Agustín era un estudiante de Bellas Artes que acudió a graduarse la vista en una óptica de la Colonia Ciudad Jardín Castañeda, en el barrio de Puerta del Ángel de Madrid. Cuando volvió a su coche, se percató de que el maletín con sus pinturas había desaparecido. Pensó que alguien pudo habérselo robado creyendo que contendría algo de valor, pero que al ver su interior lleno de pinturas y pinceles quizá lo habría arrojado a alguna casa abandonada de la zona. Nunca lo recuperó, pero a cambio se enamoró perdidamente de una de esas construcciones con un cartel de “se vende”. Era 1990, y aquel hotelito antes vacío sigue siendo su hogar 34 años después.
Es una de las tantas historias que el periodista Pedro Zuazua (Oviedo, 1981) recopila en Utopías urbanísticas: 44 paseos por las colonias de Madrid, bien acompañadas de las imágenes captadas por el fotoperiodista David Expósito. La editorial Altamarea publicaba el miércoles 23 de octubre este libro que casi puede catalogarse de viajes, porque supone toda una travesía por el tiempo y el espacio sin salir de la ciudad. Todo ello a través de las 45 colonias de la ciudad desarrolladas como Ámbitos de Planeamiento Específico (APE), además de la de Moscardó. 46 conjuntos de hotelitos o chalets, que se quedan en 44 paseos, ya que Zuazua aglutina en uno solo ese en el que recorre las colonias de El Viso, Iturbe IV y Prensa y Bellas Artes.
“Entrar a la mayoría de colonias es como pasar a un pueblo sin salir de la capital”, asegura Zuazua en conversación con Somos Madrid. Un tránsito al que comenzó a habituarse durante la pandemia, cuando inició una serie de artículos sobre estos espacios para el periódico El País, donde ocupa el cargo de director de comunicación.
Como bien explica, la mayoría de estos planeamientos urbanísticos tienen su punto de partida en la Ley de Casas Baratas de 1921, que surge con la idea de dar a la clase trabajadora condiciones de vida más higiénicas y dignas. Cooperativas y gremios son el germen de la mayoría de colonias: la de ferroviarios, la de eléctricos, la de bomberos, las de militares... También traslados forzosos como el del barrio de Lucero, cuyos habitantes se vieron obligados en 1955 a dejar sus viviendas de creación y expansión autónoma no planificada para ser reubicados en una colonia: “Lo que nos contaron es que en esos primeros años era habitual ver a dos familias compartir casitas de 40 metros cuadrados con telas dividiendo el salón”.
De hecho muchas de estas colonias se conocen como “domingueras”, construidas los domingos (único día libre) por quienes luego serían sus habitantes. “Se sorteaban al final para que nadie pusiera más interés en su casa que en otra”, dice Zuazua. “Muchas veces las empresas para las que trabajaban esos futuros vecinos les facilitaban el material o los terrenos. Son casas humildes, pero muy dignas, pensadas no para estar sino para vivir”. Comenta que, pese a la revalorización actual de estas viviendas, en su momento no era raro despreciarlas: “La gente no quería ir a algunas de estas casa. Decían que parecían sanatorios debido a que entraba demasiada luz”.
Las colonias que tienen un origen menos humilde suelen ser también aquellas con unas casas más ostentosas. “La Colonia Parque Metropolitano de Tetuán, por ejemplo, fue impulsada en 1918 por la familia Eizaguirre Machimbarrena, que en paralelo estaba desarrollando la primera línea de Metro (con la cabecera de Cuatro Caminos muy cerca)”. Apunta Zuazua que “tenían sus propias alcantarillas, el agua les venía de la sierra, así que en casos como este las colonias son más bien operaciones inmobiliarias”.
El arquitecto y urbanista José María Ezquiaga, autor del prólogo, ofrece la frase que mejor resume el cambio en la consideración de estas construcciones: “Una arquitectura pensada desde la necesidad y la abstinencia de lo superfluo, pero que hoy percibimos como lujo”. Un hotelito de la Colonia Buena Vista no supera los 23 metros cuadrados de planta. “No son casopolones de media, son viviendas muy modestas, pero quién las pillara hoy”, sintetiza Pedro Zuazua.
"Una arquitectura pensada desde la necesidad y la abstinencia de lo superfluo, pero que hoy percibimos como lujo"
“Hace no tanto tiempo las colonias no eran así de apetecibles. Chamartín de la Rosa era otro municipio y muchos de ellos eran espacios urbanos sin servicios, asumidos en su día por los propios vecinos”, dice el autor. “Eran una periferia sin conexiones de autobús y con taxis que no se acercaban, incluso con calles de arena”.
