Doce años ha tardado Ángel Paniagua (Plasencia, 1965) en dar por terminados los poemas que componen “Debajo de los días”. El libro, publicado por Raspabook, es una meticulosa reflexión íntima sobre el fracaso en todos sus órdenes: personal, sentimental… Nos habla también de la disolución del pasado, de las expectativas no cumplidas, de los errores, del envejecimiento y la muerte… Un destilado de sentimientos universales que el poeta ofrece a los lectores con tremenda sinceridad: “Hay en el libro un yo lírico que es una máscara del yo real. Coinciden mucho, pero no es el mismo”, explica.
¿Qué hay debajo de los días?
Todo lo que no vemos. Lo que hay más allá de la realidad aparente. Bajo una armonía superficial, el mundo está lleno de desajustes. Y más hoy, que vivimos una época de cambios de todo nivel: político, económico, social… Igual que la Tierra genera terremotos, los humanos, las potencias, chocan: Queremos estar por encima del otro, dominar los recursos, sojuzgar…
Precisamente en el poema “De virus y hombres” hablas de cómo los humanos estamos destruyendo el mundo.
Es que somos bichos malos. Realmente lo estamos haciendo. Y la naturaleza va a sobreponerse a nosotros, porque es más poderosa, nos pongamos como nos pongamos. La Tierra es un organismo en constante desarrollo. Y nosotros somos una anécdota en la historia geológica del planeta. Un chispazo en el tiempo.
También hablas de la dificultad del ser humano para encajar en esta realidad.
Es que no comprendo nuestro papel en la evolución. Somos una especie extraña. A veces tengo la sensación de que no pertenecemos al orden natural (ríe). No hay otras especies que razonen. Y nos empeñamos en destruir el sitio donde estamos, extrañamente.
“Debajo de los días” es el producto de una larguísima gestación de casi doce años. ¿Por qué tanto tiempo?
Es verdad que hasta 2010 no pasé a ordenador el cuaderno que había llenado durante una década. Lo hice para ver qué tenía, qué daba eso de sí. Luego, durante tres años, hice sólo pequeñas correcciones. Es en 2013 cuando realmente me pongo a buscar una estructura, que era lo que le faltaba al libro: una narrativa. Por eso se ha demorado tanto.
Dicen que lo que más cuesta a los poetas es convertir un montón de poemas en un libro, crear una estructura.
Y eso que la estructura al lector le importa poco. Lo que le interesa de verdad son los poemas y a menudo ni siquiera los lee en orden, sino que salta a aquellos que le atraen. Además, el tiempo lo arrastra todo: De los poetas de siglos pasados, ¿qué conocemos? Poemas sueltos, no libros como tales. Pero uno tiene ese prurito de crear algo con una solidez.
El gran tema del libro es el fracaso, algo muy en contraste con la tendencia actual en la que todos tratamos de exhibir la parte luminosa de nuestras vidas.
Uno de mis miedos al publicar el libro era que nadie se identificara con ese fracaso personal que es el mío. Que resultase poco exportable. Piensas que eres el único que ha fracasado, que los demás tienen lo que necesitan (ríe).
Toda persona se siente fracasada en un momento dado.
O no. Yo, por ejemplo, pienso que no he cumplido todos mis objetivos. Y esa certidumbre te carcome y al cabo del tiempo sale. Eres todos los pasos que das: los buenos y los malos.
En poemas como “Unas fotografías” tratas la fugacidad de todo lo que creemos tener o ser.
Es un tema universal: el paso del tiempo y la mudanza que éste va haciendo con nosotros. Nos va dando y quitando, pero dando cada vez menos y quitando cada vez más.
Es algo que en general no nos detenemos a considerar.
Hay mucha gente que, quizá por razones prácticas, no se para a pensarlo, pero ahí estamos los cabrones de los poetas para recordarlo (ríe).
Todo se desvanece.
Sí, y probablemente es un proceso natural, pero no deja de doler. Por mucho que te hayan avisado, hasta que no lo experimentas no sabes lo que es de verdad. Cuando pasas de cierta edad, te das cuenta de que es algo muy presente: Muchas de las personas a las que conociste han quedado atrás, por ejemplo.
En el poemario hablas también de la necesidad de soltar equipaje.
Claro, porque en la vida vas acumulando muchas cosas materiales. Y si te mueves mucho, si cambias mucho de casa, como he hecho yo, se convierten en una carga difícil. Sin embargo, mis libros y mis discos de música clásica me han acompañado adonde haya ido.
“Después la vida impuso su relato”, dice uno de tus versos.
La vida impone su relato, pero el que más contribuye a ese relato es uno mismo.
Otro asunto del libro: cumplir años.
Es lo más terrible que tenemos los humanos: envejecer. Se nos van acortando los años, la perspectiva, las posibilidades. Nuestro cuerpo va dando cada vez menos de sí. Lo que hace diez años no suponía un problema ahora se hace mucho más oneroso. Te cuesta más emprender aventuras, viajes. Los cambios se vuelven terribles…
En la segunda parte reflexionas sobre los amantes del pasado.
Es una de las cosas que te quita la vida: El amor. Por mucho que nos empeñemos, es pasajero. En esos poemas recojo algunos momentos amorosos, aquellos que el inconsciente ha elegido, por la razón que sea.
También aparece la muerte, en el caso del poema “Ictus” como algo repentino, inesperado.
Es esa sensación de estar a merced de algo que no controlamos, y que es nuestra propia naturaleza. Lo incontrolable desde dentro de nosotros mismos.
Decías al principio que vivimos un momento de cambio en lo social.
La sociedad avanza muy despacio, más de lo que queremos nosotros, o ciertos partidos que quieren que las cosas cambien radicalmente. Eso no es posible: las mentes son difíciles de cambiar. Claro que la sociedad avanza, pero los avances son lentos, generacionales. Quienes tienen ahora 60 años no eran comprendidos por sus padres y ellos no comprenden ahora a sus hijos y nietos.
La poesía está de moda en las redes sociales.
Lo que está de moda no es realmente poesía, o lo que yo entiendo por poesía, que siempre ha sido muy minoritaria. Lo que triunfa es un determinado segmento de poesía postadolescente, facilona, blandita, muy digerible… que no es poesía, sino expresión llana de sentimientos adolescentes muy manidos, sin elaboración del lenguaje, sin construcción simbólica… Un mero desahogo sentimental. La verdadera poesía no tiene público, sino lectores. Está al margen de este fenómeno más relacionado con Internet, la mercadotecnia, los followers… Las editoriales han encontrado un filón ahí. Yo no sé lo que va a durar. Espero que poco. Pero los estantes de poesía de las librerías los han copado totalmente.
¿Crees que la poesía que defiendes tiene el futuro garantizado?
La verdadera. Yo creo que sí, dentro de que siempre será un género minoritario que quisiera ser mayoritario.