El Centro Dramático Nacional ofreció el pasado otoño una nueva versión de la obra de Alfonso Sastre. La misma se estrenó en 1953, en lo peor de la Guerra Fría y del Franquismo, y duró entonces tres días en cartel. Desde entonces, el autor ingresó en la nómina más reconocida de autores dramáticos españoles de la segunda mitad del siglo XX, junto con Buero y Paso.
En el fondo la obra de Sastre tuvo en su día poco recorrido en los escenarios comerciales, aunque la censura franquista poco pudo hacer ante el éxito de lecturas dramatizadas y representaciones amateurs de infinidad de entusiastas. La agitación que despertaba (y despierta aún) la pieza teatral es evidente: un hondo mensaje anti-militar en un espacio angustioso, casi carcelario, en el que se huele la certeza de una muerte segura a la que están abocados todos los hombres de una suerte de batallón de castigo.
El 20 de enero se pudo disfrutar de esta nueva versión de la obra sastriana en el Teatro Circo de Murcia. La misma corre a cuenta del yeclano Paco Azorín, quien además se hace cargo de la dirección y escenografía. Todo ello, además, de manera notable. La escena se dispone en este drama mediante un búnker de dos niveles. Se cambia así el original de una caseta en un bosque por un recinto claustrofóbico, sin apenas luz. El montaje ofrece además un claro homenaje al teatro épico de Bertolt Brecht. Se anticipa como detallaremos luego parte de la acción, la misma se interrumpe con algún elemento audiovisual y, por ende, la música cobra protagonismo con unas guitarras eléctricas y otros instrumentos que además acompañan la recitación de varios poemas del mismo Brecht, muchos de ellos claramente anti-belicistas.
Aquí ya se hace evidente para el espectador la intensidad sartriana con la que Azorín presenta esta obra. Y es que se refuerza la tragedia existencialista que supone `Escuadra hacia la muerte´ con un homenaje a la obra de Jean Paul Sartre, `A puerta cerrada´.El soldado intelectual, Javier, escribe a mitad de la obra varios lemas en una pared del búnker en la que se puede leer una cita y una obra de Sartre, así como otra célebre frase de Kierkegaard. Javier anuncia así, de manera muy brechtiana, lo que va a acontecer en la segunda mitad del drama, cuando los soldados asesinan al brutal cabo Goban.
“Náusea” ante la ilusión de la vida; “vértigo a la libertad” que ahora tienen tras asesinar al cabo, puesto que no los conforta, pero sí confronta ante un vacío existencial que los destruye. Los destruye porque les angustia percatarse de que no pueden tomar decisiones de manera individual, sin depender de los demás. Es imposible además una redención porque, como dice otra cita apuntada, “la existencia precede a la esencia”, todo un lema existencialista aportado por Sartre y que remueve constantemente a los personajes de la obra sastriana.
Cuando el espectador o lector acude por primera vez a la obra intuye que los soldados no están por casualidad en un puesto avanzado cercano al frente de guerra. Se trata de un castigo provocado por algún hecho de su vida pasada, y la de todos ellos se va revelando poco a poco en los cuadros que se suceden. Los personajes han asesinado, maltratado, desertado, desobedecido órdenes, bebido y huído de la batalla como cobardes.
Son seres rotos porque su esencia humana se ha hecho tras una experiencia, son porque existen y ahora se lamentan ante el cabo porque este los prepara a ser para la muerte. Sin embargo, el asesinato del orden establecido que representa el cabo los sumerge en lo absurdo de su acto sangriento. Van a morir igualmente, tal y como se observa en el cronómetro que se proyecta en el escenario, algo original y clave en este montaje. Un reloj que mide su temporalidad y subraya la olla a presión en la que se ha convertido el búnker para los soldados que, parafraseando ahora por nuestra cuenta a Sartre, viven claramente que el “infierno son los otros”.