“Frente a la postura de la muerte de la sociedad contemporánea, la parroquia busca dar un testimonio. Este es el primero y más importante de los motivos que nos han impulsado a llevar a cabo este proyecto. La nueva fase de Santa Catalina Labouré busca confrontar los hábitos y tratos que se vienen imponiendo en los últimos tiempos con respecto a la muerte: a lo largo de los años todo lo que rodea a la muerte ha ido tomando un viraje escéptico e irreligioso. Por ejemplo la incineración”. Cuando Pepa Miñarro, vecina “de toda la vida” del madrileño barrio de Opañel, en el distrito de Carabanchel, leyó el boletín que la parroquia había dejado en el buzón de su casa no salió de su asombro: la manera que tenía la iglesia de “confrontar” esos hábitos hacia la muerte era construir un capilla decorada con pinturas de Kiko Argüello, fundador de la movimiento ultra católico Camino Neocatecumenal, y bajo ella una cripta con capacidad para 230 enterramientos.
Para Miñarro el proyecto no sólo era un despropósito de concepción, sino de emplazamiento, ya que ocuparía unos terrenos en medio del barrio que hacía años la parroquia se había comprometido a destinar a uso social de todos los habitantes de la zona. Este fue el comienzo de una lucha vecinal que ha durado más de tres años pero que ha logrado la paralización de la construcción del cementerio y que una parte de los terrenos, que no pertenecían a la parroquia aunque los había hecho suyos, se destinen a la construcción de una biblioteca.
Entre medias hay historias de corporaciones municipales que se ponen de perfil cuando otros quieren hacer un uso lucrativo de terrenos públicos, de otras que median para que termine un conflicto que parece no tener fin y, sobre todo, está la historia de un barrio donde una lucha común ha creado un movimiento vecinal que había desaparecido hacía tiempo.
“Opañel ha estado muchos años sin asociación de vecinos”, explica Pepa Miñarro. De ahí que, cuando en marzo de 2014 los habitantes de la zona recibieron el folleto de la parroquia explicando el inminente proyecto de cripta, la organización para tratar de paralizarlo se fuera creando sobre la marcha. “En mi caso, lo comenté en la peluquería de mi hermana, con clientas y vecinas y decidimos empezar a recoger firmas”, recuerda Miñarro. Por otro lado, más habitantes del barrio comenzaron a pegar carteles, unos y otros se fueron juntando, crearon una página de Facebook y en menos de dos meses lograron su primera victoria. Ante la oposición generada en Opañel, Antonio María Rouco Varela, entonces arzobispo de Madrid, suspendió el acto de colocación de la primera piedra de la cripta. Si hubiera ido, se hubiera encontrado con más de 600 personas diciéndole que no querían un cementerio en el barrio y sí un uso social de los terrenos de la parroquia.
A partir de entonces, los vecinos se organizaron para empezar a hablar con los grupos municipales de la oposición, entonces PSOE e IU. Lograron el apoyo de la vecina Asociación de Comillas y de las plataformas que desde el 15M se reunían cada mes en la cercana plaza de Oporto. En su búsqueda de información sobre el proyecto, descubrieron que los terrenos eran de uso dotacional, lo que impedía lucrarse con ellos. Se trataba de una circunstancia que no encajaba con los beneficios que la parroquia pretendía obtener de los enterramientos, tal y como el párroco explicaba en el folleto de hizo saltar todo cuando le preguntaban cómo iba a financiarse el proyecto: “El proyecto en sí se financiará con los donativos de los nichos. Hay que pensar en ello como un servicio: quien dona dinero para un nicho contribuye directamente a la construcción del complejo y a la misión de la iglesia. No hay que mirarlo desde un punto de vista económico sino de servicio”.
Concentraciones a la salida de misa
Los vecinos se empezaron a manifestar cada domingo en la puerta de la iglesia, controlada por el Camino Neocatecumenal, movimiento más conocido como los Kikos, por el nombre de su fundador, Kiko Argüello. Los feligreses habitantes del barrio dejaron de acudir a Santa María Labouré por su oposición al proyecto. El párroco se negaba a abrir a los vecinos los terrenos que permanecían vallados desde hacía 15 años y el conflicto iba creciendo entre los habitantes de Opañel y quienes cada domingo acudían desde otras zonas de la ciudad escuchar misa.
