Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
Alemania seguirá exigiendo austeridad y sacrificios después de sus elecciones
La Europa política y la económica están pendientes de las elecciones alemanas, mientras que las cuestiones europeas y lo que el futuro Gobierno de Berlín hará en Bruselas y en la eurozona han quedado prácticamente al margen del debate electoral germano. Esta paradoja expresa mejor que nada el lamentable estado de la UE, la inexistencia casi absoluta de perspectivas de solución de los graves problemas de la Unión y, lo que es peor, las escasísimas posibilidades de que la suerte de que los países más duramente golpeados por la crisis vaya a modificarse significativamente sea cual sea el resultado de los comicios del próximo día 22.
La impresión generalizada entre los analistas de este y del otro lado del Atlántico –Obama y su Gobierno siguen con particular atención los avatares europeos, porque su política económica puede depender mucho de ellos– es que la política alemana hacia Europa va a seguir siendo sustancialmente la misma. Por mucho que los terribles resultados de la austeridad que desde hace 3 años Berlín impone a los países acogotados por la crisis de la deuda sean cada vez más unánimemente criticados fuera de Alemania. Y los analistas alemanes coinciden básicamente con ellos.
“Alemania se ha convertido en una isla que ve a los demás países como entidades muy lejanas y que, además, siente que las cosas no le van mal así”, escribía hace unos días un columnista del Frankfurter Allgemeine Zeitung. Y aunque en el debate electoral estén apareciendo con gran fuerza las muchas injusticias de la actual sociedad alemana –los millones de trabajadores que cobran sueldos de miseria, los millones de pensionistas que viven en la pobreza, el crecimiento inusitado de las diferencias sociales y de renta–, un bloque mayoritario de la sociedad germana es contrario a cambios de rumbo en lo que a Europa se refiere.
Según los expertos, la altísima popularidad de Angela Merkel –superior al 60% según los últimos sondeos– respondería a justamente a que la mayoría cree que la actual canciller representa la continuidad y es la garantía de que las cosas fundamentales van a seguir sustancialmente igual. Y transmitir confianza a ese respecto es el eje, el mensaje central, expreso o subliminal, de su campaña electoral.
La arrasadora potencia electoral de la señora Merkel –el índice de popularidad de su rival socialdemócrata Peter Steinbrück es del 27 %– no excluye sorpresas electorales. Es más, y dadas las particularidades del sistema electoral germano, probablemente no influirá mucho en los resultados finales. De ahí que cualquier coalición de Gobierno –un gabinete monocolor del CDU y sus primos hermanos, los democristianos bávaros del CSU están descartados– sea, hoy por hoy, posible. A la mayoría del electorado –hasta un 52 %– le gustaría que el acuerdo fuera entre el CDU-CSU y los socialdemócratas, pero no está ni mucho menos excluido que los futuros socios de Angela Merkel sean los verdes, o incluso, aunque esto parece más difícil dadas sus pésimas posibilidades que les dan los sondeos, los liberales del FPD.
Unas y otras soluciones implicarían programas de gobierno muy distintos entre sí. Si son llamados a participar, socialdemócratas y verdes, juntos o por separado, obligarían al centro-derecha a modificar significativamente la política conservadora y de pleno entendimiento con la banca y las grandes empresas que Angela Merkel ha seguido desde hace cuatro años. Esas eventuales modificaciones no pueden ser despreciadas de entrada por un observador extranjero. Pero todo indica que no van a afectar a dos puntos sustanciales. Uno, que la actual canciller va a ser quien siga mandando: a menos que ocurriera un cataclismo que todos, en la izquierda y en la derecha, consideran imposible, Angela Merkel repetirá en el cargo. Y dos, que la política europea de Alemania no se va a modificar.
Porque la mayoría del electorado no quiere que eso ocurra. Porque a Alemania no le va nada mal con esa política, aunque empiezan a abundar los pronósticos que apuntan a que las cosas podrían no ser así en un futuro. Y también porque ninguno de los partidos de la oposición –ni los socialdemócratas, ni los verdes, ni tampoco la izquierda radical, Die Linke– critica sustancialmente ese planteamiento. Porque carecen de alternativas sólidas o porque no se atreven a cuestionar el lema de Angela Merkel –“solidaridad con los países europeos en dificultades sólo a cambio de que éstos consoliden sus cuentas”, es decir, hagan sacrificios sin límite, aunque éstos les hundan más en el desastre– pues temen que hasta una parte importante de sus electores se les eche encima.
Si los pronósticos se cumplen, los grandes temas que han agitado el debate europeo en los últimos tiempos, es decir, la unión bancaria, que Alemania sigue viendo con malos ojos, el impulso al crecimiento económico, que Berlín ve con desconfianza, o las medidas drásticas para salvar el euro, deberán seguir esperando. La dramática situación financiera de Grecia, cuya solución se ha postergado hasta después del 22 de septiembre, podría, en cambio exigir actuaciones más urgentes. Y provocar una nueva tormenta en los mercados, sobre todo si implican una “quita” importante de la deuda griega. Otro elemento de inestabilidad financiera posible a corto plazo sería que Estados Unidos decidiera finalmente concluir su programa de inyecciones masivas de liquidez, tal y como hace meses la FED ha anunciado que hará un día.
Una vuelta de las turbulencias financieras –que, entre otras cosas acabaría de golpe con el buen momento que vive la prima de riesgo española– es uno de los escenarios posibles que se sopesan entre los analistas internacionales. Y que confirma que la política europea de Angela Merkel puede venirle muy bien a mucha gente en Alemania, y sobre todo al mundo germano del dinero, pero carece de cualquier orientación a largo plazo. Berlín manda como nunca ha mandado en la UE, pero no saber lo que hacer en Europa. La canciller es una hábil política cortoplacista. Pero carece de proyecto. Y eso un día hasta puede volverse en contra de Alemania. Por no citar otros fantasmas.
La Europa política y la económica están pendientes de las elecciones alemanas, mientras que las cuestiones europeas y lo que el futuro Gobierno de Berlín hará en Bruselas y en la eurozona han quedado prácticamente al margen del debate electoral germano. Esta paradoja expresa mejor que nada el lamentable estado de la UE, la inexistencia casi absoluta de perspectivas de solución de los graves problemas de la Unión y, lo que es peor, las escasísimas posibilidades de que la suerte de que los países más duramente golpeados por la crisis vaya a modificarse significativamente sea cual sea el resultado de los comicios del próximo día 22.
La impresión generalizada entre los analistas de este y del otro lado del Atlántico –Obama y su Gobierno siguen con particular atención los avatares europeos, porque su política económica puede depender mucho de ellos– es que la política alemana hacia Europa va a seguir siendo sustancialmente la misma. Por mucho que los terribles resultados de la austeridad que desde hace 3 años Berlín impone a los países acogotados por la crisis de la deuda sean cada vez más unánimemente criticados fuera de Alemania. Y los analistas alemanes coinciden básicamente con ellos.