Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
¿A quién le importa lo que vaya a pasar en Estados Unidos?
Hace cuatro años, la victoria electoral de Barack Obama provocó el entusiasmo de los demócratas de todo el mundo, incluidos los españoles. Tras el horror de George Bush, Estados Unidos volvió a ser querido. De allí venía el aire fresco, de renovación, que Occidente necesitaba. Durante unos meses muchos creyeron incluso que el proyecto de Obama era el modelo en el que las izquierdas europeas, sumidas, entonces y ahora, en el desconcierto, debían inspirarse. Poco de eso ha quedado. La crisis que nos aturde y también la mucha decepción que ha producido el mandato del primer presidente negro de la historia de Estados Unidos han dejado olvidados aquellos esos sentimientos. La actual campaña electoral norteamericana se contempla como algo lejano. No se ve como puede afectar a nuestros intereses. Y sin embargo, sigue siendo un acontecimiento fundamental para la marcha del mundo y, aunque no lo parezca, también de Europa… y de España.
En ese marco hay que decir, en primer lugar, que tras las incertidumbres de estos últimos meses, empieza a parecer que Obama va a ganar dentro de dos semanas, que es cuando se celebrarán las elecciones. En los periódicos norteamericanos de hoy –a falta de sus ediciones impresas- se percibe esa sensación. No sólo porque el presidente estuvo mejor que su rival Romney en el debate de ayer anoche –y los primeros sondeos confirman que así lo ha visto la mayoría de los norteamericanos-, sino también porque su rival, el republicano Mitt Romney, evidenció sus limitaciones de manera mucho más clara que nunca.
El de ayer, la política exterior, no era su tema. Y se le notó. “Obama logró ayer una doble éxito” -dice David Ignatius en el Washington Post- “No sólo expresó con fuerza sus posiciones, sino que Mitt Romney se hizo eco de las mismas”. El ogro que durante las semanas pasadas acusaba a Obama de estar traicionando a los norteamericanos, por ser blando con China -el fantasma nacional, por la potencia creciente de sus exportaciones y de sus inversiones- de no hacer nada en Siria, de estar dejando desprotegido a Israel frente a la amenaza nuclear iraní, se convirtió ayer en un moderado analista que coincidió con Obama en casi todo lo que se puede hacer. De hecho, su única gran diferencia con el presidente fue su propuesta de que el gasto militar norteamericano debería ser dos billones de dólares superior en los próximos dos años de los que prevé Obama.
“Romney fue mucho menos tajante a la hora de marcar diferencias con el presidente que en sus discursos de campaña”, dice hoy el Washington Post. “La fuerza del ataque de Obama residió en afirmar que el candidato republicano ha sido insensato, inconsistente e incapaz de expresar un mensaje coherente de política exterior”, dice el Wall Street Journal. Un diario que ayer sugería que el problema de Romney es que no tiene las manos libres en este terreno, porque en el fondo, para los republicanos la mejor política exterior sigue siendo la de Georges Bush, pero que no pueden afirmarlo abiertamente pues tras el desastre de Irak, y en menor medida de Afganistán, la opinión pública se les echaría al cuello.
¿Cómo puede influir lo de ayer en las decisiones de voto de los electores? Por el momento nadie en la prensa norteamericana se atreve a predecirlo. Pero para todos está claro que tras el fallo de Obama en el primer debate, el presidente ha recuperado altura. Carlo Bastanin ha hecho una interesante reflexión al respecto en el diario italiano Il Sole-24 Ore:
“Nadie hubiera pensado hace un mes que un debate pudiera ser decisivo para el nombramiento del presidente. La campaña estaba siendo conducida mediante sofisticados instrumentos de comunicación, mucho menos genéricos que la televisión. Los estrategas de la campaña conocen casi todo sobre los electores y confeccionan los mensajes de los candidatos a la medida de cada uno de ellos. Sacudiendo la selva de internet obtienen hasta los datos más puntuales de cada ciudadano. Gracias a los nuevos software, cada mensaje puede tener hasta 500 variantes en función del destinatario. En las campañas norteamericanas, el candidato no es un rey que aparece desnudo frente al pueblo, sino que es el elector el que se muestra sin secreto alguno. Se supone que gracias a esos métodos, el candidato conoce plenamente al pueblo y le bastará con adaptarse para obtener su confianza. Pero el primer debate acabó con todos esos cálculos, reveló la personalidad de los dos candidatos y rompió su imagen virtual creada por unas campañas demasiado astutas y sofisticadas”.
En definitiva que, si Bastianin tiene razón, ha empezado a explotar otra burbuja, está empezando a declinar la idea de que la tecnología de la información aplicada a la política puede prescindir de las capacidades de los políticos. Y Romney podría ser el primer perjudicado por ello. El Frankfurter Allgemeine Zeitung, volviendo a los viejos modos, al análisis periodístico de siempre, a la observación y el olfato, concluía ayer que Obama va a ganar. “Porque en Norteamérica no hay ambiente de cambio”, decía. Además, aunque su signo sea aún algo incierto, los sondeos apuntan en esa misma dirección: no tanto por la ventaja global de Obama, que es muy corta y máxime cuando todavía hay muchos indecisos, sino porque el presidente aventaja más claramente a su rival en la mayoría de un puñado de estados en los que se decidirán las elecciones, porque en los demás ya no hay duda de qué lado caerá el voto.
Y para el resto del mundo no es lo mismo que lo haga hacia uno y hacia otro. Porque una eventual reedición de Georges Bush, con todos los matices y cortapisas que se quiera, sería un desastre que no haría sino agravar los ya muchos males que le aquejan. Obama, aunque haya decepcionado -sobre todo a no pocos de sus votantes- sigue siendo una opción más tranquilizadora.
Hace cuatro años, la victoria electoral de Barack Obama provocó el entusiasmo de los demócratas de todo el mundo, incluidos los españoles. Tras el horror de George Bush, Estados Unidos volvió a ser querido. De allí venía el aire fresco, de renovación, que Occidente necesitaba. Durante unos meses muchos creyeron incluso que el proyecto de Obama era el modelo en el que las izquierdas europeas, sumidas, entonces y ahora, en el desconcierto, debían inspirarse. Poco de eso ha quedado. La crisis que nos aturde y también la mucha decepción que ha producido el mandato del primer presidente negro de la historia de Estados Unidos han dejado olvidados aquellos esos sentimientos. La actual campaña electoral norteamericana se contempla como algo lejano. No se ve como puede afectar a nuestros intereses. Y sin embargo, sigue siendo un acontecimiento fundamental para la marcha del mundo y, aunque no lo parezca, también de Europa… y de España.
En ese marco hay que decir, en primer lugar, que tras las incertidumbres de estos últimos meses, empieza a parecer que Obama va a ganar dentro de dos semanas, que es cuando se celebrarán las elecciones. En los periódicos norteamericanos de hoy –a falta de sus ediciones impresas- se percibe esa sensación. No sólo porque el presidente estuvo mejor que su rival Romney en el debate de ayer anoche –y los primeros sondeos confirman que así lo ha visto la mayoría de los norteamericanos-, sino también porque su rival, el republicano Mitt Romney, evidenció sus limitaciones de manera mucho más clara que nunca.