Ante una gran catástrofe, pongamos por caso un tsunami inminente o la torrentera de un río desbordado que viene hacia nosotros, nuestras posibles estrategias de salvación se agolpan y se amontonan en nuestra mente, como relámpagos, en sucesión vertiginosa, como dicen que transcurren las imágenes de nuestra vida en el trance de muerte. El dilema está entre huir o defenderse, como cuando sufres un atraco o tienes delante de ti un perro de presa. Tu vida depende de la determinación que tomes, tras un análisis de apenas una fracción de segundo.
No sé si vosotros tenéis parecida sensación, pero desde hace unos días siento como si esto que llamamos democracia, y que los nacionalistas llaman patria y nación de los cojones, se haya salido de su cauce y amenace con desbaratarlo todo, como en un estado de emergencia nacional por un bombardeo, donde ya no importan tu colesterol ni tu tensión, ni el dinero ni las joyas que atesoras bajo la cama, ni tus libros ni tus discos, ni los alimentos de la nevera, ni la nevera misma, ni tus recuerdos, ni tus hijos... Cuando suenan las sirenas del inminente bombardeo sólo cuenta salvar la vida propia a la carrera, porque el instinto de conservación es un impulso que se abre paso a codazos, aunque sea atropellando en la huida a tu propia dignidad, como en las avalanchas humanas.
Porque en estas últimas semanas hemos descubierto que la corrupción política y económica con la que hemos tenido que convivir históricamente en dosis que creíamos no letales para la democracia, constreñida hasta ahora discretamente en el ámbito impenetrable de sus organizaciones mafiosas, se ha convertido ya en un bombardeo masivo y abierto contra nuestra convivencia, donde apenas nos dejan la posibilidad de defendernos o de huir. La cosa nostra política tuvo siempre sumo cuidado en no hacer ostentación de sus métodos tramposos porque vivía de la discreción, de la ilusión óptica de que los corruptos son siempre los otros, porque, al contrario que en las dictaduras, en democracia hay que pasar por el molesto trámite de pedir el voto a los incautos cada cuatro años.
Pero un cambio terrible se nos anuncia cuando los delitos de prevaricación, cohecho, tráfico de influencias y robo ya no se ocultan impúdicamente a la luz pública. Menospreciando el aforismo latino de nulla ethica sine aesthetica -no hay ética posible sin estética- los privatizadores de la sanidad ya no guardan ni las formas: con todo el descaro buscan empleo, a los dos años que les permite la ley, en las empresas que previamente privatizaron; las grandes compañías nacionalizadas en consejo de ministros parecen la cueva de Alí Babá, refugio de políticos ya inútiles, en compañía de familiares y amiguetes, que al cabo de los años parecen pasar factura de los favores prestados desde el cargo público; el gobierno utiliza el instrumento del indulto de una manera que apesta a fraude de ley, favoreciendo a sus militantes y simpatizantes, sean grandes defraudadores o kamikazes de carretera asesinos; promulgan amnistías fiscales para los amigos y tesoreros inmensamente ricos mientras abrasan al resto de la ciudadanía por un quítame allá unos céntimos despistados en la declaración de la renta...
Y lo que es peor, ponen un precio desorbitado a nuestro derecho a solicitar justicia mientras en la sombra de su cueva de ministros preparan anteproyectos de ley para poner en manos de los Registradores de la Propiedad el Registro Civil, y la celebración ante notario de los matrimonios, divorcios y separaciones de mutuo acuerdo, con las correspondientes futuras tasas que irán a parar a sus bolsillos. Había que hacer este pequeño favor a unos pobres notarios que últimamente habían visto cómo se cegaba el río de dinero que antes obtenían con las hipotecas y compraventa de viviendas. Habrá que mantener su fuente de riqueza, aunque sea tasita a tasita.
