El verbo ‘transgredir’ procede del latín transgredi. Con prefijo trans- (‘paso al lado opuesto’) seguido del verbo latino gradior (‘avanzar’), transgredi significa ‘cruzar’. Cristina Guirao, autora de 'Transgresoras. Una historia cultural de las mujeres' habla de la transgresión como un acto de desobediencia, desafío al orden social y una voluntad de ir más allá de los límites.
Partiendo de esta base, ‘Transgresoras’ no es un libro, es un artefacto. Una declaración de intenciones. Un manifiesto teórico que pretende poner en valor la importancia de la insumisión en la historia cultural de las mujeres. Tal y como sentencia la autora: “La mujer de hoy debe mucho más a la rebelión que a la complacencia”.
Profesora titular de Sociología en la Universidad de Murcia (UMU), nos reunimos con ella en su despacho de la facultad para bucear en la idea de transgresión, repasar las grandes teorías políticas y sociales que cambiaron el mundo pero que nunca incluyeron la perspectiva de género y entender, en base a este análisis, si cuestiones de actualidad como el escándalo por los abusos sexuales que señalan a Íñigo Errejón, figura referente de la izquierda en nuestro país, tienen relación con esa falta de perspectiva.
'Transgresoras' es una obra con una carga social, política y cultural muy fuerte, ¿cuál es la intención que subyace al escribir un ensayo como este?
Efectivamente, la transgresión es un fenómeno que tenemos que reivindicar como un dominio de la historia cultural de las mujeres, que continuamente se han visto obligadas a transgredir para ser visibilizadas y para visibilizar, no solo sus productos culturales, también sus derechos.
El momento presente me parece idóneo para reivindicar y teorizar sobre todo esto como parte de la historia de la cultura. En el libro hablo de teoría de la dominación y de la poca legitimidad que han tenido las producciones culturales de las mujeres, y ahora que empezamos a ocupar el sitio que nos corresponde, creo que toca mirar hacia atrás para saber hasta dónde hemos llegado.
Defines la producción cultural de la mujer como “máquinas de combate”, ¿a qué te refieres?
En la historia cultural la mujer siempre ha tenido que oponerse al canon porque ha estado deslegitimada, ha sido objeto. Solo ha conseguido ser sujeto cuando ha asaltado el espacio público, el lugar en el que nunca le han dejado estar y a su vez el lugar en el que sucede todo. Entonces, cuando miras un producto cultural hecho por una mujer, efectivamente es algo transgresor, sucede al margen del canon, y en muchas ocasiones son potenciales políticos porque se tienen que oponer a las propias normas que las expulsan del centro y porque ellas mismas se han visto obligadas a construirse al margen del canon. Por eso la producción cultural de la mujer me parece una máquina de combate en términos históricos.
Uno de los informes en los que te apoyas para justificar la idea de 'Transgresoras' es un estudio realizado en 2019 y titulado “¿Dónde están las mujeres en el ensayo?”, cuyo resultado reveló una importante brecha de desigualdad: el 80% de la autoría de los ensayos publicados en España es masculina, mientras que las ensayistas apenas llegan al 20%, ¿en qué momento crees que nos encontramos actualmente con respecto a esta cuestión?
Creo que eso es algo que está cambiando. En los últimos años han surgido muchas pequeñas editoriales que publican ensayos de mujeres y que, poco a poco, van creando un espacio con ensayos sobre el nuevo feminismo o la nueva subjetividad de la mujer, entre otros temas, pero es verdad que, precisamente por ese desequilibrio de porcentajes, la figura de la mujer como constructora de conocimiento o líder de opinión pública o política lleva muchísima desventaja y cuesta mucho hacerse un hueco en un espacio público tan masculinizado.
Es imprescindible hacer a las mujeres legitimadoras de conocimiento, es muy importante pelear por el espacio en el que destaquen filósofas, académicas y pensadoras, y poner en valor lo que han pensado y lo que han dicho.
Parece mentira que nunca se tenga en cuenta el género ni la raza cuando hablamos de desigualdad en la Historia. Y eso es lo que ha sucedido con los grandes teóricos, incluyendo a Marx
En el libro haces una breve crítica a la falta de perspectiva de género en obras y análisis de autores como Marx, Gramsci o Foucault.
