Murcia. Dentro del Pabellón 1 del Cuartel de Artillería, Abel Azcona, uno de los artistas de performance más importantes del mundo, disimula una resaca nimbado de energía y una prisa obsequiosa y culmina los preparativos de su próxima exposición, que empieza el viernes 21 y tiene como título ‘El papel de la familia’. Dos hombres arremolinados alrededor de un vaso de café con hielo miran el tránsito de operarios en la cafetería del patio. Un tercero maneja la conversación y rebaja el tono de su voz cada vez que alguien pasa por delante, como si conspirasen. “¿Sabéis qué están montando aquí?”, pregunta uno de ellos. “No”, contesta otro, “alguna modernez, seguro”.
Aunque buena parte de la exposición ya está montada, todavía quedan algunos detalles. “¿Qué te ha parecido lo que has visto? Pregunta Azcona. ”Está todo un poco desmadrado todavía, pero…“ Pero sirve, al menos, para hacerse una idea de lo que el artista pamplonés tiene entre manos. ‘El papel de la familia’, que podrá visitarse hasta el 25 de octubre, hace una exploración de las ausencias paternas y maternas, los vacíos que dejan y muestra sin pudor las cicatrices de su autor, a las que es capaz de mirar con menos aspavientos que el espectador. Abel Azcona dice que, en su caso, obra y vida son la misma cosa; y su biografía confirma esto como si fuese un acta notarial.
Nació en 1988 en una clínica de Madrid. Su madre era prostituta y drogadicta, apenas habría cumplido los dieciocho años y lo abandonó a su suerte nada más nacer, tras tres intentos de abortar el embarazo. La pareja de ella, un alcohólico no mucho más capaz para la crianza, se hizo pasar por su padre biológico y aquel niño que nunca debió nacer vivió sus primeros años de vida en Pamplona.
Una de las temáticas que trata Azcona en su exposición es el papel del aborto: “Siempre lo he defendido como una medida de protección a la infancia”, explica. Su crudeza a la hora de tratar temas que le atraviesan, directa o ideológicamente, le ha llevado a estar en el ojo del huracán en un bucle casi infinito de querellas, amenazas y titulares en prensa. Tanto es así que le sorprende que no le conozcan: “¿Ni siquiera por las polémicas? Joder”, y es que es muy difícil que su nombre no te suene. Azcona no es un ‘one hit wonder’, y mucho menos en este sentido.
“Necesidad de poner el cuerpo”
Comenzó a hacer performance, explica a elDiario.es de la Región, sin saber lo que hacía. “Siempre cuento que tuve un intento de suicidio grave. Me ingresaron en psiquiatría durante un mes, primero en Barcelona y luego otro mes en Pamplona, y básicamente salí al día siguiente a parar el tráfico en Pamplona, totalmente desnudo, sentado en una silla en la Avenida del Ejército, empecé a pegar berridos… mi profesora de arte dijo [en broma] ”eso ha sido una performance“. ”Mi psiquiatra -cuenta- dijo que había sido un brote psicótico. Claro, la gente de ultraderecha y algunos críticos han utilizado esto como argumento, para invalidar lo que hago. Es un buen resumen de lo que para ellos es el arte. Creo que al final lo que yo hago es poner el cuerpo. Acabé haciendo performance porque tenía la necesidad de poner el cuerpo, por mi propia historia y también por mi propia necesidad“.
Esa profesora de la anécdota es protagonista de una de las obras que se exponen en ‘El papel de la familia’, titulada El perdón: una carta en la que pide disculpas públicamente por haberle enseñado lo que es una performance. Perdón por meterle el ojo de la aguja donde enhebrar el dolor y la rabia. Por decirle que no estaba solo, que otros manifestaban su pensamiento por miedo de esta forma de arte hecha de expresión vívida, de acción, reza parte del mensaje, colgado de un marco en la pared de la sala.