El Ayuntamiento, que entonces estaba dirigido por la 'popular' Ana Botella, respondía a los vecinos que poco se podía hacer y la Comunidad de Madrid, también gobernada por el PP, dio el visto bueno a la construcción del cementerio. “En un distrito [el de Carabanchel] donde ya tenemos otros seis cementerios”, apunta Miñarro.
En ese tiempo, los vecinos, que ya se presentaban como Plataforma de Opañel, también descubrieron que los terrenos que se suponía que eran de Santa Catalina Labouré, iglesia construida en 1995 tras una permuta entre el Arzobispado y el Ayuntamiento de Madrid, no pertenecían al completo a la parroquia. De los 6.300 m² que ocupaba el descampado anexo a la iglesia, lugar destinado a la cripta, y que la parroquia había vallado tres lustros antes, algo más de la mitad era espacio municipal. También averiguaron que el templo carecía de licencia de funcionamiento.
Comenzaron a presentar varias denuncias, con el asesoramiento de abogados y un arquitecto, José Manuel Calvo, que meses después se convertiría en concejal de Desarrollo Urbano Sostenible tras las elecciones municipales de 2015 que ganó Ahora Madrid. “El cambio de corporación fue un punto de inflexión en nuestras protestas”, explica Miñarro, quien señala que a partir de ese momento los vecinos lograron una interlocución municipal que no habían conseguido hasta entonces.
“Nosotros conocíamos la lucha de los vecinos, que venían reclamando un uso social de los terrenos”, señala Esther Gómez, concejala del distrito de Carabanchel, y por parte de la Junta de Distrito y del área de Desarrollo Urbano Sostenible se iniciaron las negociaciones y mediaciones con el Arzobispado y los vecinos para dar salida al conflicto.
La llegada del acuerdo
El acuerdo llegó en febrero de este año en forma de reparcelación. La parroquia abría los terrenos que no eran municipales, cambiaba de sitio su valla para que el terreno tuviera un mejor acceso para el barrio y, sobre todo, el Arzobispado se comprometía a no construir el cementerio. A pesar de que los vecinos no lograron el uso social de todos los terrenos anexos al templo -una nueva permuta hubiera significado un gran desembolso para las arcas municipales- sí vieron el acuerdo como un gran victoria. “Después de tantos años teníamos por escrito que el proyecto de la cripta se paralizaba por fin”, subraya Miñarro.
La segunda parte del acuerdo llegó en forma de compromiso por parte del Ayuntamiento de construir una biblioteca. “La reivindicación inicial de los vecinos era una piscina climatizada pero no hay suficiente terreno, por lo que todos decidimos que fuera una biblioteca para el barrio, que era la segunda petición”, cuenta Miñarro.
El Pleno del Ayuntamiento aprobó por unanimidad en verano el plan especial que reordenaba los terrenos que comparten lo que será la futura biblioteca y la zona de Santa Catalina Labouré. Según explica la concejala de Carabanchel, recientemente así se lo han notificado al Arzobispado y ahora se está a la espera de que la parroquia emprenda las obras de recolocación de la valla. El pasado miércoles un portavoz de la institución católica respondió a eldiario.es que aún no habían recibido la notificación administrativa y que, cuando llegue, “se valorará qué hacer”.
Mientras llega la ansiada dotación vecinal, que no será antes de dos años, puesto que el terreno es una zona verde, que primero debe ser modificada a dotacional en el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid con el visto bueno del Gobierno regiona, y después seguir todos los pasos que marca la Administración para construir un nuevo servicio público, los vecinos ya han empezado a trabajar por lo que será su nueva biblioteca. Para ello han fundado la Asociación Cultural la Higuera y el Almendro -por los dos árboles centenarios que habitan el solar- y han pedido al Ayuntamiento poder auto gestionar los terrenos como espacio vecinal cultural, con un huerto y un espacio para compartir libros y actividades culturales.
“El movimiento social que hemos creado y que nació de la lucha es lo más bonito y positivo de todo este tiempo”, señala la vecina. Gracias al impulso de estos habitantes, desde hace dos años se han vuelto a celebrar las fiestas de Opañel cada septiembre, con el apoyo del Ayuntamiento, que ha puesto a su disposición escenarios, pasacalles y música, entre otras actividades. La asociación ahora solo espera que la parroquia modifique la posición de su valla para que se pueda adecentar el solar y empezar a “ocuparlo” socialmente.