Las vistas de la ciudad también son una cuestión de clases: el caso de la cornisa de Tetuán en el Paseo de la Dirección

Luis de la Cruz

17 de julio de 2021 23:07 h

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“Levantas la mirada y te encuentras las torres, estés donde estés. Es algo terrible para los expropiados porque ves como van creciendo a gran velocidad, y, sin embargo, no hay ni rastro de los servicios que se supone deberían ir en otros solares.” La frase la pronuncia una vecina de la zona del Paseo de la Dirección donde se están levantando las torres Skyline. Frente a sus narices, e interponiéndose entre las vistas de la sierra madrileña y el Parque Rodríguez Sahagún, se están construyendo dos bloques de viviendas de lujo en la llamada cornisa de Tetuán, un promontorio privilegiado por sus vistas y su situación frente al parque que ha condicionado, como veremos, un accidentado proceso de reordenación del barrio durante décadas. “Parece que las torres se están riendo de nosotros”, añade otro vecino.

Mirando desde allí la silueta de la ciudad se entiende perfectamente que el viejo barrio humilde no ha entrado hasta ahora en los planes del diseño del Madrid del siglo XXI. En las Cuatro Torres, también omnipresentes en su horizonte, se está levantando el campus de una escuela de negocios; en Sinesio Delgado, una residencia universitaria privada crece a gran ritmo, y al final de Capitán Blanco Argibay, las Skyline ya deben haber completado una veintena de las 25 plantas y 100 metros de altura que tendrán (a las que habría que añadir dos grandes alas laterales a ambos edificios). Negocios, formación y vivienda de lujo hilvanados por la vía rápida del Paseo de la Dirección y el propio Parque Rodríguez Sahagún como vía peatonal verde.

La promotora de las torres (una para venta y otra para alquiler) las señala como un polo de atracción económica y de regeneración para el barrio. Lo que pone en valor en sus textos promocionales, sin embargo, son sus vistas al Madrid verde y a la ciudad de los negocios:

 “Skyline se ubica en una zona con un brillante futuro inmediato, comienza su transformación poniendo en valor un ”paseo de cornisa“ que, orientado al noroeste, mira expectante el desarrollo futuro del distrito Castellana Norte, del emblemático barrio de Puerta de Hierro, la Universidad Complutense, la Dehesa de la Villa y el centro financiero de las 4 torres”.

El arquitecto de las torres es un gran conocido del vecindario, Julio Touza. Su estudio participó en la Segunda Modificación del Plan del Paseo de la Dirección, versión del plan anterior a la actualmente vigente que era conocida, de hecho, como Plan Touza.

Una silueta omnipresente sobre nuestras cabezas

Callejeando por el barrio, la gigantesca silueta inacabada de las Skyline se asoma por encima de cada tejado, en cada intersticio y bocacalle. La mole, por supuesto, se interpone entre la sierra de Madrid, que enmarca el parque, y la vista, como un jugador de baloncesto que se te sentara delante en el cine.

El antropólogo urbano José Mansilla nos da pistas para encontrar referencias académicas sobre el fenómeno: buscar por el concepto contaminación visual. Advierte que puede tener “una clara perspectiva de clase”, así como de la componente simbólica de las alturas, “ver la ciudad desde arriba transmite una sensación de poder, de control del plan”.

Mansilla nos habla de la película de Ben Wheatley High-Rise, una adaptación de 2011 de la novela de J.G. Ballard Rascacielos. En la cinta, el edificio sirve de metáfora. Allí viven representadas las distintas clases sociales: cuanto más alto el piso, más rico es el vecino (curiosamente, antes de la invención del ascensor esta categoría era bien distinta).

Lo cierto es que los rascacielos, además de incrustarse socialmente en su entorno, lo modifican, aumentando el tránsito rodado o incentivando la demanda de hostelería cerca, pongamos por caso. Pero otro ejemplo clásico es la manera en que los grandes edificios generan zonas umbrías a su alrededor –las traseras de la Gran Vía, sin ir más lejos–, algo que es objeto de estudio en la arquitectura contemporánea.

Una larga travesía en el desierto (o en el solar)

El proceso de reordenación del barrio tiene una larga y accidentada peripecia. El Ayuntamiento de Madrid privatizó en 2007 (tiempos de Alberto Ruiz Gallardón) la reforma del área: Dragados (constructora de ACS) se haría cargo de la urbanización, el desdoble de la vía –casi dos kilómetros y cuatro carriles– , y de las expropiaciones y realojos de los vecinos afectados. La empresa cobraría sus emolumentos en suelo, pero el desplome de su precio durante la crisis de 2008-2009 hizo que las cuentas dejaran de salir al gigante inmobiliario y las obras se vieron paralizadas de repente, quedando el barrio levantado y los realojos sin concluir (por cierto, lo que se pagó a los vecinos realojados no llegaba para pagar las casas de realojo).

