“Yo prefiero decir ‘morisco’ a ‘mudéjar’, lo de mudéjar lo inventaron los Reyes Católicos [con la pragmática de conversión de 1502] para mantener esa mano de obra tan rica. La sociedad hidalga no podía tocar un azadón, eso era algo vejatorio, y necesitaban mano de obra en el sector primario. No podían permitirse esa extirpación social de una población que les estaban resolviendo la papeleta”. Miguel Banegas es un tipo amable, de exquisitos modales y pelo blanco. Su familia tiene un árbol genealógico cuya línea es trazable durante medio milenio. El suyo es uno de los linajes moriscos que todavía perviven en la Región de Murcia.
Según cuenta Banegas, director de banca retirado, aquella decisión de los Reyes Católicos estaba amparada por sus asesores de la nobleza. El principal defensor de los intereses moriscos en Murcia, explica Banegas, era el Marqués de los Vélez, que ya había visto embarcar a los moriscos en Valencia y conoció la ruina económica de Dénia, tras la expulsión morisca. Los últimos moriscos que quedaban en España fueron expulsados el 19 de octubre de 1613 mediante un bando publicado por el rey Felipe III, que les obligaba a entregar la mitad de sus posesiones a la corona.
El valle de Ricote era la joya de la corona del Reino de Murcia. Situada en las estribaciones septentrionales de la vega media del río Segura, la comarca es, en palabras del catedrático de Análisis Regional de la Universidad de Murcia (UMU), José María Espín, un “oasis en altura”. Esto se debe a que “el regadío parte de un punto de emisión de agua en la Fuente del Molino”.
La disposición del valle en forma de rosario favorece, a través de las hoyas y las cubetas, la formación de azudes para almacenar el agua“. De esta forma, cuenta el catedrático, el azud del Menjú riega los municipios de Abanilla y Blanca, el de Ojós abastece al municipio homónimo, a Ulea y a Villanueva del Segura, y más abajo está la presa de Archena, muy cerca de los baños”.
El paisaje de Ricote está salpicado por riscos y montañas agrestes tapizados por un suelo arbustivo marrón en contraste con los frutales que crecen en las tierras cercanas al Segura; plátanos, berenjenas, mandarinas, naranjas, limoneros y casi cualquier cosa que requiera un clima cálido y un suelo fértil.
Su riqueza en patrimonio hidráulico es herencia de los árabes, que habitaron la zona durante siete siglos y su huella ha permitido mantener una buena parte de los sistemas de conducción de agua.
“El río Segura es mucho más que un elemento geográfico, se erige en personaje protagonista, como tormento y esperanza de hombres y mujeres que durante más de un milenio han cultivado sus huertas, aprovechando los avances hidráulicos para ampliar el espacio regado en terrazas que escalan sus márgenes y obtener alimentos no siempre suficientes”, comenta José Molina, profesor de Geografía de la Universidad de Murcia y vecino de Blanca.
Pasear por Ojós es algo breve y colorido como las luces de un intermitente en la autovía, que comienza y termina sin perder de vista el cauce salvaje del río. La vida, o el ritmo de vida, se respira diferente. Una señora deja un cubo llenándose en una fuente. Camina a paso lento hasta su casa, con un cubo que ya está lleno; vuelve con otro cubo vacío para recoger el primero que dejó llenando, justo antes de que el agua desborde por el filo de la cubeta.
“Para mí, este pueblo es sinónimo de familia; de sentir tus raíces y tu origen. Ojós me evoca una necesidad de respirar aire puro, la gente es amable, servicial, y está rodeado de un paisaje muy característico”. Gustavo, paisano del municipio, militar afincado en el norte de España, recuerda su tierra con nostalgia: “Siempre es enriquecedor volver. Cada pueblo del valle tiene su esencia propia”. “El valle de Ricote histórico nace de la mano de las Órdenes Militares que gobernaron este singular espacio centenares de años, dejando una impronta identitaria que se mantiene hasta hoy”, añade Molina.
Revivir la herencia andalusí
En mitad de la calle apenas pasa un coche y hay tres o cuatro aparcados en los lados, junto a las calles que suben por la margen izquierda o las que bajan al río por la margen derecha. El municipio sobrepasa por poco los seiscientos habitantes, aunque Emilio Palazón, su alcalde, prevé los mil para el año 2030. “Aquí han llegado a vivir 1.300 [porque] hay mucha vivienda que se puede todavía recuperar y ponerla en movimiento”, manifestó.
El ayuntamiento compró varias viviendas para poner en alquiler asequible y atraer a población joven. “Los fondos Next Generation nos han concedido 500.000€ para invertir en turismo. Eso va a generar mucho trabajo, estoy convencido. Vendrá aquí uno que fabricará candiles para vender, fabricará souvenirs, venderá productos árabes, dulces árabes o montarán un restaurante relacionado con la comida andalusí exclusivamente”.
La herencia andalusí está patente en cada rincón del pueblo. En las callejuelas estrechas no hay una puerta que esté delante de otra. Es un rasgo del urbanismo morisco; un detalle que añade intimidad a cada vivienda.
“El primer renacimiento europeo se da en Al Andalus”, dice Pilar Garrido, profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Murcia; “A veces tenemos una percepción peyorativa [del mundo islámico]”, para Garrido, buena parte de nuestra identidad nacional se ha construido a partir de determinados sesgos que obvian una buena parte de la herencia árabe.