El libro incluye un mapa con todas las colonias de Madrid distribuidas sobre el mapa de la ciudad, que ilustra claramente el predominio en el norte y más concretamente en el distrito de Chamartín, herencia de ese desaparecido municipio de Chamartín de la Rosa (anexionado a la capital en 1948): “Esta zona aglutina 17 de las colonias. En su momento salieron como setas. Ahora están amalgamadas en la ciudad, pero antes Chamartín de la Rosa era hasta lugar de veraneo para quienes vivían en el centro”.
De lo utilitario a lo extraordinario
“El covid aceleró la demanda de estos espacios y la subida de precios, a todo nos encantaría vivir en el centro de Madrid y a la vez tener jardín. No son casas baratas, hay chalets por encima del millón de euros incluso en casas pequeñas de Buenavista. Además, hay muy poca oferta, porque no van a hacerse más colonias”, desarrolla Zuazua.
La crisis sanitaria primero y las consecuencias del temporal Filomena después son los dos grandes eventos que marcaron el libro durante su elaboración, al visitar las colonias y charlar con sus habitantes. Modificaron el paisaje y con ello la forma de habitarlo: “La pandemia fomentó el cuidado mutuo y que los vecinos se conocieran”.
La lectura del libro queda influenciada por un tercer tema: las dificultades en el acceso a la vivienda. En realidad, para el autor se trata en parte de una consecuencia de lo que ocurrió previamente: “La pandemia aceleró también la demanda de estos espacios y con ello la subida de los precios”. Las colonias son excepcionales, pero no impermeables al contexto que las rodea.
“Urbanísticamente, se pensaron como un lugar que no es de paso (sin coches), agradable para el paseo y con vegetación. Pero quitando algunas excepciones como El Viso o la de la Prensa, la mayoría se revalorizan después con la llegada de gente con profesiones liberales con visión urbanística y arquitectónica que han entendido la posibilidad de vivir en el centro de Madrid como si fuera un pueblo”, expone el autor.
Las posibilidades del espacio exterior son atractivas, pero lo mismo ocurre con las del interior: “Casi todas son racionalistas, es decir, con un diseño similar a tal y como las dibujaría un niño. Solo algunas como El Viso tienen influencias de corrientes como la Bauhaus. La racionalidad y la escalera permiten jugar mucho a los dueños, ejecutar una reforma muy limpia por el estilo cuadrado”.
“Hay mucha segunda o tercera generación, parejas jóvenes atraídas por todas las posibilidades que hemos comentado. Pero también envejecimiento. Son casas que necesitan reforma y que además son muy caras de mantener. Cuando hay temporales sufren muchas filtraciones de agua porque no fueron construidas con los mejores materiales. Muchas ni siquiera tienen cimientos y su aislamiento térmico es deficiente. Por todo ello, son casas que requieren una capacidad financiera importante aunque estén pagadas”, detalla Zuazua.
Precisamente la necesidad de reformar para mantener la habitabilidad, frente a la de proteger la faceta de patrimonio histórico y urbano que también son estas viviendas, es una tensión que recorre casi todo el libro: “Mucha gente mayor se va de las colonias porque no están adaptadas. Se debe cuidar la esencia de las colonias, pero también actualizarlas para que sus habitantes puedan habitarlas. Tierno Galván fue capaz de encontrar cierto equilibro cuando permitió crecer un piso en bajocubierta a cambio de mantener la verja y ornamentos originales. Fue una manera de actualizar la esencia sin que se pierda”.
Quitando algunas excepciones como El Viso o la de la Prensa, la mayoría de colonias se revalorizan después con la llegada de gente con profesiones liberales con visión urbanística y arquitectónica que han entendido la posibilidad de vivir en el centro de Madrid como si fuera un pueblo
“Cuando ves un bloque de edificios entre dos chalets, te das cuenta de que se ha producido algún agujero o algún despiste. Da mucha pena, ahí las administraciones deben escuchar a los vecinos para que las intervenciones no destruyan el valor histórico”, dice Zuazua. Un valor del que los vecinos de las colonias son conscientes desde hace años: en 1977 la movilización ciudadana frenó la modificación de la ordenanza 4ª, que en la práctica dejaba desprotegidas las colonias existentes y las habría sometido a la normativa urbanística general del resto de la ciudad. El proyecto se desestimó y en 1981 el Ayuntamiento de Tierno Galván modificó el Plan General de Ordenación Urbana para legalizar la mayoría de colonias, así como para garantizar su protección arquitectónica.