'Pederastia'
Esta historia se remonta al año 2015, “cuando la polémica de las hostias”, explica, refiriéndose a la que se armó en Pamplona cuando presentó ‘Amén o La pederastia’, una de sus obras más conocidas. En ella, Azcona escribió la palabra ‘Pederastia’, utilizando para ello 242 obleas consagradas que obtenía yendo a comulgar, dando la espalda al párroco y echándoselas al bolsillo. Delegación del Gobierno (PP), el arzobispado, Abogados Cristianos… todos hacían cola para querellarse contra él. “El juez dijo que, si alguien tenía culpa de algo, era del sacerdote por darme las hostias”.
En la performance, el peso del simbolismo es muy importante. Las iglesias a las que Abel Azcona acudía a comulgar eran los templos a los que él iba de pequeño, y también los lugares en los que se abusó de los protagonistas de otra de las obras que se exponen en ‘El papel de la familia’:
La sombra. Consiste en fotografías de lugares de la infancia de víctimas de los abusos de la Iglesia. La sombra de Abel, La sombra de Ernesto… columpios y lugares vacíos, recuerdos borrados o alterados por el trauma.
La performance, con un componente “conceptual y ético muy importante”
Pedro Alberto Cruz, cocreador del festival Trans-formance, que se lleva a cabo también estos días en el Cuartel de Artillería, profesor de Historia del Arte y autor, además, de ‘Arte y performance. Una historia desde las vanguardias hasta la actualidad’ (Akal, 2022), cuenta que “el componente estético en una performance puede estar o no, eso es a elección del artista, porque hay muchas formas que no son estéticas, no tiene ningún asidero en ese sentido. Sobre todo, tiene que tener un componente conceptual y ético muy importante y en ese sentido él siempre lo tiene. Él [Azcona] no pone filtro, va directamente al grano. Cuanto mayor artificio haya, menos creíble y honesta es la performance y, por lo tanto, menos sentido tiene. En este tipo de obra, cuando se presenta solamente el producto, la consecuencia puede parecer muy sencilla y obvia, pero lo más interesante de ella es el proceso que tiene detrás. Ahí está el carácter performativo”.
Azcona también inaugura este festival el viernes 21 con la performance 'La muerte de Victoria Luján Gutiérrez'.
Casi enfrentadas unas con otras, de las paredes de la exposición cuelgan retratos de hombres y mujeres. Mientras la presencia de Abel Azcona puede verse palpitar en cada centímetro de la sala, su ausencia permite poner a traslucir las cicatrices de otros.
“Son padres y madres. Para los padres pedí a ciento veinte prostitutas que se sentasen con dibujantes de retratos robot expertos y describieran físicamente a su último cliente. Como mi padre fue un putero, cualquiera de esos ciento veinte tíos de ahí podría ser el mío. Por otro lado, para dar una visión más positivista, cree la otra pieza que son las madres imaginarias, que senté, en este caso, a ciento veinte personas con ausencia de madre: huérfanos, madre muerta, madre ausente porque era prostituta o lo que sea… y les pedí que describieran cómo se las imaginaban, cómo la han soñado o cómo la han colocado en su memoria”.
Denuncia al consumidor de prostitución
Esta obra pretende denunciar la visión positiva de la sociedad del consumidor de prostitución, y, al mismo tiempo, la mirada despectiva hacia la prostituta que, por lo general, está sometida mediante un intercambio económico.
La paradoja de que una ausencia esté tan presente se incrementa con una de las últimas obras de ‘El papel de la familia’. “Esa obra que estabas viendo es un manuscrito de mi madre biológica contando su historia, que acaba de aparecer”.
¿Cómo que acaba de aparecer?
De hecho, estaba un poco cabreado porque hicimos en octubre del año pasado la retrospectiva más grande sobre estas obras en La Panera, titulada ‘Mis familias’, y tres semanas antes apareció. Íbamos a hacer la performance de conocer a mi madre biológica en directo y nos dijeron que no, así que lo haremos a finales de este año en un museo nacional.
Pero has articulado toda tu obra alrededor de la ausencia de tu madre.
Bueno, menos la sala de allá, que es del padre, que es el putero este que me cuidaba, me abusaba sexualmente y me prostituyó.