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Una ciudad sepultada y tres cuadros de 2.000 años de antigüedad: lo que nos descubre el Foro romano de Cartagena

Vista general del yacimiento del museo Foro Romano de Cartagena.

Álvaro García Sánchez

19 de septiembre de 2024 06:00 h

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“Lo que hay en Cartagena no lo encontramos prácticamente en ningún lugar de la Península. Un espacio tan grande como este, con seis edificios distintos de época romana, con pinturas y mosaicos muy bien conservados. Es un hallazgo inigualable a nivel histórico, arqueológico y científico”. Los museos en Cartagena siempre desprenden una cualidad enriquecedora para quien los visita: están concebidos al mismo tiempo para el disfrute del arte y de la historia, y suelen conducir durante su corto recorrido hacia el azar de un descubrimiento inesperado.

Alguien atraviesa el portalón de cristal que otorga el acceso al museo del Foro Romano, que es un yacimiento ubicado junto al cerro del Molinete que ocupa un total de 6.000 metros cuadrados de pleno centro de la ciudad portuaria, y de pronto se encuentra en una sala silenciosa y casi desierta delante de tres maravillas que no sabía que existieran.

Ese alguien está viendo con sus propios ojos, sin esperarlo, una colección de pinturas romanas del siglo I que representan a Apolo, el dios favorito del emperador Augusto, y a dos de las musas que solían acompañarlo en su cortejo: Calíope -la musa de la poesía épica- y Terpsícore -la de la poesía ligera y la danza-. 

Los tres frescos fueron desenterrados en 2014. Permanecieron casi dos milenios bajo toneladas y toneladas de estratos. Resulta impensable que hayan sobrevivido en un perfecto estado de conservación. “Se tardó tres años en restaurarlos al completo. Hubo que juntar poco a poco las piezas de las pinturas, como en un puzle. Tienen un valor incalculable. Son el motivo por el que este museo está construido”, explica, parado junto a las vitrinas que protegen las obras, David Lorca, uno de los guías turísticos de Cartagena Puerto de Culturas.

La relevancia de los cuadros impacta aún más a quien los tiene tan cerca cuando Lorca revela un dato abrumador. Este tipo de retratos, de Apolo y sus musas, con esta antigüedad, tan solo puede encontrarse, además de en la ciudad portuaria, en el Louvre de París. 

Acto seguido el guía retrocede en el tiempo. Y señala. “Estaban colgados en el edificio del Atrio, donde se celebraban los banquetes. El Atrio sufrió un derrumbe en el siglo III. Todo lo que había en su interior quedó sepultado bajo los escombros. Gracias a esa circunstancia, que fue en realidad un golpe de suerte, las pinturas se protegieron del paso del tiempo. Cuando los arqueólogos las sacaron a la superficie tenían kilos de polvo encima. El trabajo fue muy costoso”, dice, mirando muy de cerca los detalles de los frescos, las capas de pintura, los trazos de pinceladas que aún se intuyen, a pesar de que haya tenido que pasar toda la historia para que alguien pueda contemplarlos con esta exactitud.

Todo lo que hay en el museo del Foro es una premonición: el verdadero edificio del Atrio se encuentra a tan solo unos pasos, al lado del resto de la ciudad romana, por debajo del nivel del suelo de la sala, que cruje con las pisadas de los visitantes.

Las tres obras desconciertan y asombran a la vez a quien las tiene delante porque pertenecen a su propio tiempo, no al nuestro. No saben que existimos. Hay que hacer un esfuerzo por aproximarse a ellas. Los cuadros están iluminados por una luz cálida. El museo los custodia y los ensalza como una celebración de la sensibilidad artística que los hizo posibles. 

Cuenta el guía que las pinturas, en la época romana, se pegaban a las paredes de las habitaciones con un mortero de cal, y que se repitió la misma técnica para reconstruirlas. En las tres obras faltan trozos del fresco. Son partes que nunca se llegaron a encontrar. El vacío que dejan en la exposición denota la fragilidad extrema que tiene siempre la pintura. Es asombroso que algo tan precario haya sobrevivido tantos siglos. 

“Se utilizaba óxido de hierro para el color rojo, malaquita para el azul y lapislázuli para el amarillo. Hay una gran variedad de materiales en estas obras”, explica el guía. Las miradas de Apolo, de Calíope y de Terpsícore, pintadas con materiales tan simples y con colores tan primarios, nos interpelan ahora de manera inmediata. Nos hacen cobrar perspectiva del paso del tiempo. Sin que los artistas que las concibieron se lo hubiesen imaginado nunca, sus creaciones expanden dos mil años después el resto del museo, como fantasmas o como guías invisibles.

Un viaje en el tiempo

Y es que estar en el Foro Romano es algo así como sumergirse en un viaje en el tiempo. Su propia topografía ordenada y su contraposición con respecto al centro de la ciudad portuaria provocan un mareo de tránsito de un mundo a otro, desde las calles concurridas en la mañana laboral a la soledad silenciosa y contemplativa del yacimiento. 

