Los malos hábitos son como las malas compañías, te llevan a la perdición sin que apenas te percates de la trampa y de sus consecuencias catastróficas. Por ejemplo, la gente se pregunta ahora, cuando a Rajoy ya no le queda por incumplir ninguna de sus promesas electorales, cómo es posible que los españoles hayamos permitido con nuestros votos, como ciegos impasibles ante el engaño colosal (coloxal) que se estaba representando ante nuestros ojos, que nos gobernase esa banda de incompetentes que nos martiriza cada viernes negro desde Moncloa a golpe de decreto.
Un grosero ministro de Educación (¡de educación!) del Opus Dei; un ministro del Ejército, antiguo vendedor de misiles y bombas de racimo; una ministra de Trabajo que en su vida se vio en la necesidad de patear la calle en busca de un trabajo; un ministro de Economía contratado en la misma banca que desató la crisis financiera mundial; un presidente de gobierno que exige austeridad a los ciudadanos, les baja las pensiones, abarata el despido, disminuye las prestaciones a los parados, elimina pagas extras y suplica a todos que suprimamos dos agujeros más del cinturón mientras él se reparte sin trabajar, por la cara, con un Registrador compinche, cientos de miles de euros anuales procedentes de una oficina de Registro en Santa Pola, de la que es titular...
Haber votado a una banda de salteadores del poder de semejante calaña solo se explica en que hemos perdido la visión, víctimas de nuestros malos hábitos de la adolescencia. No supimos verlo en su momento simplemente porque ya no podíamos, porque, sin saberlo, vivimos en un país de ciegos por culpa de nuestro pasado de adolecentes onanistas, como bien nos tenían avisados los curas: ese hábito pernicioso, ese vicio solitario que causa ceguera. Quizá por eso en el reino de los onanistas ciegos, como es España, el Borbón es rey. Saramago haría con esto una gran novela, pero yo es la única explicación que le encuentro.
La derecha, que es la que verdaderamente se preocupa por nuestra salud, ha decidido castigar nuestros malos hábitos con lo único que en verdad nos preocupa: el dinero. Si hay demasiados enfermos que ya han tomado por costumbre la absurda pretensión de curarse, que paguen su vicio, como los espermatozoides pagan con sus vidas el esfuerzo de llegar los primeros a fecundar el óvulo: alargan las listas de espera a los enfermos para que, en el camino hacia la consulta, vayan cayendo como espermatozoides débiles, estériles e improductivos en los que ya no merece la pena invertir un duro; y aquel que por fin llega a su destino, acabará pagando parte de las recetas para que así recuerde siempre que estar sano es un privilegio que supone un coste ímprobo para la sociedad.
Porque para privatizar la sanidad, para que el capital invierta en el sector, es necesario demostrar a los posibles compradores que nuestra salud es un negocio. Nuestra salud, que no nuestras enfermedades. No confundamos, compañero. Porque la sanidad en manos privadas es como las compañías de seguros: si das demasiados partes de incidencias, si consumes más de lo que pagas, eres un cliente indeseable al que hay que castigar. Suprimir puestos de trabajo de médicos y enfermeros en la sanidad pública, alargar las listas de espera, acortar las estancias hospitalarias, cobrar a los parientes acompañantes por hacer de enfermeros improvisados durante la noche, y encarecer los gastos farmacéuticos son los puyazos previos para dejar al toro de la sanidad pública perfectamente manso y cuadrado ante el matador del sector privado, que es quien se llevará nuestras orejas y nuestro rabo, con perdón.
Nosotros estamos ciegos, pero ellos, gente temerosa de dios que de niños no se tocaba ni para ducharse, conservan una vista envidiable, producto de su pureza. Y si no, a ver si no es visión de futuro la que goza el consejero madrileño de Sanidad, Javier Fernández-Lasquetty, cachorro de la FAES de Aznar, y por lo tanto un piadoso pensador. Provisto de su visión privilegiada, repasó ayer domingo las manifestaciones de miles de profesionales y usuarios de la sanidad que en un gran abrazo rodearon los hospitales públicos amenazados por las miras telescópicas privatizadoras del PP. Era un abrazo de la ciudadanía a una de sus conquistas democráticas más preciadas, la sanidad pública, universal y gratuita, para defenderla de sus depredadores, pero que el consejero de Sanidad de Madrid supo ver oportunamente (su dios le guarde la vista) como una “demostración de afecto a los hospitales... y a quienes trabajan en ellos”.