Héroes que defienden y hacen barrio
Las medidas del viejo profesor, continuadas después por Juan Barranco y José María Álvarez del Manzano [ambos protagonizan una distendida conversación en la Colonia Jardín de la Rosa], contrastan con la visión del bautizado como “alcalde malo”: Juan de Arespacochaga y de Felipe, regidor ultraconservador en la primera parte de la Transición. “El nombre del alcalde malo sale en casi todas las entrevistas, los habitantes de las colonias se veían sin sus casas. La modificación de la ordenanza 4ª proponía en la práctica recalificar sus terrenos, pero lo frena la unión de los vecinos”, cuenta Zuazua.
“De hecho, al final las colonias son una singularidad que mantienen de los vecinos con su esfuerzo”, afirma Zuazua. “Cuando hay una asociación que funciona se nota muchísimo, hacen actividades y desarrollan proyectos compartidos que hacen barrio y que crean orgullo de pertenencia. Es muy esclarecedor el caso de Ciudad Jardín Castañeda, donde han reconvertido unos bajos en instalaciones deportivas cuya explotación les permite a su vez financiar iniciativas de la colonia. Entre ellas, su propio espacio unitario de reuniones y centro social”.
Una labor colectiva en la que emergen a la vez grandes luchas individuales: “El espíritu de las colonias se mantiene en poquitas y depende de un perfil concreto de vecino, como el señor Profesor de los X-Men, que actúa como dinamo de la colonia”. Se trata de perfiles con “un gran conocimiento y pasión por el pasado y por el contexto, gente que entiende y tiene interiorizada la idiosincrasia de las colonias”.
Uno de los más carismáticos del libro es Valentín González, presidente de la asociación Vicus Albus de Vicálvaro y protagonista de una quijotesca lucha para que la Colonia Valderrivas se escriba con dos uves, aunque oficialmente el Ayuntamiento cambia la segunda por una “b”. Pese a que ni siquiera vive en la propia colonia, para Zuazua el caso de Valentín reúne las tres cualidades de todo Profesor X vecinal: “Don de gentes, capacidad de comunicación y tiempo libre”.
Esas mismas personas le ayudaron en su tarea de confeccionar el libro: “Cadenas de gente formadas por concejales, vecinos, arquitectos, urbanistas y mensajes en chats a amigos que viven cerca. Se crearon redes de vecinos y de personas. Los vecinos han sido muy generosos, nos enseñaban sus casas y nos contaron todo tipo de detalles con mucha naturalidad”.
“El mejor ejemplo es la Colonia de los Bomberos del barrio de Moscardó, en Usera. Estábamos desesperados porque aunque suene absurdo e imposible no dábamos con ella, sus límites no estaban claros. Alguien de la concejalía del distrito me pasó el contacto de un señor, Fernando, que se puso a investigar y la ubicó. Quedamos allí y justo cuando estábamos hablando, al comentar que no quedaba ningún descendiente de bomberos de la colonia, una señora nos escuchó desde su terraza y dijo que ella lo era. Pero es que luego nos llevó a casa de un exbombero con 97 años, condecorado por Tierno, que conservaba su traje. Los vecinos te llevan de historia en historia hasta llegar a quien levantó la colonia con sus propias manos”.
Pero a la vez, también se percibe un cambio en la gente que las habita y en su forma de vivir: “Muchas de estas casas pasan a ser herencias luego, sus propietarios optan por venderla al tratarse de varios hijos y se pierde el componente emocional. Van creciendo los muros y van desapareciendo las plantas, se nota el incremento de la seguridad y de las alarmas. Es una vida más hacia dentro”.
“Me quedo con el homenaje a los paseos y al oficio de escuchar y de contar”, destaca Zuazua como concusión. También de observar y de retratar: “David Expósito y yo hacíamos juntos la primera visita a cada colonia, pero luego él se daba una vuelta para ver otras cosas. Su trabajo enriquece la parte del texto, siempre daba con un detalle que te cuenta la colonia de forma particular”. “Para terminar, admite que en su móvil tiene ”200 personas con el apellido Colonia“. La historia de la ciudad cabe en la agenda de un teléfono.