La memoria del agua que ayuda a comprender cómo se construyó Tetuán: seis ejemplos por los que fluye la historia

Luis de la Cruz

Madrid —
14 de diciembre de 2023 21:49 h

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El lema de Madrid es Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son, y uno se pregunta si encaja también en las barriadas crecidas muchos siglos después, lejos de aquel cogollo original que hoy forma parte del centro de Madrid.

La existencia de agua es condición de posibilidad histórica de los asentamientos humanos y fluye también en la memoria de los barrios levantados entre los cursos de arroyuelos ahora sellados por la propia ciudad; sobre suelos sin pavimentar donde el agua estancada era fuente de enfermedades que asolaban los vecindarios populares. Pero donde los baños furtivos en pilones y canalizaciones son también recuerdos felices de la infancia de los viejos vecinos.

Chapoteamos hoy en la historia y los recuerdos vecinales de Tetuán para, a través de seis puntos, tratar de entender la relación del barrio y el agua.

La fuente de Cuatro Caminos

Con frecuencia, los barrios del extrarradio reciben elementos desechados del centro de la ciudad. Es el caso de la fuente de Cuatro Caminos, muy reconocible en una icónica foto en la que se la aprecia, de gran tamaño, en el centro de la glorieta, en el lugar donde actualmente hay una isleta de césped.

Fue la primera fuente con surtidor de Madrid y se colocó en 1858 para los fastos de celebración de la llegada del agua del Canal de Isabel II a Madrid. Las crónicas hablan de una orgía acuática en la calle de San Bernardo (frente a la iglesia de Monserrat) y el pueblo de Madrid acudió a verlo. En 1860 fue trasladada a la Puerta del Sol, donde dicen la gran potencia del surtidor mojaba a los viandantes (y, suponemos, haría la delicia de algunos de ellos en verano). Pero fue el tránsito de los tranvías lo que hizo que se desmontara en 1895.

Fue trasladada a Cuatro Caminos en 1913, donde estuvo hasta que fue trasladada a la Casa de Campo después de la guerra, también por el tráfico. Como curiosidad, hubo que reconstruirla mirando las mismas fotos antiguas que hoy pululan por internet porque no se habían marcado previamente las piedras y, de hecho, estuvieron sin montar en Cuatro Caminos durante años, según las crónicas periodísticas.

 En algún momento salió en prensa el vallado de la fuente, que pretendía evitar que la gente aliviara el calor en ella o bebieran los caballos de los carros que entraban y salían de Madrid por la carretera de Francia, hoy Bravo Murillo. No vaya a ser que las cosas se usen. 

Las fuentes de vecindad

Todavía es posible ver a vecinos llenando garrafas de agua en las fuentes públicas repartidas por las calles de Tetuán. Lo que ahora es una imagen más o menos infrecuente, formaba parte del día a día de los vecinos de Madrid hasta bien avanzado el siglo XX.

La entrada del agua a Madrid desde la sierra surcó las barriadas que hoy conforman Tetuán (dan testimonio de ello los restos del Canal Bajo en el parque Rodríguez Sahagún o en la calle de Pablo Iglesias). Sin embargo, los vecinos del entonces extrarradio no disfrutaron de la exuberancia acuosa de la fiesta del agua de San Bernardo de la que hablábamos antes, lo que ocasionó hasta los años veinte numerosos motines ante por la imposibilidad de los bomberos de apagar los fuegos por la carencia de agua en las bocas de riego. El cuerpo municipal, en alguna ocasión, fue injustamente apedreado por la impotencia de ver las casas arder.

En los años de entre siglos, cuando el agua aparecía en prensa referida a nuestras barridas, era para mencionar su carencia o las aguas estancadas e insalubres, parte inseparable de aquel paisaje arrabalero.

El 2 de septiembre de 1903, por ejemplo, un grupo de vecinos se dirigía al alcalde de Madrid (el marqués de Lema). Encabezaba la nota el titular Un barrio sin agua y comenzaba diciendo: “en esta populosa barriada, habitada en su totalidad, (excepto alguno que otro alto empleado del Municipio, los cuales han conseguido agua y todas las mejoras consiguientes, pues para eso mandan); por republicanos, socialistas y alguno que otro libertario, estamos privados del elemento más principal para la vida del hombre. Carecemos, sino del todo en su mayor parte del agua”.

La altura de los barrios del norte (Cuatro Caminos, Guindalera o Prosperidad) obligaron a construir una máquina elevadora del agua que, a tenor de las noticias publicadas a lo largo de los años, nunca terminaba de funcionar correctamente.

La centralidad de las fuentes era tal que, en sentido contrario de los usos religiosos habituales, las fiestas de Almenara –entonces dependiente de Chamartín de la Rosa– conmemoraban a principios del siglo XX la colocación de la primera fuente pública de la barriada (e incluían la inauguración de una nueva cada año).

