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Cantos rodados bajo los olivos para recordar 13 rosas y 43 claveles asesinados en la posguerra

Luis de la Cruz

5 de agosto de 2021 00:05 h

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El próximo 5 de agosto, como cada año, habrá homenajes a las Trece Rosas (habría que añadir a Antonia Torre, la rosa número 14, fusilada después por un error administrativo) por ser el aniversario de su fusilamiento en las tapias del cementerio del Este. En los últimos años, ha ido visibilizándose también la ejecución de sus compañeros, “los 43 claveles”, como los llamaba su vieja compañera superviviente, Concha Carretero. Todos, víctimas de la causa número 30.426, consejo de guerra de urgencia que los condenó a muerte por delito de adhesión a la rebelión en el tribunal de las Salesas, solo 48 horas antes de su fusilamiento y sin dejar tiempo para medida de gracia alguna.

Como siempre, la gente del Partido Comunista se reunirá en las tapias del propio cementerio, bajo la advocación del ya conocido lema que mi nombre no se borre en la historia, frase de Julia Conesa, una de las fusiladas más jóvenes de aquella jornada negra.

Habrá, sin embargo, otros homenajes, como el que llevarán a cabo desde la Casa Vecinal de Tetuán, que inaugura un proyecto llamado Los cantos de la memoria. Será la primera de una serie de intervenciones en el espacio público que pretenden recordar a todas aquellas personas que sufrieron represión durante el franquismo o contribuyeron al retorno de la democracia tras la Segunda República. El historiador y participante de la Casa Vecinal Antonio Ortiz Mateos nos explica el proyecto:

“Estamos dejando cantos rodados con sus nombres bajo los árboles de Tetuán, esperando que la gente los coja, no sólo como recuerdo sino como un interrogante que los pregunte y lleve a indagar e informarse sobre sus vidas. Para ello, contamos con unas setenta mil referencias biográficas que pondremos a disposición en las redes y en el local. Empezaremos con personas de Tetuán y aquellos municipios-barrios que hoy lo conforman, como Chamartín de la Rosa, Cuatro Caminos o Fuencarral”.

Los primeros cantos de este bonito proyecto memorialista se colocarán bajo los olivos el día 5 y llevarán los nombres de las 13 Rosas y sus 46 camaradas, muchos de ellos vecinos de la zona.

“Depositaremos los cantos bajo los olivos que lograron salvarse del Paseo de la Dirección (conocidos popularmente como olivos de la expropiación) plantados en el parque Rodríguez Sahagún, al final de Capitán Blanco Argibay y bajo las pistas de skate”.

 Los chicos y chicas de las JSU en Tetuán y Cuatro Caminos

Ortiz ha estudiado el tema concienzudamente a lo largo de los años y ha publicado en internet centenares de biografías de militantes, entre ellas las de los 23 vecinos de Cuatro Caminos y Chamartín (municipio al que pertenecía entonces Tetuán) fusilados el 5 de agosto de 1939.

 Para entender por qué un número tan alto de militantes asesinados aquella noche eran vecinos y vecinas de Cuatro Caminos, Tetuán y Chamartín de la Rosa es necesario atender brevemente a cómo se produjo el intento de reconstrucción del PCE y las Juventudes Socialistas Unificadas, organización política juvenil fundada en marzo de 1936 como resultado de la fusión de la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) y las Juventudes Socialistas de España del PSOE, a la que pertenecían la mayoría de procesados y procesadas aquel día.

En mayo de 1939 comenzó la reorganización del PCE en Madrid. La dirección, que estaba recluida en el campo de Albatera (Alicante), decidió la fuga de algunos presos para esta misión, como Enrique Castro Cecilio, encargado de organizar un comité provisional que pronto necesitaría caras menos conocidas para el enemigo.

Carmen Barrero Aguado, vecina de Cuatro Caminos y una de las Trece Rosas, fue una de las personas que estuvieron presentes en la reunión de un descampado, cerca del depósito de aguas de Lozoya, con Enrique Castro y otros camaradas para la creación del Comité Provincial. Los contactos con militantes dispersos continuaron produciéndose en la zona de Tetuán y Cuatro Caminos: la primera reconstrucción sería a través de grupos pequeños en el Sector Norte. En aquel momento, la prioridad era ayudar a los presos y sus familias, aunque sin dejar de observar la coyuntura internacional, que esperaban pronto fuera propicia para socavar el recién creado régimen franquista. El Comité Provincial organizaría a continuación cinco sectores además del Norte: Sur, Chamartín (que incluía los barrios de Estrecho y Tetuán de las Victorias), Este, Ventas y Oeste.

Inmediatamante, se comenzó también la reorganización de las JSU en la clandestinidad. Algunos de ellos provenían del Club Aída Lafuente, que había funcionado durante la guerra y tenía su  centro en el barrio de los cuatro Caminos, y de la zona norte de la ciudad. Las calles y domicilios de Cuatro Caminos y Tetuán fueron clave para los encuentros que propiciaron el intento de reorganización, así fuera el Hotel del Negro (en Plaza de Castilla) o las propias calles del barrio, en las que se reencontraron varios de los militantes durante los meses siguientes a la entrada de las tropas franquistas en Madrid.

