se reincorpora a su puesto en un colegio Cervantes de querencias nacionalcatólicas, aunque su conocimiento del material almacenado por ella misma la coloca en una posición de importancia. Se ocupa de, entre otras cosas, sus queridas clases de dibujo y sigue incorporando siempre que puede la experiencia educativa anterior del centro a sus clases.
Desarrolló su carrera en el colegio que había cuidado durante la guerra, salvo en la década de 1956 a 1966, cuando es requerida “por ser una de las mejores maestras de Madrid” para dirigir el Colegio Residencia, de nuevo una experiencia pedagógica pionera, ubicada en un chalet que aún existe en la cercana calle de Juan Montalvo.
Durante la posguerra había conocido a Manuel Rincón, otro maestro depurado que había trabajado con Ángel Llorca durante la guerra en las colonias de Valencia, y cuyas oposiciones, sacadas en 1936, fueron anuladas por el Régimen. Allí mismo, muy cerca del colegio, vivieron muchos años y fundaron una familia. Trinicad Arche se jubilará durante el curso 1978-79 tras toda una vida dedicada al magisterio. Y lo hizo con todos los honores, incluida la concesión del Gran Lazo de Alfonso X El Sabio.
Hasta su muerte en 2009, con 97 años, fueron muchas las muestras de cariño que la maestra, doña Trini, recibió de antiguos alumnos, aunque prefirió no volver al centro para no reavivar un fuerte sentimiento de nostalgia.
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