Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
La prima de riesgo va mejor, pero ¿qué credibilidad tiene Rajoy en el exterior?
Aunque el Gobierno, acosado por urgencias de otro tipo, no ha dado al asunto el pábulo que cabía esperar, lo cierto es que el descenso de la prima de riesgo y la subida de las bolsas españolas ha merecido en los últimos días el aplauso de instituciones y medios internacionales. Según se desprende de esas valoraciones, España habría dejado de ser, al menos por el momento, el mayor riesgo para la supervivencia del euro como lo que ha sido al menos durante los dos últimos años. Ni el FMI ni el Financial Times ni el Wall Street Journal mencionan, siquiera de pasada, la dramática situación económica y social que en el plano interno español acompaña a esas mejoras de los indicadores financieros externos. Pero, ¿qué garantías de estabilidad ofrece a los mercados internacionales un país aquejado de esos males y cuyo Gobierno, además, es cada día políticamente más débil y más incapaz?
Está claro que esos medios e instituciones no quieren plantearse esas preguntas. Desde su óptica, muy influida por los intereses del mundo financiero, lo prioritario es la solvencia de un país, en este caso España, la capacidad de sus sectores público y privado para hacer frente a sus deudas exteriores, para pagar a los bancos acreedores. Y hoy por hoy, sin que todas las dudas a ese respecto estén despejadas, ni mucho menos, ese frente está más tranquilo que hace unos meses. Por eso aplauden.
Sería mucho pedirles que, además, valoraran el precio terrible que ha pagado y que está pagando la sociedad española por alcanzar ese logro. En esos ambientes la compasión no existe. Pero sí cabría exigirles racionalidad. Y desde un punto de vista racional, una situación como la española sigue sin ofrecer consistentes garantías de estabilidad, por mucho que esté bajando la prima de riesgo y por mucho que estén subiendo las bolsas, impulsadas por los títulos de unos bancos que hasta muy poco se creía que podían quebrar y que hoy, sin estar ni mucho menos boyantes, respiran gracias a las formidables ayudas que les ha proporcionado tanto el Estado español como el BCE, sin que esté muy claro que no vayan a necesitar nuevos apoyos dentro de un tiempo: el hecho de que Alemania, frustrando las esperanzas de Rajoy, se haya negado hace un mes, en los primeros acuerdos sobre la Unión Bancaria Europea, a que su dinero sirviera un día a rescatar bancos de otros países en dificultades sugiere muy a las claras que, al menos en Berlín, temen que problemas de ese tipo pueden producirse.
Diversos factores han confluido para mejorar la credibilidad financiera española en el exterior o, cuando menos, para que se pueda hablar de algo parecido a eso. Las citadas ayudas a la banca –que van bastante más allá de los 40.000 millones del rescate europeo de hace quince meses- es uno de ellos. Los formidables recortes de gastos e inversiones estatales, otro. La no menos formidable reducción de los salarios y del coste de la mano de obra que, según todo indica, podría ahondarse aún más en el futuro, ha sido otra contribución importantísima a ese empeño, y no sólo porque han mejorado las cuentas de resultados de las empresas, y del Estado mismo, sino porque están sirviendo para definir el perfil de una economía de costes de producción bajos, que debería atraer al capital extranjero, cosa que, por cierto, hasta ahora no ocurrido.
Cabría sumar otros elementos a la lista. Pero en la misma brilla por su ausencia cualquier indicio de una iniciativa política autónoma del Gobierno español al respecto. Rajoy se ha limitado a ejecutar las órdenes que le han impartido desde Bruselas en las líneas anteriormente citadas. Y lo que ha tenido el Gobierno del PP es la suerte del que el país no le haya estallado en las manos al aplicar esas directrices. El debate está abierto sobre los motivos de por qué eso no ha ocurrido. Lo que no está descartado es que no vaya a ocurrir en el futuro.
Ese es un elemento de incertidumbre. Para España y para los mercados. Otro no menos importante es cómo va a poder salir la economía española de su letargo con 6 millones de parados, multitud de empresas al borde del cierre y amplias capas de la población recortando cada día más sus gastos. Y con una economía europea, motor determinante de nuestra actividad, que sigue sin salir de su atonía, por muy bien que le vaya a Alemania, que tampoco le va tan bien.
En teoría, la bajada de la prima de riesgo, de los costes de financiación, debería abrir el camino para que los bancos volvieran a dar crédito. Pero hay enormes dudas entre los especialistas de que eso vaya a poder ocurrir en bastante tiempo. Porque los bancos siguen teniendo muy graves problemas en sus cuentas y el crecimiento imparable de los índices de morosidad así lo indica.
Para animar la economía haría falta bastante más que eso y, concretamente, una acción decidida del Ejecutivo. Que es posible, a pesar del estrecho margen que deja Bruselas al respecto. Y ahí sí que cabe ser pesimistas. Porque este Gobierno es incapaz de algo parecido a eso. Su horizonte actual no va más allá del de tratar de sacar más votos que el PSOE en las elecciones europeas. Ha decidido que para eso necesita de los votos de su electorado más derechista (en el que, por cierto, se encuadran, digan lo que digan, la mayoría de los miembros del Gobierno mismo y de la dirección del PP). Y para que no se le escapen esos votos se ha plegado a los designios de la Conferencia Episcopal con una reforma de la ley del aborto que no está dicho que se tenga que tragar cuando hayan pasado esos comicios. Y se ha lanzado contra el proceso de paz en Euskadi, con iniciativas de las que un día tendrá que arrepentirse.
En los medios internacionales no se habla de esas cosas. Ni del desastre de la gestión de las tarifas eléctricas, cuyas consecuencias aún han de pagarse. Ni de los desaguisados de SACYR en Panamá, de los que este Gobierno tiene seguramente una parte de culpa, que ponen en cuestión el futuro de las iniciativas empresariales españolas en el exterior. Pero esas cosas no pasan desapercibidas para los observadores extranjeros más atentos. Y hay unos cuantos. Por ejemplo, hace unos días, el banco norteamericano JP Morgan, no precisamente un angelito, expresaba su preocupación por cómo puede terminar el conflicto entre Rajoy y Cataluña. En definitiva, que tal vez no sea aventurado decir que los dos años que nos faltan de legislatura del PP pueden deparar sorpresas de calibre en el frente exterior.
Aunque el Gobierno, acosado por urgencias de otro tipo, no ha dado al asunto el pábulo que cabía esperar, lo cierto es que el descenso de la prima de riesgo y la subida de las bolsas españolas ha merecido en los últimos días el aplauso de instituciones y medios internacionales. Según se desprende de esas valoraciones, España habría dejado de ser, al menos por el momento, el mayor riesgo para la supervivencia del euro como lo que ha sido al menos durante los dos últimos años. Ni el FMI ni el Financial Times ni el Wall Street Journal mencionan, siquiera de pasada, la dramática situación económica y social que en el plano interno español acompaña a esas mejoras de los indicadores financieros externos. Pero, ¿qué garantías de estabilidad ofrece a los mercados internacionales un país aquejado de esos males y cuyo Gobierno, además, es cada día políticamente más débil y más incapaz?
Está claro que esos medios e instituciones no quieren plantearse esas preguntas. Desde su óptica, muy influida por los intereses del mundo financiero, lo prioritario es la solvencia de un país, en este caso España, la capacidad de sus sectores público y privado para hacer frente a sus deudas exteriores, para pagar a los bancos acreedores. Y hoy por hoy, sin que todas las dudas a ese respecto estén despejadas, ni mucho menos, ese frente está más tranquilo que hace unos meses. Por eso aplauden.