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La elegancia jazzística e invasión de funky en San Javier fueron los protagonistas con Kyle Eastwood y Big Sam´s Funky Nation

Kyle Eastwood interpretando un solo

Andrés Garrido

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Los que ya peinamos canas, como se suele decir coloquialmente, y somos inequívocamente amantes del jazz detectamos cuáles son aquellos intérpretes que pueden hacernos pasar un rato súper agradable con su actuación. Algo así fue lo que nos ocurría el pasado miércoles 25 en el auditorio del Parque Almansa, con el contrabajista y compositor Kyle Eastwood y su quinteto, que nos dejaron uno de los mejores conciertos del género de esta edición 2018. Una demostración de ese jazz de finales de los 50 que tuvo continuidad durante la década de los 60 del pasado siglo XX y que sin duda –al menos para quien esta crónica escribe- ha sido una de las corrientes o estilos dentro del propio género que más afición crearon en su momento y que mantiene en el tiempo. Por dar nombres muy representativos que identifiquen aquellos años citaré a Cannonball Adderley o Art Blakey entre otros muchos, que marcaron un estilo y tiempo imborrables.

A esta su primera cita con Jazz San Javier, Kyle Eastwood venía arropado por los músicos con los que ha grabado su reciente disco “In Transit”, del que interpretó en este concierto cuatro de sus diez temas. La actuación se iniciaba con “Rockin’ Ronnie’s”, en la que Eastwood ya dejó nítido para quien aún no lo había escuchado antes, que sus gustos por las estructuras tradicionales son sólidas, aunque sin olvidar los avances que se van dando en un género indudablemente vivo y en constante evolución. Excelente acogida de un público dispuesto a disfrutar cada minuto del concierto. Antes de atacar “Souful Times”, otro tema de su reciente disco, Kyle presentó a su grupo conformado por el pianista Andrew McCormack; el baterista Chris Higginbotton; y la sección de viento compuesta por el trompetista Quentin Co0llins y el saxofonista Brandon Allen. Kyle Eastwood asentó, con esta segunda pieza, la línea que la actuación iba a trazar en cerca de hora y media. Y para ello siguió en el tajo con una composición titulada “Swamp To An Oasis”, que interpretó con uno de los dos bajos eléctricos de cinco cuerdas que también sacó al escenario.

Kyle es un excelente contrabajista surgido de la más vieja escuela. Para este músico de 50 años casi recién cumplidos (el pasado mes de mayo), los viejos maestros del género casi no esconden secretos para él, que creció rodeado de esos veteranos vinilos que su padre ha atesorado durante toda su vida y que, como hemos podido comprobar por las bandas sonoras de muchas de sus películas, ha utilizado para ellas. Cuando Kyle ya fue un músico asentado, Clint le encargó que escribiera algunas partituras para sus películas. Títulos como “Gran Torino”, “Cartas desde Iwo Jima”, “Mystic River” o “Million Dollar Baby” forman parte de su historial y éxitos musicales que, sin duda, ayudaron en su momento a ganarle prestigio.

“Andalucía” fue, a decir de muchos críticos, la mejor creación de Kyle para su disco “Songs From The Chateau”, que publicó en 2013, y que según él mismo relató en su momento surgió de la grata impresión al visitar Granada y Sevilla. Es una especie de “suite” en la que el contrabajista deja una buena parte de su maestría interpretativa con el contrabajo y que, sólo por el título y las palabras de Kyle sobre sus sentimientos hacia España y Andalucía, ya se ganó el afecto y admiración de un auditorio que escuchaba atento sin perder detalle.

Uno cree que Kyle Eastwood se empapó bien del sentir e idiosincrasia de los mediterráneos y tal vez por ello, nos regaló (también está grabado en su más reciente cd) una preciosa versión del “Tema de Amor” que Ennio Morricone compuso para esa preciosa película titulada “Cinema Paradiso” que, cómo no, volvió a atrapar al personal irremediablemente. El final de su concierto llegaría con otra pieza más de su reciente “In Transit” titulada “Boogie Stop Shuffle”, que puso en pie al auditorio y provocó que el respetable demandara una más. No se hicieron de esperar porque, además y se pudo comprobar durante toda la actuación y posteriormente en la firma de discos, Kyle y sus compañeros de gira son muy amables y cercanos. Así es que una más de su reciente disco titulada “Movin” dejó al auditorio absolutamente satisfecho y con un recuerdo que va a permanecer durante mucho tiempo en sus memorias.

La segunda parte fue otra historia. Una historia llena de alegría, fiesta, hip hop, ribetes de soul y rhythm & blues pero sobre todo, funky; mucho funky y cinco jabatos en el escenario metiéndonos caña no ya por un tubo, sino por todos y cada uno de los poros de nuestra piel. Son Big Sam’s Funky Nation, una formación nacida en las calles de Nueva Orleans donde la fusión de culturas y tendencias musicales son su seña de identidad desde las que este quinteto que lidera el trombonista y cantante Sam Williams sabe cómo mover a un auditorio; sobre todo, cuando ese personal denota una demanda inmediata de fuerza musical y diversión, aunque estuviéramos en mitad de semana.

“Four Da Funk”, “Big Sam’s Blues”, “Peace Love” fusionada con “Understanding” fue un primer trallazo que puso al público a los pies del escenario en ese famoso foso, donde no cabe un alma cuando de bailar y estar cerca de los músicos se trata. Lo he contado en alguna ocasión, pero ese foso es como un sprint en la llegada a Meta de una prueba ciclista. Y de cómo incentivar a los aficionados a disputar un cercano sitio para ver a Big Sam’s Funky Nation, sus componentes conocen cómo y cuándo provocarlo.

La noche de miércoles, en esta segunda parte, se convirtió en una fiesta total en la que no había ni un minuto de respiro. Hay que estar en muy buena forma para tener una participación absoluta en un concierto de estos chicos de Nueva Orleans. Su ritmo es trepidante y continuo, en el que no cabe el desaliento porque tienes que bailar con piezas como “Brother”, “Bah-Duey-Duey” o “Apple Pie”, en la que adaptaron un trozo del tema Beatle “Come Togheter”. Bueno, aquello era un desenfreno total pero sin perder el control.

Tras invitar a subir al escenario a varias mujeres que observaban las evoluciones del grupo desde el foso, colocarlas en una fila frontal y pedirles que bailaran con ellos al ritmo de sus canciones, finalizaron su concierto con “Pokechop/Funky Donkey” y recogiendo el incesante aplauso y ovación de un público entregado y saciado de fiesta hasta decir “¡Basta!”. Pero parecía que no, porque aquellas almas pedían un poco más de ese “veneno” musical y Big Sam’s Funky Nation regresaron al escenario para atacar un definitivo “Give Up The Funk”, con el que saludaron a los más cercanos del foso, repartieron besos y dejaron una satisfacción colectiva que tardará semanas en aminorarse.

En definitiva, una noche de elegancia jazzística con Kyle Eastwood y su quinteto, para ser invadidos por el funky que trajeron Big Sam’s Funky Nation desde Nueva Orleans. Divertido, pero agotador y todos felices al final de la jornada.

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