Aprovechando la celebración del Mundial de Rusia lanzamos este blog para contar las historias más curiosas o desconocidas de los mundiales: política, literatura, algún test de conocimientos, economía y algo de fútbol.
La madre de todos los salivazos
La rivalidad entre Alemania y Holanda tuvo su cenit deportivo en la final de 1974. Los holandeses, liderados por Cruyff, no pudieron evitar una dolorosa derrota contra los anfitriones por 2-1. Ahí comenzó el gafe oranje con las finales mundialistas que se repitió en 1978 y 2010.
La animadversión holandesa por los alemanes tiene causas mucho más profundas que las meramente deportivas. La invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial causó, además de las terribles pérdidas humanas y materiales, un gran resentimiento por el ensañamiento que desarrollaron los nazis contra la población civil y las infraestructuras locales. Después de la final del 74, el centrocampista Willem van Hanegem afirmó: “Me daba igual el resultado mientras los humilláramos. Asesinaron a mi padre, a mi hermana y a dos hermanos. Estoy lleno de angustia. Los odio”. El centrocampista abandonó entre lágrimas el estadio Olímpico de Múnich.
Los holandeses tuvieron la oportunidad de tomarse una pequeña revancha en 1988 durante la Eurocopa celebrada en Alemania. Eliminaron a los anfitriones en semifinales. La Holanda de Marco Van Basten acabaría ganando ese torneo. Pero en el partido en el que derrotaron a los alemanes ya se empezaron a ver imágenes poco gratificantes. Ronald Koeman había cambiado su camiseta con Olaf Thon. Koeman se acercó a la grada donde estaban los holandeses en el Estadio de Hamburgo y se la pasó por el trasero como si se estuviera limpiando con ella.
Dos años después se volvieron a encontrar en el Mundial de Italia. La rivalidad era máxima. El partido de octavos de final se jugaba en Milán. En esa época el Milan de Berlusconi contaba con los holandeses Gullit, Rijkaard y Van Basten mientras que el Inter tenía a Brehme, Matthaüs y Klinsmann. Era un miniderby de la capital lombarda dentro de un clásico europeo de selecciones. El partido empezó fuerte y a los 20 minutos se produjo el incidente que perseguiría a sus protagonistas durante años.
Una dura entrada de Rijkaard sobre Rudi Völler fue sancionada con amarilla para el jugador holandés. Lo que sucedió en los dos minutos posteriores fue vergonzoso. Rijkaard fue a reclamarle a Völler que se había tirado y al pasar junto a él le escupió. El salivazo quedó pegado en la melena rizada del delantero germano. Völler fue a reclamarle al árbitro, que no quiso saber nada del tema y le sacó amarilla. En el saque de falta posterior, Völler chocó con el portero holandés Van Breukelen. Cuando estaba en el suelo, Rijkaard le agarró por la oreja y cuando el delantero alemán se levantó le hizo la zancadilla. El árbitro no se enteró de nada y expulsó a los dos. Völler, que no entendía cómo había terminado expulsado, iba camino de los vestuarios cuando fue adelantado por Rijkaard, que volvió a escupirle antes de seguir corriendo hacia el vestuario. Völler estaba estupefacto.
El centrocampista holandés asumió rápido que se había equivocado y fue a disculparse ante Völler al acabar el partido. Alemania había ganado por 2-1 en su camino a su tercer Mundial. La prensa puso el mote de ‘Llama holandesa’ a Rijkaard. Su imagen había dado la vuelta al mundo. Pocas muestras de desprecio más internacionales que un salivazo, o dos. “Me volví loco cuando vi la tarjeta roja. Hablé con él después del partido y me disculpé. Y me alegra mucho que en su momento aceptara las disculpas. Incluso posamos juntos para un anuncio muy divertido años después”.
El exentrenador del FC Barcelona se refería al anuncio que los dos protagonizaron para una marca de mantequilla holandesa. Los dos salían en albornoz compartiendo desayuno bajo un proverbio alemán que dice “Todo en la mantequilla de nuevo” y que viene a representar que un problema se ha solucionado. Ambos donaron sus honorarios a obras benéficas.
La rivalidad entre Alemania y Holanda tuvo su cenit deportivo en la final de 1974. Los holandeses, liderados por Cruyff, no pudieron evitar una dolorosa derrota contra los anfitriones por 2-1. Ahí comenzó el gafe oranje con las finales mundialistas que se repitió en 1978 y 2010.
La animadversión holandesa por los alemanes tiene causas mucho más profundas que las meramente deportivas. La invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial causó, además de las terribles pérdidas humanas y materiales, un gran resentimiento por el ensañamiento que desarrollaron los nazis contra la población civil y las infraestructuras locales. Después de la final del 74, el centrocampista Willem van Hanegem afirmó: “Me daba igual el resultado mientras los humilláramos. Asesinaron a mi padre, a mi hermana y a dos hermanos. Estoy lleno de angustia. Los odio”. El centrocampista abandonó entre lágrimas el estadio Olímpico de Múnich.