Leyes promulgadas a medida, sin el menor rubor, y sin que el fiscal anticorrupción medie de oficio, para personajes como el notario Miguel Ruiz-Gallardón García de la Rasilla, primo del ministro de Justicia; o la nuera del ministro y registradora de la Propiedad, María Teresa Touriñan Morandeira; o como el propio presidente del Gobierno, registrador antes que fraile; o de sus hermanos, registradores también, Enrique Rajoy Brey y María de la Mercedes Rajoy Brey; o de su otro hermano, el notario Luis Rajoy Brey. Leyes que benefician descaradamente a un clan, sin la menor estética, preludio de una total falta de ética.
En este bombardeo a la democracia, donde la sospecha de corrupción, nepotismo, tráfico de influencias y saqueo de las arcas públicas barre con su metralla toda España, desde familias enteras de nacionalistas presuntamente muy honorables con cuentas en paraísos fiscales, a banqueros santanderinos evasores de impuestos, presidentes de patronales que dictan al gobierno reformas laborales mientras defraudan a manos llenas desde sus empresas, o presidentes de comunidades autónomas con incrementos patrimoniales estratosféricos... uno se debate entre salir a rodear Génova 13, armado de sus mejores insultos, o salir de este país, como el que busca refugio antiaéreo a toda prisa dejando atrás sus pertenencias, familiares y amigos.
Dar un paseo por el panorama político es como ir paseando por una ciudad, como Granada, en huelga de recogida de basura. Imposible caminar sin tropezarte con la mierda, sin que nadie se sienta responsable. Empieza a tomar cuerpo la idea de que la corrupción es un subproducto ineludible de la misma actividad de gobierno, como las bolsas de basura son el resultado inevitable de nuestro nivel de consumo. En casi 35 años de democracia los escándalos de corrupción se han desvelado como un acompañante molesto de la actividad política a todos los niveles. Como si no hubiésemos tenido tiempo suficiente para haber pactado entre todos los partidos unas normas de transparencia de financiación, de patrimonios personales, de limpieza en los procedimientos de contratos públicos, para minimizar en lo posible las tentaciones de financiación ilegal de partidos o de enriquecimientos ilícitos de los gobernantes (¡tengo unas ganas de ser rico para dejar de ser rojo!).
Porque en medio del bombardeo uno acaba preguntándose cuál no será la verdadera dimensión de la corrupción, si los cientos de millones que afloran no son más que una mínima parte del arsenal que esconden. Porque ya no se trata de hacer pagar a Bárcenas por evadir impuestos y capitales sino de indagar de dónde sacó tanto dinero y, sobre todo ¡a cambio de qué favores! Creo que 35 años de mirar para otro lado, en los que nos hemos convertido en el país europeo con mayor nivel de corrupción, como una república bananera más, pueden justificar mi desagradable sospecha de que padecemos un pacto de no agresión entre partidos, al menos entre los que han tenido tareas de gobierno, sea estatal o autonómico.
Si la defensa de sus corruptos en el caso del PP se ha convertido en todo un arte, el PSOE, por aquello de la mujer del César, debería mostrar un poquito más de ánimo, un poco más de impulso e imaginación para que esta noche podamos irnos a la cama con la sensación de que no es cierta nuestra sospecha, que de verdad ha aprendido de sus escándalos pasados, que su tibieza en la condena de la corrupción de su adversario político no se debe a un pacto de no agresión entre facinerosos. La imagen de Pérez-Rubalcaba, el día aquel en que hervía la opinión pública con el caso Bárcenas y los sobrecogedores de la cúpula del PP, convocando una rueda de prensa sin preguntas, más parecía un favor inconfesable a Mariano, un pacto entre colegas, a cambio de otro favor igual de inconfesable. ¿A cambio de qué?
La corrupción impide el correcto funcionamiento de la democracia. Es como un golpe de estado silencioso, sin tanques ni fusiles. Cuando los favores y amaños bajo cuerda alcanzan más valor que las leyes y reglamentos reina la arbitrariedad y matan el sagrado principio de igualdad de oportunidades.
Esa sí es una crisis sistémica que amenaza con acabar con nuestras conquistas sociales.