La situación se estiró hasta 2016, cuando el Ayuntamiento de Ahora Madrid exigió que Dragados terminara el segundo edificio de realojo y acabara la vía para poner punto final a su relación de mutuo acuerdo. Dragados cobró con siete parcelas de 88.250 metros cuadrados tasadas en 126 millones, unos 50 menos del precio total que hubiera tenido la obra… pero, solo año y medio después, ACS vendió las dos parcelas de vivienda libre en las que actualmente se están edificando las torres Skyline, en lo que fue tildado en la prensa salmón como un negocio redondo.

De esta época es la tercera modificación del Plan Parcial de Reforma Interior del Paseo de la Dirección, en el que hubo participación vecinal y que tenía el espíritu de modificar la edificabilidad de la cornisa “mejorando la permeabilidad entre el barrio y el parque”. Para ello, se decidió concentrar la edificación en altura, de manera que se rebajaba la barrera de pisos que cercaban en la cornisa al “barrio interior”. Se eliminaron bloques previstos al oeste del paseo, sobre el mismo parque Rodríguez Sahagún, y se indultaron las torres del final de Capitán Blanco Argibay (hoy Skyline) porque su “singularidad permite una integración menos traumática paisajísticamente que la del frente continuo formado por los bloques”.

Se podría decir que la modificación de la edificabilidad en este plan atenuó algo que, sin embargo, no podía desaparecer por completo porque estaba en el espíritu del plan desde el principio: la revalorización urbanística de la cornisa, un enclave elevado con vistas privilegiadas sobre el parque y mirador natural hacia la sierra de Madrid. Incluso el primer bloque de realojo se proyectó como una gran barrera para los edificios que quedaron detrás.

Un paseo por la calle Sorgo, donde aun quedan algunas casitas bajas con patio en buen estado, mezcladas con una mayoría de pisos más nuevos, nos permite imaginar cómo era un barrio que ya apenas existe. “El asfaltado que había antes de este que pisamos lo habían arreglado los propios vecinos, cuando hace décadas nadie del Ayuntamiento pasaba por aquí”, me dice mi cicerone por la barriada. Quedan, por lo demás, casas bajas en muy mal estado, aquí y allá, entre zonas aun sin urbanizar que hacen complicado recordar cómo era el barrio.

Antes de la tábula rasa, y aunque era necesaria una profunda reordenación urbanística, la situación del caserío era diversa. Había infravivienda pero también casas magníficas con terreno. Tras años envueltas en un contexto de abandono, sin que se concedieran licencias de obra para arreglos, la mayoría de ellas se fueron igualando en el deterioro. Posteriormente, quedaron vacías las casas de los primeros realojados, que fueron ocupadas o quedaron en estado de abandono. Tras muchos años y diversos avatares, a veces con litigios, hoy en día solo quedan tres familias por realojar, pero el camino ha sido largo. “En el censo original éramos unas 300 familias con derecho a realojo, finalmente han sido bastantes menos, hay gente que ha muerto o se ha ido a vivir a otros sitios en vez de optar a los pisos de realojo.”

“Esta casita baja con terreno se acaba de vender hace poco, dicen que por 450.000, mientras que las que eran iguales y fueron expropiadas en la acera de enfrente pudieron recibir, quizá, unos 160.000”, me detalla mi acompañante para ilustrar el carácter caprichoso de algunas expropiaciones. Hubo casas que quedaron fuera del plan y otras que no, aduciendo tecnicismos, como las alineaciones de las calles, que no siempre se han mantenido a lo largo del proceso. La imagen de las promotoras inmobiliarias llamando a las puertas de las casas antiguas que quedan en el barrio se ha convertido en una constante estos días. “Todas estas casas durarán lo que vivan sus habitantes, luego, seguro que los herederos las venderán para construir en el solar”

Los vecinos sienten que, en cierto modo, también han perdido el parque Rodríguez Sahagún, que ha quedado segregado del barrio por la vía rápida y con accesos escarpadísimos. “Antes ibas y siempre había gente mayor pero ahora es una excursión para ellos llegar hasta allí, hay jóvenes, sí, pero ya no hay mayores”, nos cuentan. Las torres están sobre el mismo parque y se han denunciado repetidamente los vertidos que las obras han ocasionado sobre las zonas verdes (la empresa aduce que es agua que cae por la pendiente del terreno).

Aunque el Plan de Obras del Ayuntamiento para los próximos años prevé la construcción de una escuela infantil en el Paseo de la Dirección y un centro deportivo (que está fuera del ámbito, en la calle de Ofelia Nieto), queda mucho por urbanizar y los vecinos no han visto aun ninguna grúa destinada a levantar servicios públicos. “En este barrio no hay nada, no hay centro médico, para ir al instituto hay que ir a otro barrio, para la biblioteca a la Ventilla…ahí estaba el colegio Gil Díaz, uno pequeñito pero que dio servicio al barrio y hoy es un solar”. Sin duda, el sentimiento de desamparo de los vecinos expropiados va mucho más allá del hecho de que se levanten unos rascacielos frente a sus narices…pero su silueta en crecimiento recuerda constantemente todos los motivos que tienen para el descontento.