Con una temperatura que ya sobrepasaba los treinta grados, la Feria del Libro de Madrid se despidió este domingo con euforia. Al menos era la que mostraba su director, Manuel Gil, al destacar los números de esta edición: un aumento del 14% en ventas con respecto al año pasado, lo que se traduce en 10 millones de euros en ventas y 550.000 ejemplares vendidos. Y más aún, 2,3 millones de visitantes y 1.800 autores, de los cuales un 42% han sido mujeres. Nada que ver con el calamitoso 2018, cuando los aguaceros constantes y el frío e incluso la duda de si se abriría el parque del Retiro o no hizo que las ventas cayesen un 7%.
“El libro ha vuelto. Este año estamos manejando magnitudes enormes”, afirmó Gil exultante. Eran los datos que hubiera deseado el año pasado –el primero de su “mandato” en la Feria-, pero no pudo ser. Quería aumentar esa tendencia que ya venía desde 2017 cuando, tras unos años malos en la Feria, y ahí no tanto por el tiempo sino por la crisis económica, los datos mostraban un repunte del 8% con respecto a 2016.
“Este año hemos tenido un clima bueno, y eso siempre favorece. Además, se ha invertido hasta un 14% más en la programación, y la presencia del país invitado, República Dominicana, ha sido enorme. Y luego hemos contado con la absoluta fidelidad de la sociedad madrileña. El éxito es de la programación y del diseño que hemos hecho de la Feria”, manifestó Gil explicando el porqué de las buenas cifras.
Más Iberoamérica y más espacio
Entre libreros y editores, las vibraciones también han sido agradables durante estas dos semanas de Feria. “Este año hay algo”, se oía decir entre las casetas. Y, sin duda, eran muchos los lectores que se apostaban ante las casetas, que este año han estado un tanto más apretadas al contar con 50 metros menos de espacio en el Retiro.
“Es verdad que al haber contado con un tiempo espléndido eso condiciona mucho”, comentaba Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, que después de 18 años yendo a la Feria este ha sido uno de sus mejores años. “Nosotros hemos aumentado las ventas un 21%. El año pasado nos quedamos en el 8%”, aducía. Pero, más allá de la climatología también reconocía otros factores: “La Feria empezó el 31 de mayo, porque siempre es el último fin de semana de mayo, y eso significó que la gente ya hubiera cobrado la nómina. Y eso se nota. Y, luego, tampoco hemos contado con ningún evento deportivo, no ha habido ni Mundial ni final de Champions”. Eventos que suelen dejar a la Feria tiritando.
Para el año que viene Gil ya se ha marcado varios retos: “Lo primero es más ocupación de los espacios y hacer un rediseño de la Feria”, relató. Para ello tendrá que sentarse con los nuevos mandatarios públicos del Ayuntamiento de Madrid, gobernado desde este mismo mes por el PP. “Y vamos a seguir apostando por Iberoamérica. Queremos que el país invitado del año que viene venga de ese continente”, abundó.
La cara b del éxito: la polarización de las ventas
No obstante, el buen dato de ventas esconde un reverso que no merece tanto aplauso: la polarización de las ventas, un fenómeno del que ya se empieza a hablar en voz alta entre libreros y editores como un síntoma de alarma. Esta polarización significa que durante la Feria se venden muchos libros, pero después durante el resto del año, las ventas se desploman –con un repunte en Navidades. “La Feria es un buen pulmón, pero lo cierto es que las librerías lo están pasando muy mal durante todo el año. Es como el cuerpo humano, con un pulmón puedes vivir, pero necesitas más órganos”, apostilla Casamayor.
El director de la Feria también es consciente de esta problemática. “El libro no puede estar sólo 17 días de moda. Es necesario que se implementen políticas públicas, se tiene que hacer una defensa del tejido librero”, relataba Manuel Gil
Porque la Feria se ha convertido en un oasis que los lectores aprovechan para llevarse a casa todos los libros que comprarán en un año. Un breve espacio de tiempo también para saludar a sus autores favoritos. Este último domingo destacaban las filas de Almudena Grandes y Pablo Carbonell, pero durante los últimos quince días el abanico de fans ha sido bastante abierto y diverso, ya que la feria es algo más que literatura, particularmente en un año que en el que no ha habido títulos demasiado determinantes.
La sueca Camilla Läckberg, reina del crimen nórdico, concitó a una buena pléyade de lectores y firmó hasta 400 libros de su nueva novela Una jaula de oro en apenas un par de horas; Santiago Lorenzo no se cansó de firmar Los asquerosos; el paleontólogo Juan Luis Arsuaga también recibió el cariño del público lector que quiso hacerse con su nuevo ensayo, Vida, la gran historia; los libros del político Miguel Ángel Revilla se vendieron como rosquillas, dijeron desde su editorial, Planeta; los youtubers, si bien este año ya no suponen ninguna sorpresa, tampoco bajaron el listón. Al igual que los jóvenes poetas: no era raro encontrarse con largas colas para los libros de Defreds y Loreto Sesma. Hasta el público más hipster tuvo su ración de fenómeno fan con el ruso Eduard Limónov, que vino para firmar El libro de las aguas, y con el autor de cómics Simon Hanselmann, que presentó El mal camino. Ambos publicados en Fulgencio Pimentel.
Y así, entre las terrazas que permiten un alto en el camino cada pocos metros para beber una cerveza, los pabellones para las actividades –en ocasiones poco espacio entre las casetas y estos centros-, autores, firmas y público, se ha cerrado una edición que ha tenido su buena ración de sol y libros vendidos. Sólo una merma subsanable para el año que viene: wifi para todos.