“Donde una puerta se cierra, otra se abre”, podemos leer en la primera parte de El Quijote, y cada día es testigo de la veracidad de dicha afirmación. Ni 24 horas han mediado, por ejemplo, entre dos noticias muy relevantes para el sector y de signo contrario en lo que a posibilidades de colaboración entre grandes fabricantes se refiere. Casi al tiempo que Jaguar y BMW anunciaban su acuerdo para desarrollar tecnologías de electrificación, se conocía que la fusión entre Renault y el grupo FCA (Fiat Chrysler Automobiles) descarrilaba de forma definitiva.
Por ser más precisos, ha sido el consorcio italoestadounidense el que ha retirado la oferta de fusión con el grupo francés. Aunque “firmemente convencido”, señala en un comunicado, del carácter convincente y poder transformador de su propuesta, valorada en alrededor de 40.000 millones dólares, estima que no se dan en Francia “las condiciones políticas para que sea un éxito”.
Varios factores han contribuido a frustrar una operación cuya aprobación por el consejo de administración de Renault estaba prevista para el pasado martes. Seguramente la fundamental ha sido la postura rocosa –como es habitual– del Gobierno francés, que exigió que se conservaran todos los centros industriales y los empleos en su país, donde la marca del rombo tiene 48.600 trabajadores.
El Ejecutivo de Macron también planteó como irrenunciable que el Estado francés, accionista principal de Renault con el 15% de su capital, contara con representación en el consejo resultante de la fusión. Por si cabían dudas, el ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, declaró que “el Estado vela con firmeza por los intereses industriales de Renault y de Francia”.
No ha ayudado a que fructificara la fusión la posición al respecto de las japonesas Nissan y Mitsubishi, marcas aliadas de Renault que podían quedar en una situación comprometida en caso de prosperar la operación. El CEO de Nissan, Hiroto Saikawa, ya había dicho el lunes que, a pesar de las nuevas oportunidades de negocio que se abrían para todos, la integración con FCA “alteraría significativamente la estructura” de la compañía francesa.
Jaguar y BMW, en busca de un eléctrico más asequible
Mejor han resultado las conversaciones entre Jaguar Land Rover y BMW, viejas conocidas de los tiempos en que la firma alemana compró en 1994 el grupo Rover, propietario entonces de ambas marcas británicas. BMW se las vendió en 2000 a Ford, que a su vez las puso en manos de la india Tata ocho años más tarde. Ahora, ingleses y alemanes suman sus fuerzas para desarrollar tecnologías de electrificación y ofrecer a los consumidores vehículos eléctricos más asequibles gracias a las economías de escala fruto de su colaboración.
El grupo BMW aporta su ya larga experiencia en este campo, pues lleva desde 2013 vendiendo el eléctrico puro i3 y tiene en catálogo varios modelos híbridos enchufables (PHEV). En un futuro cercano lanzará el Mini 100% eléctrico y otros modelos propios de baterías como el iX3, el i4 y el iNext. Jaguar, por su parte, ha logrado un éxito muy notable con su SUV de baterías I-Pace y prepara la transformación del XJ, su berlina de representación, en un modelo también enteramente eléctrico, además de disponerse a introducir la tecnología PHEV en modelos de Land Rover como el Range Rover Sport.
El director de Ingeniería de Jaguar Land Rover, Nick Rogers, ha manifestado sobre el acuerdo: “Después de varias conversaciones con el Grupo BMW, hemos llegado a la conclusión de que las dos empresas tenemos requisitos similares para la transición hacia unidades de propulsión eléctrica de la siguiente generación, por lo que esta colaboración nos beneficia a todos”.
Un equipo de expertos de ambas compañías trabajará conjuntamente en Múnich para diseñar las unidades de propulsión eléctrica (EDU) que cada marca fabricará posteriormente en sus propias instalaciones con las características específicas que demandan sus respectivas gamas de producto.