No todas las fuentes eran de igual naturaleza en Madrid. Según las Ordenanzas municipales de Madrid de la Villa de Madrid de 1892, existían Fuentes vecinales (sólo para los vecinos), Fuentes de vecindad (al menos un caño exclusivo para los vecinos y el resto se reservaba a los aguadores), Fuentes de aguadores, Fuentes volantes (cuyo uso podía variar según las necesidades) y Fuentes ornamentales. De estas últimas, en el extrarradio no había y la existencia de los aguadores declinó con la llegada del agua corriente (antes se nutrían de los viajes del agua).

El Canal de Isabel II y Tetuán

Como el vecino Chamberí, Tetuán es también un distrito marcado por el agua canalizada. Antes de que Tetuán existiera como tal, ya había sido retratado por el pionero de la fotografía Charles Clifford durante las obras de construcción del Canal de Isabel II.

El fotógrafo y la disciplina habían llegado a Madrid, por cierto, antes como un espectáculo que como un arte consagrado a retratar la ingeniería civil isabelina (acompañaba a un tal Arthur Goulston en las demostraciones de un globo aerostático). En sus fotografías se pueden ver los acueductos del Canal Bajo que aún persisten en el parque Rodríguez Sahagún en un vergonzoso estado de conservación o en la calle Pablo Iglesias (el acueducto de Amaniel, cuyo perfil es el logotipo de este periódico).

Pero la primera de las canalizaciones de agua en el vecindario no fueron las del Canal de Isabel II sino los viajes del agua. Eran infraestructuras hidráulicas que permitían captar el agua de lluvia retenida en el subsuelo (en capas de arena permeable sobre otras impermeables). El agua se almacenaba y se canalizaba subterráneamente hasta los centros urbanos. Aproximadamente, cada 70 metros los túneles se comunicaban con el exterior por unos pozos que, durante la fase de construcción, servían para sacar la tierra y más tarde se convertían en lugar para el acceso de los fontaneros y ventilación de las minas. Efectivamente, son los grandes capirotes de piedra que aún puedes ver en la Dehesa de la Villa. Por cierto, un secreto poco conocido: existe un tramo musealizado del viaje del agua de Amaniel en un parquecito de la calle Juan XIII.

Pero, volviendo a las instalaciones del Canal de Isabel II, es importante saber que durante años algunas de sus infraestructuras sirvieron como auténticos topónimos para orientarse en una parte de la ciudad que creció sin planificación urbana. El  llamado partidor de aguas (de donde nacía el Canalillo, junto a Reina Victoria), el elevador del que hablamos ante o el propio Canalillo, eran referencias indispensables para orientarse en tiempos en los que Tetuán era extrarradio obrero. Y obreros en su mayoría del barrio eran los que murieron atrapados bajo la techumbre derruida del Tercer Depósito en 1905, donde hoy está el nuevo parque Santander de Chamberí.

Hoy se entra en el distrito por el norte desde el viejo depósito de agua elevado de Plaza de Castilla y una de las plazas más animadas y carismáticas de Tetuán es la del Canal de Isabel II, en los aledaños de Bravo Murillo. Si te preguntas cuál es, probablemente es porque aquí la conocemos popularmente como la plaza de las Palomas. El Canal de Isabel II y Tetuán.

El agua, muy viva en la memoria de los tetuaneros

La memoria del agua está soterrada bajo el suelo de Tetuán pero aún aflora en la memoria de los espacios y de algunos vecinos. Ya hemos hablado en el periódico del Canalillo Norte, una acequia que regaba con agua sobrante de la traída del Canal de Isabel II las huertas de las afueras de Madrid hasta los años sesenta del siglo XX. Acompañado de un camino arbolado que discurría entre los distritos de Tetuán y Moncloa-Aravaca y que aún da nombre a un camino interior de la Dehesa de la Villa.

Últimamente, los vecinos se han empeñado en convertirlo en una senda ecológica de seis kilómetros camino de la sierra de Madrid, por cierto. No es casualidad que sea precisamente el Canalillo, que pasaba como una línea serpenteante de agua por los barrios del norte, el recuerdo acuoso que ha conseguido reunir a 13 asociaciones sobre el lecho de su memoria. El Canalillo aparece en muchos recuerdos y obras literarias. La vecina Elena Cabezón, por ejemplo, recuerda cómo bajaba con su abuela por la calle Almansa –que fue camino vecinal antes que calle– para adentrarse acompañada de la acequia en la zona de huertas.

Bea Burgos hizo en el año 2013 un interesante proyecto de historia oral e intervención urbana llamado Ventanas a Tetuán (pues en la calle se instalaron verdaderas ventanas que enlazaban al contenido) en el que dedicaba una sección de entrevistas al agua. En el vídeo, los vecinos hablaban de cuando por el centro de Infanta Mercedes “pasaba un riachuelo”, de sus baños infantiles en los pilones para regar que había en el Parque de los Pinos (que era un vivero municipal), en una charca del Paseo de la Dirección, o en el arroyo que se formaba en la actual Avenida de Asturias hasta el Chorrillo, donde también se lavaba la ropa (aún hoy existe el paseo de El Chorrillo dentro del Parque Rodríguez Sahagún).

