Con el paso de los siglos, los cucos han ido haciéndose parte del paisaje de Jumilla hasta volverse uno solo con él. Alzados con mano diestra y paciente por agricultores anónimos, estas construcciones prácticas y de austera belleza fueron durante siglos refugio de labradores, pastores y cazadores. Hoy son testimonio de una forma de vida extinta, previa a la generalización de los vehículos a motor, cuando el labrador tenía que pasar la noche en los campos que trabajaba por estar éstos lejos del núcleo urbano.
En realidad, muchos cucos siguen utilizándose hoy: algunos en su función original de refugio, como es el caso del del Pajero. Otros en las más variadas formas: Han sido reconvertidos en cochera, almacén, pajar, gallinero, cochinera… Alguno ha sido incluso integrado por sus propietarios como parte de una vivienda.
El cuco del Ardal, por ejemplo, q ue se encuentra en medio de un viñedo: Al asomarse a su interior, se descubren evidencias de su uso reciente como lugar de descanso, protegido del sol, el frío y la lluvia, por su falsa cúpula.
Este cuco presenta la rara peculiaridad de dos minúsculas ventanas que se cierran sencillamente taponándolas con una piedra.
“Una da al este y otra al oeste”, explica Cayetano Herrero, director del Museo de Etnografía Jerónimo Molina. “En los cucos, la puerta está casi siempre orientada al sur y la cara norte queda cerrada para evitar los vientos fríos”.
Siglos en pie
Siglos en pieLos cucos que se conservan en Jumilla fueron alzados entre finales del siglo XVIII y principios del XX, explica Cayetano Herrero. Este tipo de construcción puede encontrarse también en Castilla-La Mancha, donde se los conoce como “chozos”, así como en Yecla, Abanilla y Pinoso, siempre lejos de los núcleos urbanos.
Los propios agricultores tallaban la piedra con que los construían, a menudo sin argamasa. Es la llamada arquitectura en piedra seca. Eso no ha impedido que su trabajo permanezca sólidamente en pie después de siglos. Los cucos han sobrevivido a su propia caída en desuso, que tuvo lugar en los años 60-70 del siglo XX.
Es el caso del cuco de la Barraca, en un campo de almendros, que posee la peculiaridad de una hornacina en su interior. Se conserva todavía la escalera de piedra que sus constructores armaron en la cara norte para poder subir a la falsa cúpula y completarla: un pequeño milagro anónimo de ingeniería. Se aprecia enseguida que sus autores tenían la intención de que el cuco diese cobijo a muchas generaciones de labradores.
Los cucos, por disposición y por técnica, conectan con una tradición arquitectónica que viene de la Edad del Bronce y que puede verse en todo su esplendor en el dolmen del Romeral de Antequera (3.500 a.C.).
Como no se conservan cucos más antiguos en la región, no podemos determinar cuándo arranca la tradición.
La búsqueda sigue
En la actualidad se cuentan en el término municipal de Jumilla 21 cucos. Se tiene constancia de al menos tres que han sido destruidos: “Si un banco se queda el terreno donde se encuentra, no les importa echarlo abajo”, lamenta Cayetano Herrero.
Fue Jerónimo Molina (1911-1992), estudioso de la arqueología y la etnografía e impulsor del Museo Arqueológico de Jumilla, quien comprendió el valor de los cucos y escribió un primer trabajo sobre ellos.
Posteriormente, Cayetano Herrero retomó y completó la labor: “Recorría el término de parte a parte. Localizaba los cucos preguntando a cazadores, agricultores y pastores”. Resultado de esta investigación fue la publicación “Los cucos de Jumilla” en la que Herrero inventaría detalladamente este patrimonio.
Se trata de una labor que continúa hoy: Hace poco que su hijo, Jacobo Herrero, descubrió todavía uno nuevo, aún por catalogar.
“Son construcciones rurales que hay que poner en valor”, reivindica Herrero.
Un patrimonio a proteger
Un patrimonio a protegerEn la actualidad todos los cucos son de titularidad privada con la excepción del del Pozo de la Nieve, que se utilizaba como nevero y que es propiedad del Ayuntamiento de Jumilla.
Esta circunstancia supone complicaciones en cuanto a protección: “En general, los cucos necesitan más atención”, apunta Cayetano Herrero. “La mayoría de propietarios se sienten responsables de ellos, los cuidan… Y luego hay los menos que no lo hacen”.
Cita el caso del cuco de Pedro Juan, bautizado así en honor al propietario del terreno donde éste se encontraba: “Mientras el dueño vivió, el cuco se mantuvo en pie”.
Pero al morir el agricultor, el terreno pasó a ser gestionado por una empresa que lo derribó, relata Cayetano: “El cuco murió casi con Pedro Juan”.
Esto no hubiera sucedido de estar protegidos los cucos. Hoy, con la excepción del citado Pozo de Nieve, carecen de cobertura legal.
En opinión de Cayetano, el problema es que, de ser declarados Bien de Interés Catalogado, los propietarios podrían tener acceso a ayudas para su cuidado y restauración, pero la complejidad de los permisos y trámites necesarios para hacer obras los inhiben.
Por ello considera más útil aplicar otras fórmulas que encorseten menos a los propietarios, como la declaración de Bien de Interés Etnográfico o incluso la de Bien de Interés Cultural.
En todo caso, Cayetano se muestra optimista y “seguro de que se los va a proteger”.
Una gran oportunidad se perdió recientemente, cuando nueve comunidades autónomas españolas, junto a otros siete países, se presentaron en candidatura conjunta ante la Unesco para solicitar la declaración de la arquitectura en piedra seca (sin argamasa, lo que comprendería a los cucos) como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Inexplicablemente, tras el inicial interés, la Región de Murcia se desvinculó de la iniciativa, de modo que, cuando ésta fue aprobada por el citado organismo de la ONU en su reunión de noviembre en República de Mauricio, Murcia se quedó fuera.
Al parecer, la Consejería de Cultura se ha puesto en movimiento para solventar la situación, pero no se esperan buenas noticias en lo inmediato.