“Los moriscos del valle tenían muchas riquezas. Todo eso está documentado en protocolos notariales y muchas ventas que se llevaron a cabo. Aquello fue un error. ¿Quién mantenía y trabajaba esos campos? Pero eso no lo tuvieron en cuenta. La Iglesia tomó como suyas sus propiedades, con la condición de que luego, cuando regresaran, se las devolvieran”, señala el alcalde de Ojós.
Fiesta de los Expulsos, un acto de contrición
El ayuntamiento de Ojós celebra las Fiestas de los Expulsos desde que se tuvo conocimiento del legado morisco. En ellas, expone Palazón, se hace una pequeña recreación teatral: “un alguacil lee el bando de expulsión, la gente se viste con las prendas típicas, [porque] y vamos incorporando toda la historia del Valle a las fiestas.”
“La opción de celebrar los ‘moros y cristianos’ está bien, pero ya la hacen en muchos sitios. Cuando uno piensa en generar una zona de turismo es un recurso que se suele usar, pero muchas veces, para desarrollar un proyecto turístico lo interesante es tu propia identidad, así que si tenemos una historia ahí, podemos recrearla.”
Y frente a una pequeña placa oscura en el jardín de los Expulsos colocan flores y recitan los nombres de los que tuvieron que abandonar el valle: la familia Tomás, los Turpín, los Marín o los Banegas, entre otros. La fiesta es, más que la celebración del enfrentamiento, un acto de contrición. “Es una unión. Cuando dices ‘morisco’ te estás refiriendo a un gen que todos tenemos. Todos descendemos de una misma rama y tenemos una identidad que vamos creando siglo a siglo”, concluye Palazón.
“Mi abuelo”, prosigue Miguel Banegas, “fue secretario del Ayuntamiento de Archena. José Banegas de Luna, dos apellidos moriscos. Primero lo mandaron a Molina de Segura, después a Ceutí, y los últimos años de su vida lo reclamó un primo suyo que era el alcalde mayor de Archena, porque entonces había dos alcaldías, la menor era la que elegía el pueblo y alcalde mayor, el que elegía la orden militar que administraba ese pueblo. Él fue el recopilador de todos los detalles sobre la tradición morisca. Ejerció (a la vez) de secretario en casi todos los pueblos del Valle.”
“El terror del Mediterráneo”
Tras el acta de expulsión, se obligaba a embarcar en el puerto de Cartagena rumbo al norte de África. Banegas explica que aquellos que presentaban un recurso judicial podían retrasar su expulsión. La suya fue una de las que presentaron recursos para no embarcarse en Cartagena. “Teníamos los recursos en la biblioteca de mi abuelo, pero se quemó en la Guerra Civil. Mi padre sí pudo verlo todo.”
Tras la expulsión, muchos moriscos se establecieron en Marruecos, cerca de Rabat, al otro lado del río, en la actual Salé. Desde allí, muchos se dedicaron a la piratería y llegaron a fundar en conjunto con su ciudad vecina la República de las Dos Orillas, un Estado independiente de corsarios que se acabó disolviendo en 1668.
“Eran el terror del Mediterráneo”, comenta Miguel Banegas, y es que, con apoyo del Imperio Otomano, la pequeña flota hostigaba las costas de Ceuta y de Andalucía y practicaban la piratería en el área del Estrecho de Gibraltar. “Los cañones los proporcionaba Holanda, que [por entonces] estaba en guerra con España. El embajador en La Haya de los moriscos de Salé se llamaba Mohammed Banegas. He pedido a La Haya, que tienen allí el nombramiento escrito, y estoy esperando que me la manden.”
“Los movimientos de población morisca empiezan con la toma de Granada. Mi familia se fue a Almería, otros se van a la zona centro, que es Felipe II el que empieza a distribuirlos después de levantamiento de la Alpujarra, [que se produjo por] incumplimiento de todo lo que firmaron los Reyes Católicos. Ya no podían llevar su ropa, ya no podían tener sus mezquitas, ni sus propios jueces, como sí tenían los castellanos... Felipe II los iba reubicando, pero no los deportó, porque era consciente de que los moriscos eran una mano de obra muy útil. Por eso, los saca del foco de la Alpujarra y lo va distribuyendo realmente. Los saca de las costas por los peligros del intercambio [cultural] y se los mete al centro de Castilla”.
Opina Banegas que la cultura árabe en general, y la morisca por defecto, se enfocan desde una óptica errónea y se crean ciertos estigmas que distorsionan la realidad. “El problema está en lo que uno escribe sobre el otro. La Historia la suele escribir el que gana, porque el que pierde tiene que salir huyendo. El exilio de los moriscos fue una catástrofe terrible y de la que no se ha hablado lo suficiente”.
Miguel de Cervantes creó un personaje para El Quijote llamado Morisco Ricote, explica la profesora Garrido. “En su despedida con Sancho y Don Quijote, el escudero se despide de él con un abrazo y dice una frase magistral: que a las personas las hacen sus obras y no su credo. Cervantes hace todo un reconocimiento a lo lamentable que fueron las expulsiones de los moriscos de la península. Ese es el reconocimiento que debemos hacer a la civilización islámica porque Al Andalus duró ocho siglos. No podemos extranjerizar el islam en la península ibérica”.