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La vida como maestro en los Cuatro Caminos de Abelardo Saavedra, el anarquista errante

Luis de la Cruz

3 de noviembre de 2024 01:00 h

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Seguramente, no les suena el nombre Abelardo Saavedra Toro pero tiene una vida que no cabe en un artículo. Nacido en la localidad gaditana de Villamartín en 1860, pronto destacó como propagandista y militante anarquista en tierras andaluzas. Cuando muere –con las botas puestas– en 1938 habrá pasado muchas décadas de activismo, fundado varios periódicos, pisado cárceles en distintos países y dirigido una escuela en los Cuatro Caminos, que es el momento sobre el que hoy haremos zoom.

Su biografía era una línea llena de agujeros hasta que Aurelio Fernández Fuentes, bisnieto del personaje, publicó en 2021 Saavedra. Un anarquismo, una biografía en cuya lectura el lector va acompañando al autor en el proceso de investigación a lo largo de distintos países, durante muchos años.

Saavedra llega a Madrid en 1904 procedente de Andalucía  –después de salir de la cárcel– y permanecerá en la capital hasta agosto de 1906, cuando marchará a Barcelona. Nada más llegar, tiene ya un círculo de afinidad libertaria en la ciudad y un destino. Sus conocidos son los anarquistas que, en Madrid, pululan alrededor de la familia Urales –Juan Monteny y Soledad Gustavo– que en aquella época viven en la calle Donoso Cortés, desde donde llevan a cabo su actividad editorial. En aquellos contornos del extrarradio, más identificados en aquella época con el barrio arrabalesco de los Cuatro Caminos que con el Chamberí del ensanche, se movieron personajes ilustres de la idea como Fermín Salvoechea o el médico Pedro Vallina, entre otros militantes que encontraron acomodo en las publicaciones La Revista Blanca o Tierra y Libertad.

La calle Hernani, donde estaba la escuelita, fue una de las que primero se urbanizó en el extrarradio norte y en ella afloró pronto, también, la vida barrial. En el número 5 existía un pequeño teatro, que las crónicas describen como cochambroso, que servía de escenario para todo en la barriada. Lo mismo se llevaban a cabo reuniones para tratar asuntos de índole vecinal que se montaba un mitin político o, por supuesto, se representaba una obra teatral.

 Y la plaza madrileña que ha de ocupar es la escuela para hijos de trabajadores situada en la calle Hernani, una de las que primero se urbanizó en el extrarradio norte, donde afloró pronto, también, la vida barrial. En el número 5 había un teatro que servía lo mismo para hacer un mitin político, que una reunión vecinal o, claro, ver una representación teatral. En el mismo número se abre la escuela racionalista con fondos recaudados en Villa Constancia, el conocido merendero de la glorieta de Cuatro Caminos regentado por Canuto González, que además de tabernero era uno de los hombres de más peso en la barriada y un prominente republicano federal.

La escuela contaba con dos locales –uno para cada sexo– donde daban clases a menores y, ya en la tarde noche, también a sus padres. Tenía plaza en la escuela también una maestra llamada Concepción Martínez. Por sus propios escritos en el Tierra y Libertad sabemos de la importancia que Saavedra concedía a la educación como herramienta emancipatoria de la clase trabajadora. Una escuela era, a su manera, también propaganda por el hecho. Como en otras escuelas racionalistas, el aprendizaje al aire libre era fundamental y se llevaba a cabo en unos terrenos prestados junto a la Moncloa.

La fundación del colegio se debía a La Educación de El Porvenir, una sociedad nacida para la creación de escuelas laicas fundada en Centro Obrero Societario del número uno de la Costanilla de los Ángeles. Este fue también escenario en el que se movió Saavedra y, los barrios populares del sur, otro de los escenarios de su etapa madrileña, llegando a vivir con su familia en una corrala de Lavapiés y dando mítinr anarquistas en el teatro Barbieri.

Coincidiendo con su estancia en Cuatro Caminos como director de la escuela sucedió un hecho trágico en el que murieron numerosos trabajadores, la mayoría de la zona: el hundimiento del tercer depósito de agua del Canal de Isabel II en 1905, que ocasionó la muerte de al menos 30 personas y dejó más de 50 heridos. Algunas de las personas que se destacaron en la movilización popular de protesta que se llevó a cabo ese mismo día en los Cuatro Caminos pertenecían al entorno de republicanos federales y anarquistas que pululaban por los locales de Hernani y la taberna de Canuto González. El propio Abelardo Saavedra participó como orador en un mitin sobre el hecho en el centro obrero de la Costanilla de los Ángeles.

Saavedra se involucró también en otras luchas activas como las del inquilinato y tuvo roces con los frailes del barrio, que ostentaban el casi monopolio de la enseñanza en el suburbio. Sin embargo, la vida errante del propagandista hacía que no pudiera estar demasiado tiempo quieto, y con frecuencia salía de Madrid –hacia donde llegara el tren– para hacer giras de propaganda. En estas labores le acompañaban Francisco González Sola, Antonio Ojeda o José Sánchez Rosa, con quienes formó la Agrupación 4 de mayo, que se hizo cargo de la edición del Tierra y Libertad.

Las causas pendientes por delito de imprenta se amontonaban unas encima de las otras y las entradas y salidas en prisión fueron moneda corriente a lo largo de toda su vida. Cuenta Fernández Fuentes en su biografía que llegó a escuchar varias versiones familiares de una anécdota acerca de cómo vino desde Tánger para conocer a su primera nieta, Amor Fernández Saavedra, el 23 de mayo de 1906. Saavedra se presentó en Madrid disfrazado con un gorrillo marroquí y un monito.

El periódico Tierra y Libertad dejó de aparecer coincidiendo con el atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Saavedra había conocido a Morral en uno de sus viajes a Sabadell y en la escuela de Ferrer i Guardia, de la que el casi regicida era bibliotecario. Cabe recordar, por cierto, que Morral hizo parada en su huida en la taberna del ya mencionado Canuto González, a pocos metros de la escuela de la calle Hernani, y es posible que pasara por la redacción del Tierra y Libertad en la gira que hizo por toda la ciudad antes de tirar la bomba.

El atentado, como solía ser habitual, supuso la detención indiscriminada de anarquistas madrileños, entre ellos Saavedra y su hijo de solo dieciséis años. Trasladaron entonces el Tierra y Libertad a Barcelona, lo que no sería nada más que una nueva parada en una vida en constante exilio hacia Francia, Argelia o Cuba, donde vivió de nuevo andanzas que darían para un artículo como este en un diario de la isla caribeña.

Expulsado de Cuba en 1911, volvió de nuevo a Madrid brevemente, para recalar luego en Canarias, Sevilla, Barcelona o Melilla. A pesar de su edad, en 1936 se traslada desde Barcelona, donde vivía entonces, al frente aragonés, antes de morir el 7 de noviembre de 1938. Para entonces, había acumulado a sus espaldas décadas de militancia en pos de la revolución, fundado diversos periódicos, hablado en centenares de estrados, entrado en la cárcel en distinto países y dejado una biografía tan densa como desconocida para la mayoría de nosotros hasta hace pocas fechas. Una vida con muchas vidas entre las que está también la de maestro en la incipiente barriada de los Cuatro Caminos.