Alrededor de las pinturas hay dispuestas otras vitrinas que reflejan, con un total de 350 objetos rescatados de la excavación, las sucesivas historias de la ciudad. Las Cartagenas infinitas. La fundada allá por el 227 a.C. por una civilización del norte de África. La ciudad romana de pleno derecho, en el siglo I, tras la expulsión de los cartagineses. La provincia esplendorosa, durante el mandato de Augusto, cuando cada rincón del imperio, explica David Lorca, “tenía que adaptarse a Roma para mostrarle a ciudadanía cómo de importante era quien los gobernaba”. La consiguiente construcción de todas las ruinas que conocemos, y que aguardan a tan solo unos metros de la sala. El Teatro y el Anfiteatro; el Foro; la Curia; el Templo de Isis; las Termas del Puerto.

Tras la época de esplendor, entre los siglos III y IV, explica el guía, llega la decadencia. El imperio se divide. Cartagena es una ciudad bizantina, y se transforma en uno de los puntos comerciales más importantes del Mediterráneo. Con la llegada de los vándalos y los musulmanes, a partir del VII, el Foro y sus alrededores se abandona. No es hasta casi diez siglos después, desde el XVI, cuando comienza a construirse un barrio humilde de comercios y viviendas cristianas sobre unas ruinas que ya habían permanecido enterradas durante mil años. A lo largo de las cristaleras hay galerías de fotografías del antiguo barrio del Molinete a principios del siglo XX. Ningún resto romano podía entonces intuirse.

Pero el pasado regresa de nuevo en aristas de piedra. Una calzada romana e irregular señala el camino hacia el inicio del yacimiento. Los colores cambian. El espacio adquiere una iluminación natural, terrosa. “Estamos sobre un decumano” -nombre que los romanos empleaban para denominar a las calles que atravesaban sus ciudades de este a oeste-. “Fue lo primero que se descubrió, en el año 1969. A partir de ahí, todo consistió en un trabajo muy especial, y muy progresivo: el comprobar, poco a poco, en capas de profundidad, cómo todas las civilizaciones que pasaron por aquí fueron desarrollando la ciudad”, explica David Lorca.

Cartago Nova al descubierto

De la penumbra velada de las salas del museo se ha dado paso a las calzadas romanas heridas por la misma luz del día. De pronto es como estar en el mismo centro de Cartago Nova. David Lorca hace referencia, para ilustrarlo, a los detalles mínimos del empedrado, a los surcos que dejaban las ruedas de los carros al pasar sobre el suelo, a los huecos, en los costados, donde se ubicaban pequeñas tiendas de alimentación o algunas tabernas.

“Esta calle atravesaba todo el centro, hasta el puerto, que en aquella época estaba mucho más cerca. Habría gente caminando todo el rato, entrando a los locales. Era una vida cotidiana. Incluso puede intuirse ahora, porque es como estar en la mismísima Pompeya, de lo bien conservado que se mantiene todo”, continúa el guía turístico, que sigue parte de la calzada y se interna en un espacio rectangular repleto de mármoles blancos y negros, como un tablero de ajedrez.

Al no haber paredes, o al conservarse solo de éstas poco más de un metro de alto, uno sale y entra de los edificios sin apenas percatarse. En el edificio de la Curia se tomaban las decisiones del gobierno de la ciudad. “Era como el salón de plenos del Ayuntamiento. Aquí se reunían los políticos, debatían, daban discursos y tomaban decisiones”, explica Lorca, y su voz se va amplificando a medida que se sitúa en el centro de la sala. “Para hablar en público, los políticos necesitaban una buena acústica. La conseguían a través de la arquitectura”, dice.

El arquitecto Andrés Cánovas recreó al completo la forma original del edificio. Tenía ocho metros de alto. Estaba decorado en su totalidad por los mismos mármoles y mosaicos que hay ahora repartidos por el suelo. Una réplica de una estatua de Augusto preside el salón. La original permanece expuesta en el museo del Teatro. Las ruinas de la Curia se hallaron en 2002 por un motivo fortuito que es, en realidad, la causa que ha motivado el descubrimiento de la mayor parte de Cartago Nova. Antes de construir nuevos edificios o de reformar los ya existentes, hay una normativa en la ciudad portuaria que obliga a excavar para asegurar que no hay yacimientos en el subsuelo. Casi todo el centro de Cartagena descansa sobre restos de la ciudad romana. Ahora mismo habrá incontables construcciones del siglo I escondidas bajo los solares más antiguos del casco histórico. 

