Madrid abre supermercados sin ánimo de lucro: tres horas de trabajo al mes para abaratar la cesta de la compra
En la última planta del mercado de San Fernando, en el centro de Madrid, hay bolsas de yeso, andamios, cristales aún sin colocar y mucha luz natural. Son unos 700 metros cuadrados en obras: iba a ser un restaurante que finalmente no se construyó. Pablo García Bachiller, arquitecto, recorre el espacio y apunta hacia un lado y hacia otro para mostrar que el local se convertirá en un supermercado cooperativo, uno de los tres que se inaugurarán en Lavapiés, Tetuán y Getafe el año que viene: “Estos serán nuestros almacenes de mercancías; en la plaza central estarán las estanterías y los refrigeradores; y por ahí, la entrada”. El incentivo, explica García Bachiller, es simple: “Vecina, vecino, ¿os queréis organizar para consumir mejor?”.
El impulso llegó hace ya tres años con la proyección de un documental organizada por el proyecto MARES, del Ayuntamiento de Madrid. Food Coop, del director Tom Boothe, muestra la experiencia de Park Slope Food Coop, un supermercado cooperativo que funciona en el distrito de Brooklyn, en Nueva York (EE UU), desde 1973 con más de 16.000 miembros (y otros en lista de espera). El realizador del filme importó la idea a Europa en 2016 y abrió La Louve, en París. Desde entonces, han surgido iniciativas en diferentes ciudades europeas.
El modelo es aparentemente sencillo: varias personas se agrupan y aportan dinero al capital social; se convierten de ese modo en copropietarios de un supermercado que no tiene ánimo de lucro y, al mismo tiempo, en consumidores que compran a precios más baratos productos que, en su mayoría, son elegidos con criterios de sostenibilidad; a cambio, los cooperativistas realizan tareas en el local tres horas al mes, que se complementan con el trabajo de un grupo de personas contratadas. Los tres proyectos madrileños -Supercoop, en Lavapiés; La Osa, en Tetuán, y Biolíbere, en Getafe- comparten un objetivo común, que es “democratizar” el acceso al consumo sano y sostenible.
“Comprar de una manera u otra tiene consecuencias”, afirma Emilio Lázaro, miembro del economato que impulsa Biolíbere, actualmente una tienda ecológica sin ánimo de lucro que abrió hace cinco años Getafe y que se prepara para dar el salto a supermercado cooperativo. Lo dice una semana después de que los científicos del Panel Internacional para el Cambio Climático de la ONU llamaran a cambiar la dieta mundial para atajar la crisis climática. “Si se cambian los hábitos de compra, la gente no tiene por qué gastarse más dinero para consumir productos ecológicos, que han sido generados en las mejores condiciones laborales posibles y con la mínima huella de carbono”, defiende Lourdes López, una de las impulsoras del proyecto de Getafe.
En las estanterías de cada supermercado estarán los productos que demande cada comunidad. Biolíbere, por ejemplo, apuntará a que todos sus productos sean de cercanía y sostenibles porque así lo han decidido los socios, que son sobre todo del sur de Madrid. En Supercoop, en cambio, no pondrán líneas rojas a ningún producto.
“No vetaremos el aceite de palma porque es parte de la cultura gastronómica de una población muy importante del barrio de Lavapiés, que es la africana; tampoco vetaremos Coca Cola”, dice García Bachiller. “Queremos tener productos ecológicos todo lo que sea posible”, indica, “pero también queremos que alguien que tiene 200 pavos para que coma toda su familia encuentre un espacio”.
“La cuestión de la ecología no tiene por qué ser una cuestión de lujo”, zanja el arquitecto y defiende que “la puesta en valor del trabajo de los socios” y “la ausencia de ánimo de lucro” les permitirá reducir los costes y ofrecer precios más baratos que en las cadenas convencionales. En el caso de Supercoop, incluso las obras del local se harán de forma cooperativa y prevén ahorrar así unos 400.000 euros.
“En otros países, ese modelo de negocio les permitió [a los miembros del supermercado] ofrecer variedad y calidad suficientes para no ser marginales”, dice Carmen Valor, profesora de la Universidad de Comillas experta en consumo. “Eso es posible en Madrid; no tendrán un millón de socios porque sería imposible la gestión participada, pero podrían funcionar con 15.000 personas”, señala.
Valor cree que hay un “terreno fértil” para que se desarrollen estas iniciativas. España está entre los diez países donde más se consume productos ecológicos, según un informe del Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica (FiBL, por sus siglas en inglés) de este año. El mercado creció entre 2016 y 2017 un 16%, según el mismo estudio.
La profesora ve riesgos, sobre todo, en los sistemas de gobernanza: “La gestión del trabajo voluntario es compleja”. La experiencia en Brooklyn, por ejemplo, no estuvo exenta de estas dificultades. El periódico The New York Times publicó que algunos miembros enviaban a las niñeras a realizar su turno en la cooperativa; también hubo revuelo por la estrategia de inversión del fondo de pensión de los trabajadores del supermercado. “Que sea compleja no significa que sea imposible, porque los otros lo han solventado”, aclara la académica.
García Bachiller pasó una semana cortando queso en La Louve, en París, para conocer de cerca el modelo y los productos y acopiar experiencia. El proyecto le “fascinó”. “Por lo precios, totalmente”, dice. En las estanterías, encontró productos de una “calidad excepcional y más baratos que en Madrid”. Pero notó que los precios no eran la principal motivación de los voluntarios sino “el tejido social que se generaba”. “La gente va a hacer su turno de tres horas martes a las seis de la mañana con sonrisas, con actitud de trabajo compartido. Hay mucho valor en eso porque la ciudad cada vez nos deja menos espacio para relacionarnos fuera del consumo”, opina.
“En EE UU, hay gente que ha encontrado trabajo gracias a su turno. Eso lo puedes conseguir en LinkedIn o también en una cooperativa como esta”, defiende Pablo Ranz, socio de La Osa. Hacer conocer el modelo, según él, es quizás una de las dificultades que tienen ahora. “Esto es nuevo”, señala detrás del mostrador de la tienda ecológica en Malasaña donde trabaja actualmente. “Hay gente que no está concienciada, y a quien lo está le choca que se hable de supermercados”, asegura, y continúa: “No es que queramos industrializar el modelo, queremos dar acceso a muchísimas más personas”.
En esa tienda, a menor escala, están probando el modelo que implementarán en un local de 800 metros cuadrados en Tetuán cuando abran La Osa. Algunos miembros ya colaboran en tareas de limpieza, reposición y armado de pedidos, entre otras labores. Ahora son unas 330 personas que han aportado 100 euros al capital social; necesitan llegar al menos a 700 para obtener financiación y empezar las obras.
Entre los socios hay vecinos de Lavapiés, Tetuán, Barrio del Pilar, Malasaña, Vicálvaro, Villaverde, Ciudad Lineal, Hortalezas y hasta de la sierra, cuenta Ranz. “Cuando vamos a comprar a un supermercado buscamos cercanía, pero es que esto no se trata solamente de comprar”, explica Ranz. “Es relacionarse y crear una comunidad de gente concienciada, preocupada, que realmente cambie el modelo de consumo que tenemos”.