Este asunto es algo histórico: empezando por el marxismo, que jamás tuvo en consideración a las mujeres, que lucharon junto a los obreros codo a codo por la liberación, por el salario, por todo, pero nadie las veía como clase oprimida, y eso me parece algo muy duro. No estaban dentro del Partido Socialista, no estaban dentro de ningún movimiento obrero y, sin embargo, estaban peleando como clase social, pero dentro de esa clase social eran las más oprimidas. Lo mismo ocurre con el feminismo negro, por ejemplo. Parece mentira que nunca se tenga en cuenta el género ni la raza cuando hablamos de desigualdad en la Historia, y eso es lo que ha sucedido con los grandes teóricos, incluyendo a Marx.
En cuanto a Foucault, este tema también me resulta muy duro, porque si existe un teórico que estudia el poder y cómo se construyen las subjetividades del poder es él, y nunca vi a la mujer en su obra, lo que me parece algo terrible. Gramsci, por su parte, cuando habla de dominación cultural está hablando todo el rato de clases políticas, pero no se da cuenta de que la dominación cultural es masculina. En su caso también me llama mucho la atención que, en temas culturales, no vea el antropocentrismo que existe en la cultura occidental, pero sí lo vea referido a la clase social.
La ausencia histórica de perspectiva de género de estos tres grandes teóricos me parece de una ceguera terrible.
La semana pasada estalló el escándalo Errejón, señalado como presunto acosador sexual y quien se enfrenta a una denuncia de agresión sexual por parte de la periodista y actriz Elisa Mouliaá. Esta información ha resultado especialmente polémica al ser una figura política que abanderaba las ideas feministas desde la izquierda. ¿Crees que existe alguna relación entre este suceso y la falta de perspectiva de género de los principales teóricos de izquierdas a lo largo de la Historia?
Sí, creo que hay una falta de perspectiva de género histórica de los grandes teóricos de la izquierda, y eso es algo que perdura porque todo el conocimiento se ha construido en torno a la desigualdad o la dominación, como acabo de comentar en los casos de Gramsci, Marx o Foucault. Siempre se ha tenido como referentes a los grandes universales genéricos que son en masculino, nunca se ha mirado a las mujeres. El marxismo ignora por completo la situación de las mujeres como trabajadoras en las fábricas que, además, duplicaban su jornada laboral; o la posición de dominación y subalternidad que ejerce en muchas ocasiones la cultura de la masculinidad.
El daño más grande no es el personaje de Errejón en sí, sino el partido al que pertenece y la posición que este tiene respecto al feminismo, la ley del ‘Solo sí es sí’ y las políticas en torno al consentimiento. El daño moral de haber pertenecido a un partido que abandera todo esto es bastante grande
En cuanto a Errejón, las causas de su comportamiento abusivo son múltiples. Evidentemente, no se debe solo a la falta de perspectiva de género en la teoría. Creo que el daño más grande no es el personaje de Errejón en sí, sino el partido al que pertenece y la posición que este tiene respecto al feminismo, la ley del ‘Solo sí es sí’ y las políticas en torno al consentimiento. El daño moral de haber pertenecido a un partido que abandera todo esto es bastante grande. Creo que esa es la gran contradicción y me parece que es algo insalvable.
El escándalo estalló a raíz de uno de los testimonios que la escritora y periodista Cristina Fallarás publicó en su perfil de Instagram, donde expone denuncias anónimas de víctimas. ¿Qué simboliza la figura de la periodista para ti? ¿Los relatos publicados son otra muestra del valor del relato de la mujer como máquina de combate?
La figura de Cristina Fallarás me parece de muchísimo valor. Es importantísima la creación de espacios donde las mujeres pueden hacer denuncias anónimas sobre la violencia simbólica, un tipo de violencia que existe y que cuesta mucho visibilizar porque está muy normalizada. Son casos, además, que se reproducen en multitud de individuos de cualquier lugar del espectro ideológico.
Lo que ha hecho Fallarás es muy importante, pero quiero subrayar una cosa: lo que denota la proliferación de estos espacios que visibilizan las violencias contra las mujeres es, precisamente, que lo que está fallando son los espacios reales en la sociedad, en sus instituciones, como la justicia, que no está haciendo justicia y que deriva en que las mujeres tengan que buscar otros espacios donde denunciar, como una cuenta de Instagram.
El patriarcado no es una cuestión de un sistema económico, político o momento social histórico determinado, estamos viendo que es transversal a cualquier ideología, raza y clase
También ha sido el caso de Murcia, donde nos hemos quedado sin sentencia, con un acuerdo de conformidad de la Fiscalía ante el caso de los pederastas que prostituían a menores y que se han librado de ir a prisión. En vista del panorama, ¿cómo no van a proliferar estos espacios que, aunque virtuales, son ciudadanos también, y es en muchas ocasiones a lo que una se tiene que agarrar para resistir la violencia?
