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25 de abril: Portugal tan cerca y tan lejos

Valentín Cabero. Catedrático jubilado Universidad de Salamanca

El 25 de abril de 1974, hace cuarenta años, asistíamos expectantes y alegres a la caída de la dictadura portuguesa bajo el liderazgo de los “capitanes” del ejercito luso, hartos de unas guerras coloniales absurdas, y al ritmo de una canción emblemática convertida en himno de lucha y de esperanza: Grandola Vila Morena, y con el símbolo pacifista e idealista de unos claveles rojos en las bocas de los cañones y de los fusiles. Revolución de los Claveles se llama desde entonces a este levantamiento que trajo de nuevo la democracia a Portugal y la dignidad a su pueblo. Aquella fecha histórica nos contagió de lleno a quienes esperábamos desde hacía años la caída del franquismo y la desaparición de sus tramas políticas, sociales y económicas.

Portugal aprobó en 1976 su Constitución republicana e intentó borrar las herencias mas nefastas del Estado Novo y de la larga dictadura salazarista; y nosotros, tras una transición muy transigente con las estructuras de poder heredadas, aprobamos nuestra Constitución en 1978, bendiciendo a una Monarquía que había sido alimentada y acunada por las aguas contaminadas del franquismo.

Pocos años después, en 1986, no sin vicisitudes intermedias, entrábamos los dos países en la ahora llamada Unión Europea, liderando el nuevo proceso de integración dos socialistas con verdadero espíritu ibérico, un joven y optimista Felipe González, y un maduro y entusiasta Mario Soares. Fueron momentos de gran acercamiento social y cultural entre España y Portugal, y de proyectos de acción territorial compartidos, que se iban a beneficiar de los Fondos Estructurales europeos durante al menos dos décadas, particularmente del FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional) en las regiones Objetivo 1 y en la cooperación transfronteriza. Ahora, en plena crisis, cuando más necesitábamos de la solidaridad y de un nuevo espíritu ibérico para el siglo XXI, volvemos a un cierto alejamiento y a políticas fragmentadas de corte nacionalista y soberanista.

Aunque padecemos los mismos males políticos: desunión de la izquierda, control conservador del poder, desconfianza en las instituciones, desafección cívica de la política, escasa empatía hacia la defensa de las actitudes y programas verdes, y sufrimos análogos problemas económicos derivados de la crisis, no encontramos en nuestra convivencia peninsular elementos permanentes de relación y de cohesión que fortalezcan una andadura y un devenir enmarcado en la matriz ibérica común.

Quizás estemos de nuevo ante la soberbia española de la que hablaban Unamuno y Clarín, y ante la desconfianza e hiperidentidad portuguesa de la que nos ilustra sabiamente el profesor Eduardo Lourenço en sus ensayos filosóficos y literarios, recopilados con un mensaje y una actitud limpiamente iberista en su libro Europa y nosotros, españoles y portugueses. El CEI, Centro de Estudios Ibéricos, en Guarda, ha recogido este mensaje y actitud, y desde hace trece años viene empeñándose en romper los obstáculos culturales y sociales que nos mantienen alejados. El CEI se convierte, así, con el estímulo académico de las universidades de Salamanca y Coimbra y el apoyo logístico y económico de de Guarda y de , en una gran bisagra de intercambio cultural y de conocimientos, en el marco compartido de un diálogo abierto y solidario. Va más allá de las fronteras y de las propias identidades.

Estos días, la canción Grandola Vila Morena vuelve a sonar frente a las políticas de recortes y de austeridad impuestas por el Gobierno conservador de Pedro Passos Coelho, denunciando al mismo tiempo el grave empobrecimiento de los portugueses, la pérdida de fraternidade y el vasallaje del país a la troika. Mientras tanto, nuestros políticos, nuestros gestores públicos, y los medios de comunicación más poderosos, siguen ignorando lo que significa Portugal para todos nosotros y para la construcción de un hogar y casa común ibérica.

El 25 de abril de 1974, hace cuarenta años, asistíamos expectantes y alegres a la caída de la dictadura portuguesa bajo el liderazgo de los “capitanes” del ejercito luso, hartos de unas guerras coloniales absurdas, y al ritmo de una canción emblemática convertida en himno de lucha y de esperanza: Grandola Vila Morena, y con el símbolo pacifista e idealista de unos claveles rojos en las bocas de los cañones y de los fusiles. Revolución de los Claveles se llama desde entonces a este levantamiento que trajo de nuevo la democracia a Portugal y la dignidad a su pueblo. Aquella fecha histórica nos contagió de lleno a quienes esperábamos desde hacía años la caída del franquismo y la desaparición de sus tramas políticas, sociales y económicas.

Portugal aprobó en 1976 su Constitución republicana e intentó borrar las herencias mas nefastas del Estado Novo y de la larga dictadura salazarista; y nosotros, tras una transición muy transigente con las estructuras de poder heredadas, aprobamos nuestra Constitución en 1978, bendiciendo a una Monarquía que había sido alimentada y acunada por las aguas contaminadas del franquismo.