Entre los espacios de la militancia clandestina del momento encontramos el bar Metropolitano, en la Glorieta de Cuatro Caminos. Allí, un camarero era hombre de confianza del partido ya en la guerra y siguió siéndolo durante los primeros momentos de clandestinidad. En la misma glorieta estaba el bar Chumbica, populoso establecimiento de la barriada que sirvió como lugar de enlace de alguna de las células del Sector Norte. En el resto de la ciudad por supuesto, existían otros lugares de encuentro como la puerta de la Mallorquina en la Puerta del Sol, por ejemplo.

Una de las labores encomendadas a las JSU era obtener recursos económicos y reclutar camaradas. Como su ámbito natural estaba en el norte de la ciudad, planearon varios atracos que, la mayoría, estaban localizados en las inmediaciones de Cuatro Caminos y Tetuán: la estación de metro de Cuatro Caminos, el Cine Europa, el cine Tetuán o el atraco a una tienda de comestibles de la calle Dulcinea.

Ana López Gallego vivía con su familia en una casa humilde de la calle Lérida y dijo no a la proposición de salir hacia Valencia que le hizo su novio, miliciano comunista, para no separarse de ellos. Después de asistir con espanto a la acampada de las tropas franquistas cerca de su casa, y sin saber nada de sus compañeros –excepto de su amiga y vecina, Marina Barroso García­- ambas se encontraron paseando por el barrio con Julián Muñoz Tárrega, que formaba parte de la dirección del recién constituido Sector de Chamartín de la Rosa, en el que también estaban otros chicos del barrio, como Gregorio Muñoz Goyo o Pablo Pinedo. Esta es la forma en como se producían los contactos, además de mediados por lazos familiares y de afinidad. Victoria Muñoz, por ejemplo, era hermana de Gregorio Muñoz. A Luisa Rodríguez de la Fuente también la encontraron sus compañeros paseando por Tetuán junto con su amiga y militante de las JSU Antonia Torres Llera. Ambas mantenían el contacto porque eran vecinas de la calle de los Manchegos (Tetuán).  Dionisia Manzanero, también vecina de los Cuatro Caminos, era amiga de Pilar Bueno, encargada de crear los diferentes radios (estructuras territoriales) en Madrid. Como se ve, el territorio era importante en tiempos de vigilancia extrema y lo fue también para la caída del grupo, con la intervención de agentes infiltrados.

Entre los vecinos ejecutados el 5 de agosto encontremos enlaces entre el partido y las JSU como Federico Bascuña, que vivía en la calle Orense y fue encargado de la organización en Madrid junto con Pilar Bueno; o militantes encargados de conseguir armas –en aquel Madrid había muchas escondidas y entregarlas a las autoridades era tan arriesgado como no hacerlo­­­-, como Isidro Hernández de la Fuente (primo de la rosa Luis Rodríguez de la Fuente e integrante de un grupo de las JSU de Chamartín de la Rosa), Rafael Muñoz Coutado, de la misma zona, o el vecino de la calle Artistas Francisco Nieto, entre muchos otros.

 Se los acusó de intentar reconstruir a las JSU e intervenir en “actos de sabotaje e intentos de complot”, y les condenó como responsables de un delito de adhesión a la rebelión. Como trasfondo de las ejecuciones, tal y como han puesto de relieve Paul Preston y otros autores, latía un acto de venganza institucional por el asesinato del comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón, cuyo coche sufrió un atentado en el que también murieron su hija y su chófer, pese a que no consta participación de ninguno de los acusados en sus asesinatos. Gabaldón era un antiguo quintacolumnista que en ese momento estaba al frente del archivo de la masonería y el comunismo, institución que suministraba documentación a los fiscales militares en los consejos de guerra.

Como si de cantos a la sombra de un olivo se trataran, es de justicia dejar consignados aquí los nombres de todos los ejecutados aquella noche –rosas y claveles– para que sus nombres resuenen en la historia:

Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García, Luisa Rodríguez de la Fuente Joaquín Álvaro Blanco, Felipe Arranz Martín, Delfín Azuaga Yonte, Federico Bascuñana Sánchez, David Bedmar Arcas, Enrique Bustamante Sánchez, Domingo Cándido Luengo Fernández, Vicente Criado Pérez, Máximo de Diego de Diego, Esteban Dodignon Gómez, Adolfo Domínguez Palazuelos, Jorge Escribano Rilova, Celedonio Fernández Galán, Francisco Fernández González, Ramón Fernández Peña de Secade, Antonio Fuertes Moreno Peñuelas, Enrique García Mazas, Ignacio González Hernández, Pascual González Pérez, Manuel González Pérez, José Gutiérrez González, Isidro Hernández de la Fuente, Adolfo Latorre Toledo, Pedro Lillo Carballo, Antonio López del Pozo, Carlos López González, Fernando López González, Vicente Martín Acirón, Julio Martínez Pérez, Francisco Montilla Torres, Rubén Muñoz Arconada, Rafael Muñoz Coutado, Luis Nieto Arroyo, Francisco Nieto Vaquerizo, Gil Nogueira Martín, Valentín Ollero Paredes, José Pena Brea, Romás Prieto Martín, Severino Rodríguez Preciado, Gregorio Sandoval García, Luis Sanabria Muñoz, Enrique Sánchez Pérez y Francisco Sotelo Luna.