El movimiento feminista, que es uno de los más importantes de este último siglo, va a tener que hacer frente de nuevo a un historial de violencia contra las mujeres que creo que puede llegar a saturar la conciencia social. Ahí tenemos el caso de Gisèle Pellicot en Francia; o las mujeres de Afganistán, que no pueden ni hablar en el espacio público; la sentencia de los pederastas de Murcia; el caso de Errejón… El patriarcado no es una cuestión de un sistema económico, político o momento social histórico determinado, estamos viendo que es transversal a cualquier ideología, raza y clase.
¿Qué lecciones crees que debe aprender la sociedad después de este escándalo de contradicciones con una figura política de izquierdas a quien acusan de ser un abusador sexual y que se ha conocido a través de los relatos anónimos publicados por Cristina Fallarás?
Creo que nos encontramos en un momento en el que el sujeto político del feminismo debe dejar de enfocarse en la deconstrucción y la teoría y, de alguna manera, empezar a pensar que la violencia que sufrimos nos tiene que volver a reunir en torno a la construcción del relato, en cómo hacer frente a las violencias que sufrimos, teniendo en cuenta toda la diversidad que existe dentro del feminismo.
Espero que la sociedad reaccione porque estamos viendo cómo la construcción de esa subjetividad, de ese machismo, se reproduce una generación tras otra y contamina también a las más jóvenes. Hay que empezar a construir en torno al fortalecimiento de la mujer como sujeto político y hay que seguir unidas. Creo que esa va a ser la única manera verdadera de hacer frente a la espiral que estamos viviendo.
En el libro haces cierta crítica al feminismo: “El pensamiento feminista no ha elaborado una teoría sólida de la emancipación” o “necesitamos menos saber quiénes somos y más saber qué tenemos que hacer”. ¿Cuál es tu crítica a la posición feminista actual y cuál es tu propuesta?
Creo que la posmodernidad nos ha dejado a todos huérfanos de pensar un horizonte de utopías. Creo que es algo que pasa con todas las humanidades, y con el feminismo, también.
El feminismo, tras alcanzar el voto de las sufragistas, ha aportado muchísimo conocimiento sobre el mundo y eso es algo imprescindible, pero creo que nos hemos estancado ahí, en la posición de construir nuestra subjetividad, de romper el binarismo, legitimar las identidades de género, entre otros temas que me parecen fundamentales, pero que no dejan de ser construcciones en torno al “mí mismo”. Creo que si nos centramos en esas cuestiones dejando de lado otras más sociales, el mundo se irá a pique con el “mí mismo”. A fin de cuentas todas las identidades son excluyentes de las otras, y hablo de géneros como podría hablar de nacionalismos.
La identidad es un tema apasionante, pero si nos perdemos en identidades no vamos a dejar espacio y tiempo para crear los lugares comunes necesarios que nos lleven a conquistar ciertas cuestiones sociales. Se trata de construir proyectos de emancipación que nos ayuden a salir de los baches en los que el neoliberalismo nos mete. Creo que desde el feminismo, más allá de identidades, también debemos reivindicar la lucha contra la precariedad, por la vivienda o por la posición de la mujer en el mundo, es decir, buscar lugares comunes para producir progreso social. Un proyecto de emancipación realista con nuestro momento histórico y sobre todo común.
Hasta que la figura del varón no evolucione hacia nuevas masculinidades que le hagan comprender que la experiencia de las mujeres es tan hegemónica como la suya, aquí no hay nada seguro
¿Qué hora es en la historia cultural de las mujeres?
Soy optimista, sobre todo cuando me fijo en la gente joven. Pienso que las nuevas generaciones ya no podrán perder el valor simbólico de lo que la mujer representa culturalmente a día de hoy. Si en algún momento nos quisieran volver a echar del espacio público, no creo que esa construcción cultural simbólica se pueda perder.
No creo que las conquistas materiales, como el aborto, podamos darlas por hecho, pero la revolución cultural y su carga simbólica forma parte de la construcción de las nuevas generaciones del feminismo, y es muy difícil acabar con una fuerza simbólica que ya está escribiendo la Historia.
Aunque sí quiero resaltar algo fundamental en esta batalla, y es que hasta que la figura del varón no evolucione hacia nuevas masculinidades que le hagan comprender que la experiencia de las mujeres es tan hegemónica como la suya, aquí no hay nada seguro. Creo que la conquista pasará porque el varón asuma ciertas posiciones feministas. Necesitamos compañeros con perspectiva de género y feministas, y eso habrá sido ganar la batalla.