¿Estamos ciegos, o este chico es un imbécil de baba capaz de hacer bromas hasta con los muertos? ¿Lasquetty ve más allá que nosotros, o simplemente nos está tomado el pelo? ¿Qué es más ofensivo y más insultante, el “que se jodan” de la Fabra o este desprecio del consejero a las reivindicaciones ciudadanas?
Para los ultraliberales, hasta los hábitos de manifestación son perniciosos, como un onanismo reivindicador continuado que a la larga solo puede traer grandes males al cuerpo social. Ellos nos quieren follar, que es una costumbre muy sana, y nosotros, insensibles a sus carantoñas, seguimos empeñados en practicar nuestro vicio en solitario.
Uno de ellos, el ultraliberal José Ángel Gurría, que trabaja de secretario general de la OCDE, el club de los países más ricos del mundo, ha venido a España a dar prestancia y apuntalar la destrucción del estado de bienestar impulsada por su correligionario español, Mariano Rajoy. En su visita, este caballero explicaba magistralmente los males que el hábito de no trabajar puede acarrear a los parados de larga duración. “En iguales circunstancias, si usted lleva un año de no trabajar, y usted salió la semana pasada de otro trabajo... pues le tomo a usted, porque tiene la disciplina, porque tiene el ritmo, porque tiene la cultura, etc... el otro señor lleva un año sin trabajar, y quien sabe qué otros malos hábitos habrá adquirido, incluyendo el de no trabajar”.
¿Vais pillando? El no trabajar es un hábito. Y muy malo. La ociosidad, como ya nos avisaban los curas, suelta la imaginación y deja franco (¡oh, no!) el camino hacia el pecado. Así que, la pena de perder el trabajo, que ya es un mal hábito de por sí, durante mucho tiempo lleva emparejado el peligro de adquirir otros malos hábitos, como luchar en la calle por tus derechos, quizá robar, quizá violar...
Debido al castigo divino de nuestra ceguera, desprovistos de la facultad de ver con la claridad con la que el Señor ha premiado la pureza de la derecha, vamos dando palos de ciego, descargando nuestra ira contra el enemigo equivocado, tergiversando la realidad. Las que fueron niñas modelo, como la secretaria general de Inmigración y Emigración, Marina del Corral, conservan la vista con la suficiente agudeza como para convertir la tragedia de la emigración de nuestros jóvenes, esos ciegos onanistas, en busca de un puesto de trabajo, en un hábito propio de su temprana edad. Los jóvenes se están largando de este país, según ella, oye, no por la crisis económica agravada por su gobierno de incompetentes, sino por “el impulso aventurero de la juventud”, como niños caprichosos e inconscientes en busca de aventura.
Estos niños, o dejan de tocarse y se hacen pronto del PP y sus Nuevas Degeneraciones, o tendrán durante toda su vida una idea distorsionada de la realidad, ciegos, engolfados en toda clase de vicios, como el emigrar por espíritu de aventura, el no trabajar o el impulso de seducir a curas indefensos.
Como el caso del sacerdote católico norteamericano Benedict Groeschel, de 79 años, que denunciaba no hace mucho tiempo que las presuntas víctimas del abuso infantil -jóvenes de 14,16 y 18 años- son generalmente los verdaderos “seductores”. ¡Ancianos curas castos tentados por los relatos escabrosas y el aliento acaramelado de sus ociosos jóvenes feligreses en la intimidad del confesionario! Años antes, en 2007, el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, de fáciles picores de entrepierna, ya había dado la voz de alarma de la tortura vivida a diario por él y sus compañeros de secta: “Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo (con los abusos), y además, deseándolo; incluso, si te descuidas, te provocan”.
Ved, niños míos, los estragos que en vuestras mentes y en vuestros ojos pueden provocar los malos hábitos de juventud, el ocio, el paro y los tocamientos. Y así, con esta mierda de jóvenes no levantamos España. Solo se la levantamos a nuestros clérigos, los únicos que no trabajan.