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Los “paraísos rurales”, el refugio y la guarida de los malandrines y malhechores

Valentín Cabero. Catedrático jubilado Universidad de Salamanca

Los “paraísos rurales” existen. Estos días hemos descubierto pueblos tan acogedores como Queralbs, allá en el Ripollés, donde se encuentra el refugio familiar de Ca Marta o Can Ferrusola, topónimo que si nos remontamos al pasado nos puede llevar a historias entrañables e interesadas de “pubillas” y de “hereus”, pero que ahora nos muestra la guarida de un expresidente de la Generalitat catalana que desde la “honorabilidad” de su poder ha engañado a todos sus votantes y nos ha dado lecciones de amor a Cataluña a todos los habitantes de la península.

Estuve hace algún tiempo en Queralbs y recuerdo bien su arquitectura popular de montaña labrada en esas pizarras paleozoícas del Pirineo oriental y gerundense, y sus hermosas calles empedradas. El Puigmal (2.910 m) y el Estany y Santuario de Nuria (1.960 m) contemplan o abrazan con sus cumbres y con sus nieves al lugar, o bendicen la catalanidad cristiana y carolingia –esto diría Pujol- de sus moradores. Un “paraíso de montaña”, igual que la inmediata Cerdanya o la Garrotxa, que tantos catalanes humildes tuvieron que abandonar anteayer por las difíciles condiciones de vida de nuestras montañas, y que se ha convertido hogaño en la residencia secundaria preferida de una buena parte de la oligarquía política y económica catalana.

Desde aquí se puede hacer buen senderismo y “aprender a ver” la vida de las cumbres y el discurrir de las aguas del deshielo o la formación de las cuencas de recepción de torrentes y arroyos, siguiendo los principios o enseñanzas de aquellos maestros de la geografía catalana (Pau Vila, en el exilio, Josep Iglesies, Lluis Solé Sabarís o Salvador Llobet) que tan bien estudiaron Cataluña o Los Pirineos y la vida pirenaica. Jordi Pujol (un topónimo muy expresivo en la topografía y el relieve catalán) y otros miembros de su “familia” o secuaces de la “omertá” catalana y española, han disfrutado aquí de la naturaleza y de los paisajes labrados con tanto esfuerzo anónimo por pastores, arrieros, artesanos o leñadores, gozando de la paz del “locus” y de la hospitalidad de sus vecinos. Desde allí, o desde su residencia en el litoral -el mar y la montaña lo curan casi todo, proclama el higienismo clásico-, han contemplado con cinismo imperdonable el cenagal de los negocios urbanos y de las infraestructuras públicas (rn “La ciudad de los prodigios”, Eduardo Mendoza nos los describió magistralmente), a partir de la extorsión, de la comisión o mordida (3 %), de la prevaricación y, lo que es más grave, con la connivencia y complicidad de los gobiernos de turno e incluso de la propia justicia.

En los paraísos de la montaña suele aparecer muy cerca su contrapunto: el infierno. Es la otra cara de la montaña. Lo sabían muy bien los viejos ganaderos y payeses, antes de que estos valles se reconvirtiesen al turismo y se transformarán en residencia secundaria de tantos notables enriquecidos turbiamente en torno a la mesa del poder y al nombre de Cataluña. El Pic del Infern (2.859 m.), ya en Francia, nos recuerda el castigo divino ante la maldad de la codicia o la tortura y el tormento que supone enfrentarse a barrancos profundos, a gorjas infernales, o salientes y rocas convertidas en “dientes de gigantes”. Un auténtico purgatorio. El paraíso y el oasis de Cataluña, visto desde aquí, se convierte en una buena representación de la Divina Comedia de Dante.

Este es un buen ejemplo de plena actualidad, entre los muchos que podemos seguir por todo el país y en el medio rural español. En las circunstancias tan nefastas de la crisis, contrastan en el campo catalán y español estos lugares de residencia estival con las escasas expectativas que existen para las agriculturas familiares o con la lamentable ausencia de unas políticas activas capaces de recuperar un mundo rural vivo. Revise cada uno su propio entorno rural más próximo, y encontrará posiblemente a algún especulador o presidente de sociedad mercantil, industrial o financiera, tachado de empresario ejemplar, o algún alto representante político, enfangado por la corrupción, que se han ido adueñando subrepticiamente y con dinero opaco del patrimonio rural y de sus paraísos más simbólicos. Primero nos obligaron a abandonarlo y ahora se apropian de sus plusvalías históricas y públicas. Mucho me temo que el fuego del infierno de Dante y la vara de la justicia apenas les rozarán. Sólo nos queda nuestro voto, nuestra rebeldía e indignación.

Los “paraísos rurales” existen. Estos días hemos descubierto pueblos tan acogedores como Queralbs, allá en el Ripollés, donde se encuentra el refugio familiar de Ca Marta o Can Ferrusola, topónimo que si nos remontamos al pasado nos puede llevar a historias entrañables e interesadas de “pubillas” y de “hereus”, pero que ahora nos muestra la guarida de un expresidente de la Generalitat catalana que desde la “honorabilidad” de su poder ha engañado a todos sus votantes y nos ha dado lecciones de amor a Cataluña a todos los habitantes de la península.

Estuve hace algún tiempo en Queralbs y recuerdo bien su arquitectura popular de montaña labrada en esas pizarras paleozoícas del Pirineo oriental y gerundense, y sus hermosas calles empedradas. El Puigmal (2.910 m) y el Estany y Santuario de Nuria (1.960 m) contemplan o abrazan con sus cumbres y con sus nieves al lugar, o bendicen la catalanidad cristiana y carolingia –esto diría Pujol- de sus moradores. Un “paraíso de montaña”, igual que la inmediata Cerdanya o la Garrotxa, que tantos catalanes humildes tuvieron que abandonar anteayer por las difíciles condiciones de vida de nuestras montañas, y que se ha convertido hogaño en la residencia secundaria preferida de una buena parte de la oligarquía política y económica catalana.