Fiestas de Cartagineses y Romanos

La Curia estaba inmersa en el Foro, que era, prosigue David Lorca, “el edificio en torno al cual se cimentaban todos los demás”. Esto es, asegura el guía, “todo aquello que tuviera carácter religioso, comercial, administrativo, político y judicial”. El Foro también fue excavado en el año 2002. De su centro neurálgico se conserva el muro original, la escalinata y fragmentos de la base y el fuste de cuatro columnas. En el suelo hay un reguero de losas rosadas que se extenderían hasta lo que hoy es la plaza de San Francisco. El Foro era un entorno espacioso y diáfano que abarcaba gran parte de Cartago Nova.

Los suelos son un indicativo del paso del tiempo en virtud de la decoración, del gusto de los romanos por la opulencia y la armonía cromática. Hay mosaicos por todas partes, y David Lorca evita pisarlos para señalar sus curiosidades. Teselas blancas, grises o azules y sus formas fantasiosas desembocan geométricamente en nuevos edificios. Un conjunto de tablones de madera protege un rectángulo de tierra en cuyo centro se erige una especie de pebetero. A su lado, en las esquinas, tres columnas de mármol. El guía se sitúa entre dos de ellas. Las abarca con la mirada. “Pertenecían al templo principal de la ciudad. Un lugar de culto a la diosa egipcia Isis. Era un edificio de dos plantas gestionado por una congregación de mercaderes orientales establecidos en Cartago Nova”.

Anexo al templo, que estaba presidido por una escultura de Isis, se encontraba el mismo Atrio donde se celebraban los banquetes. Hombres y mujeres acudían por invitación de la congregación a comer y beber durante todo el día. Los hombres comían acostados, apoyados sobre la mano izquierda. Las mujeres, explica el guía, debían permanecer sentadas, como a los pies de los hombres. Las utilidades de los edificios iban oscilando con el paso del tiempo. En el siglo III el templo cambió de propietario y se convirtió en un edificio destinado al alquiler de casas. El nuevo dueño colocó en su despacho las mismas tres pinturas que están expuestas en la primera sala del museo.

Pero las utilidades nunca cesan. Y ahora tampoco. Las celebraciones y tradiciones cartageneras de la actualidad suelen aprovechar con gratitud el patrimonio histórico recuperado. Las ruinas del mismo Templo de Isis se utilizan, cada año, en el día de la inauguración de las fiestas de Cartagineses y Romanos. Un grupo selecto de personas lleva a cabo una representación del encendido del fuego sagrado, “como una especie de honor y honra, a modo de agradecimiento”, explica Lorca, “a la figura a la que se rendía culto en este lugar”. Tras el encendido de la llama, que se mantiene viva como en los Juegos Olímpicos, los festejos se prolongan durante dos semanas.

“Todo está conectado en esta ciudad”

A tan solo unos metros de la representación del encendido del fuego, que tendrá lugar el viernes 20, casi rozando su suelo, las Termas de Cartago Nova son uno de los vestigios más característicos de la época de esplendor de la ciudad. “Se conservan las columnas de la puerta de entrada, y también la serie de columnas pequeñas que componían la sala del sistema de calefacción de las aguas”, explica David Lorca. Las Termas se dividían en tres disposiciones. El caldarium, con aguas calientes; el tepidarium, con baños templados; y el frigidarium, con aguas frías.

Los romanos acudían a este lugar una vez cada nueve días. Eran sus baños públicos, pues carecían de uno particular en sus viviendas. En las Termas socializaban, hacían negocios y comían en el restaurante, del que se rescató una especie de barra y un espacio de roca dispuesto para la cocina. Desde su posición privilegiada, junto al puerto, se vería el mar y toda la anchura del Mediterráneo. 

Sin embargo, no todos los restos de las Termas son de origen romano. Cartagena es un ciclo sin interrupción y uno nunca para de descubrirlo. En un muro contiguo está contenida la entrada a un refugio de la Guerra Civil que atravesaba toda la colina del Molinete. A su lado se intuye la portezuela de una vivienda del siglo XVI. Un poco más arriba hay conservados hornos de pan y pequeños negocios artesanales de la misma época. “Todo está conectado en esta ciudad. Toda la historia es un golpe de vista. Toda la gente que ha hecho cosas aquí y ha vivido y sufrido y se ha escondido sin tener ni idea de dónde estaban, de que tenían junto a ellos ruinas con siglos y siglos de antigüedad”, asevera Lorca.

“El del Foro es uno de los parques arqueológicos más importantes de Europa, y otorga un atractivo a la ciudad muy valioso”, dice. El museo, que ha estado en marcha desde que en 2008 comenzaron a ser visitables los primeros yacimientos descubiertos, se inauguró oficialmente, por cortesía de una visita expresa del rey Felipe VI, en mayo de 2021. El proceso de recuperación de las ruinas fue recompensado, en 2013, con el Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales. “Muchos turistas que vienen no se imaginan que haya algo aquí de tanta envergadura y tanto valor. Se quedan con la boca abierta”, concluye el guía, dominando, desde otro decumano más altolas ruinas al completo de Cartago Nova, los visitantes y sus miradas incansables perdiéndose entre muros y columnas y suelos colmados de mosaicos.

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