Los vecinos de más tiempo también recuerdan la Almenara del Obispo en el Rodríguez Sahagún (que da nombre al barrio), que los vecinos también nombraban las compuertas o el castillo, donde bebían del agua fresca que manaba y se bañaban. El agua sobrante evacuada por la almenara formaba una auténtica cascada-arroyo cuyo curso algunos vecinos aseguran aún quiere reaparecer en la pendiente del talud del reformado Paseo de la Dirección, que ha enterrado la fabulosa obra de ingeniería civil, aunque la base de la almenara aún existe escondida entre la vegetación del parque, en un lamentable estado de abandono.

Cuando se hizo el parque Rodríguez Sahagún, que vino a suceder la vieja Huerta del Obispo, el agua se resistía a dejar su espacio, a tenor de los grandes socavones que se abrían continuamente en el antiguo curso del Chorrillo. En 2004, incluso, a un hombre se le abrió un gran agujero bajo los pies cuando paseaba por allí, precipitándose entero en su interior. Al fin y al cabo, la ubicación del parque es el valle formado por los arroyos de Los Pinos y de la Hurta del Obispo, coronado por la cornisa de Tetuán.

Hoy el agua no está, pero aparece. Uno de los momentos más vivos de la celebración del Día del niño –un clásico de cuatro décadas en que se corta la calle Bravo Murillo – es el momento en el que los bomberos bañan de agua y espuma a decenas de peques. Una auténtica reivindicación del goce del espacio acuoso que seguramente aparecerá en los futuros anecdotarios vecinales.

Casa de baños de Bravo Murillo y la carencia de agua en las casas durante la segunda mitad del siglo XX

En el número 133 de la calle de Bravo Murillo aún subsiste la Casa de Baños Municipal de Tetuán (la única que persiste en Madrid junto con la de Embajadores). La casa de baños proporciona una manera de asearse para las personas sin hogar –solo tienen que llevar toalla y jabón–, gente que vive en casas con mucha ocupación, condiciones de habitabilidad complicadas y, en general, para todos aquellos que precisen de una ducha en un momento dado.

La Casa de Baños abrió sus puertas en 1932, durante la Segunda República, y estuvo a punto de cerrar en los años ochenta, pero la lucha de la Asociación Vecinal Cuatro Caminos-Tetuán lo impidió. En aquella época aún eran muchas las casas pequeñas y sin baño no compartido en el distrito. La nueva Casa de Baños, con un añadido acristalado que alberga varias dependencias municipales, se inauguró en 2011.

Pocos años antes de la lucha de la asociación vecinal por su supervivencia, en 1977, la Asociación de Vecinos de Berruguete-Rastrillo había puesto en pie una campaña consistente en enviar postales al ministro de vivienda denunciando las condiciones de vida precarias de veintitrés familias de la calle Luis Portones. La mayor de las casas, en la que vivían dieciséis personas, contaba con cuarenta metros cuadrados. Las chabolas no tenían ni siquiera ventanas y, por supuesto, todas carecían de agua corriente y servicio. Los firmantes exigían que se les concediera una vivienda digna en un plazo inferior a dos meses e invitaban al ministro a visitar la calle “con gastos pagados a cuenta de la asociación”.

Hidroeléctrica Santillana y el rastro indirecto (y perdido) de los pioneros de Tetuán

Recientemente, la piqueta ha derribado la vieja sede de Hidroeléctrica Santillana en la calle San Enrique. La vieja sede fue subastada por Iberdrola y comprada por un fondo inmobiliario que se está haciendo con varios edificios de la otrora zona industrial de Tetuán para construir esos edificios de vivienda compartida que ahora llaman coliving.

La compañía Hidroeléctrica Castellana era parte de la memoria del incipiente Tetuán (entonces de las Victorias). Tal y como muestra el historiador Carlos Hernández Quero en su tesis doctoral, más de setenta habitantes del primigenio Tetuán –aquel que, siendo una barriada de Chamartín, pronto le superó en importancia– sumaron pequeñas cantidades en la década de los diez, reuniendo 7500 pesetas para que la Sociedad Hidráulica Santillana dotara de agua corriente al vecindario. Por cierto, uno de los pioneros que patrocinaron la traída de las aguas a Tetuán se llamaba Ángel Puech y tiene una calle dedicada en el distrito.

Estas estampas, con vistas a la corriente, nos ayudan a comprender la importancia del agua en la formación y desarrollo de nuestros barrios. Fluye inserta en la memoria de la ciudad y en ella flotan recuerdos de escasez y carcajadas juveniles. Y, al final, parece que sí, que las periferias también caben en el lema fundacional de Madrid.